El arte refleja nuestra realidad, por más cruda que ésta sea. Pinturas tan bonitas como La libertad guiando al pueblo de Delacroix, o tan escalofriantes como La pesadilla de Füssli no son más que la expresión sublime del sentir de una sociedad en un periodo histórico. La obra Titus, dirigida y adaptada por Angélica Rogel a partir de la tragedia de William Shakespeare (1593), no es la excepción.
La trama de Titus es más bien una serie de eventos desafortunados. Tito Andrónico (Mauricio García Lozano) sufre una serie de crueles infortunios provocados por una vengativa Tamora (Nailea Norvind), quien llega a ser emperatriz a partir de la injusta toma del poder de Roma por Saturnino (Antonio Vega). Tito, gobernador anterior a Saturnino, buscará venganza de las maneras más despiadadas.
Titus redefine el mito del gobernador que desciende a la locura; lo transporta a una época etérea, abstracta, quizá inexistente, donde conviven los romanos y los godos con las armas de fuego, las navajas, las chaquetas de cuero, los lentes oscuros y la música ambiental electrónica. Pero Titus no requiere de la precisión histórica, pues su base son las emociones iracundas que desembocan en la agresión, la muerte y, sobre todo, la venganza, las mismas que han existido siempre en la historia de la humanidad.
La escenografía contribuye a esta atmósfera desdibujada. No es maximalista como se espera de una obra del siglo XVI; al contrario, su sencillez la vuelve oscura y depresiva. Eso sí, no escatima en sangre, cadenas, cuerpos envueltos y piezas anatómicas. Es un ambiente de crueldad y desolación cuyo referente más cercano son las alucinaciones de Jacob Singer en la clásica cinta de horror de los noventa, Jacob’s Ladder (Adrian Lyne, 1990).
Con su puesta en escena, Angélica Rogel rejuvenece el clásico de Shakespeare a la vez que elabora una fuerte crítica hacia los tiempos de violencia que se viven en el mundo. “Este montaje es un homenaje a Lavinia, al grito que no escuchamos, a todas las mujeres que siguen muriendo a diario”, escribe la directora a partir de los desafortunados sucesos del personaje de Lavinia (Inés de Tavira), hija de Tito. Un sarcástico Saturnino, por cierto, acerca la obra a la caricatura política cuando exclama la línea: “en mi gobierno no hay rencores”.
Violenta, directa, y en momentos poseedora de un humor oscuro: así es Titus. Pero la obra es ante todo una invitación a la reflexión sobre la corrupción, no de los gobernadores, no del hombre o de la mujer, sino del ser humano y su desenfrenada agresividad.
Titus se presentará del 19 de septiembre al 10 de noviembre de 2019 en el Teatro Helénico, ubicado en Avenida Revolución 1500, Guadalupe Inn 01020, Ciudad de México. Jueves y viernes, 20:30 horas; sábados, 18:00 y 20:30 horas y domingos, 18:00 horas. El costo de las localidades es de $200, $350 y $450. Boletos en taquilla del Teatro Helénico o a través de su sitio web.