Una luz impone su presencia en el centro del escenario. Hay un desconocido. La luz apenas se derrama sobre su cara. En sus manos tiene un tambor, símbolo del latido, símbolo de vida. En los segundos siguientes muestra sus rasgos más humanos: duda, incertidumbre, sosiego. Comienza a tocar en intervalos de un segundo aproximadamente. Poco a poco entran otrxs desconocidxs, navegando a través de la misma sombra, guiados por la misma luz. Toman un lugar en el escenario. Caminan, corren, recorren el espacio en una trayectoria indeterminada. Unx habla, otrx contesta; son entidades tejiendo sus voces, entrelazando existencias, nombrando acciones cotidianas. Parecen dueñxs de su propia voz. Tal vez todxs son la misma voz, pero no lo saben. Para ellxs el tiempo es eterno o tan sólo un instante. Sus experiencias convergen, se hacen una y, finalmente, desaparecen.