La apariencia debordiana corre ebria
por una acera de Park Avenue
en la pluma tropical
de un sombrero de Coco Chanel,
en la sonrisa eufórica de una prostituta del Marais,
en el simulacro de una urna electoral,
en un discurso de solidaridad humanista
de un príncipe ocioso
sin trono
ni corona,
en un gemido porno,
en un christmas perfumado,
en una hucha sucia de Cáritas,
en un pezón en prime time,
en unos titulares rojos de periódico,
en el último grito de furia de un palestino,
en la felicidad gratuita de un spot publicitario,
en un “te quiero” emoticonado de facebook,
en una disculpa pública como eximente,
en cualquier videoclip de Taylor Swift,
en la justicia de un juez conservador,
en el terror de una pre-decapitación,
en un amistoso saludo diplomático,
en una valla en medio de la nada,
en el desodorante de un retrete,
en una invitación a destiempo,
en un guiño de tu jefe,
porque las imágenes
ya nos alertaba
Virginia Woolf,
a propósito del cine,
son peligrosos trazos fugaces
donde es sencillo condensar el universo
en una toma falsa,
y a veces, en efecto, conviene recordar
que la paz no es una paloma,
que un beso no es el amor,
y que la muerte no es un ataúd.