Como la mayoría de las mujeres que militan en el feminismo, no me levanté un día y dije: “El feminismo radical es lo mío”. Llegué a él después de leer, conocer a otras mujeres, investigar, saber que hay diferentes tipos de feminismos y crecer dentro del movimiento. Me enteré de que lo de “radical” no era por “extremista”, sino porque reconocía que la “raíz” de la opresión de las mujeres comienza con el género y los estereotipos ligados y, por lo tanto, su objetivo es guiar la lucha hacia su abolición. Coincidía con su pugna por la abolición del trabajo sexual y muchos otros de sus postulados. “Sí, éste es el mío”, me dije. Como mujer que se considera de izquierda, sus críticas al empoderamiento y al capitalismo me hacían sentir que finalmente había encontrado la postura política con la que me identificaba.