Tengo sobre mí el cuadro de La Gran Ola de Kanagawa (bueno, más bien un póster que compré en Amazon a los dieciséis y colgué encima de mi cama); a mi derecha, una versión arrugada de La Primavera de Botticelli; a mi izquierda, el manifiesto de Guerrilla Girls, Las Ventajas de ser una Mujer Artista, cayéndose por cómo se ha debilitado la cinta adhesiva. Mi cuarto está decorado con obras de arte que conocí por primera vez en Pinterest y después me adueñé por medio de repeticiones impresas vendidas en Etsy. Ahora que las veo, me parecen cursis. Haberlas visto una y otra vez durante ocho años las ha reducido a nada más que objetos que decoran mi pared. ¿En qué momento El Beso de Gustav Klimt se reduce a una buena imagen para imprimir en una postal? ¿La noche estrellada de Van Gogh en un fondo de pantalla para el celular? ¿En qué momento la cotidianidad se apropia del arte y lo convierte en objeto?