El alma ya no es nada más que una leyenda que nos contaron de niños, y que poco a poco ha ido desapareciendo en nosotros.
Elisa Rodríguez Chávez, La cárcel de su cuerpo
Elisa Rodríguez Chávez (Guatemala, 1939) escribe La cárcel de su cuerpo en 1960, antes de incursionar en el género cuentístico. Dos años más tarde, resulta ganadora en la categoría de novela de los Juegos Florales de Quetzaltenango, certamen literario anual de Guatemala. El galardón significaba una puerta de acceso al mundo intelectual, ya que en el siglo XX la ciudad de Quetzaltenango se convirtió en el centro de la acción cultural de Centroamérica por su impulso a proyectos artísticos y por ser un punto de encuentro para poetas y escritores guatemaltecos.
Cuando hablamos de literatura de mujeres latinoamericanas, es común encontrarse con autoras de México y Sudamérica, pero las aportaciones de las escritoras centroamericanas quedan relegadas. De hecho, en muchas ocasiones, ni siquiera se necesitan figuras externas que limiten o censuren la labor literaria de las escritoras. La misma Elisa Rodríguez Chávez explica que nunca se interesó en publicar La cárcel de su cuerpo, una novela de corte romántico e íntimo; en cambio, Cobre de oro, su segunda novela, no dudó en compartirla con el público porque trataba temas de interés para la Universidad de San Carlos: la confrontación político-académica de los claustros.
Magdalena, la protagonista de la historia, es una joven huérfana acomodada cuyos intereses se reducen a la pintura y al cortejo. Su único hermano, estudiante de Medicina, así como su abuela siempre actúan en función de sus caprichos y órdenes, pues goza de una belleza e inteligencia inconmensurables respecto al mundo que la rodea. Al creerse diferente, tiende al aislamiento y la soledad. Es una adolescente de dieciocho años que necesita sentirse adulta. A lo largo de la obra, Magdalena va evolucionando; esto es, se producen diversos cambios que posibilitan la identificación de un público joven con el proceso de crecimiento del personaje principal. El eje estructural de esta novela guatemalteca reside en la reflexión introspectiva y el cuestionamiento-(de)construcción de una personalidad ensimismada, arrogante, narcisista y soberbia.
Como no había amado nunca, su alma acostumbrose desde tiempos antes a la idea de que ella no podría jamás conocer otro amor que el desenfrenado que sentía por sí misma.
Elisa Rodríguez Chávez, La cárcel de su cuerpo, La Novela Corta, p. 47
En el género romántico, la amada adquiere el rol pasivo y dependiente, mientras que el amante se encarga de arriesgar, conquistar, rescatar y funcionar como soporte emocional; dicho en otras palabras, de protagonizar la acción. No obstante, en la actualidad los conceptos de “amor romántico”, “enamoramiento” o “matrimonio” no resuenan del mismo modo que en otras generaciones.
A pesar de que todos los vínculos de Magdalena obedecen al binarismo de género y la heteronormatividad, la autora plantea al amor solamente desde la perspectiva femenina. Durante toda la narración, la joven está en un diálogo consigo misma para describir qué busca en un hombre, qué siente, cuáles son sus ambiciones, cómo sus prendas de ropa tienen un papel esencial en su comportamiento, con quién se relaciona mejor, entre otros cuestionamientos:
A su lado, sentíase un tanto empequeñecida, opacada un poco su brillante personalidad por las recias maneras de aquel hombre fantástico. Quería luchar con él, anularlo, hacerlo arrastrarse a sus pies como un perrillo, implorándole la luz de una mirada sola…
Elisa Rodríguez Chávez, La cárcel de su cuerpo, La Novela Corta, p. 48
El imaginario de la mujer pérfida y cruel ha estado presente durante siglos en la literatura. La femme fatale se caracteriza por su fuerte temperamento, su carácter voluble y su autonomía: una mujer irresistible y sumamente peligrosa. Magdalena, al igual que una femme fatale, quiere al “otro” desde su egoísmo, su soledad y su falta de autoconocimiento. El interés de los demás depende de su “yo”. Sus parejas no sirven como compañía, los hombres se convierten en adversarios y ella busca dominarlos con el objeto de construir vínculos a partir de la desigualdad y la dependencia.
Los hombres mayores se interesan por la joven: su maestro, los amigos médicos de su hermano, empresarios y expositores de arte. Los pretendientes de la protagonista son hombres exitosos, inteligentes, poderosos y venturosos. Estos rasgos congenian con su ambición, ya que entre más grande es el éxito y la fortuna de sus parejas, más crece el ego de Magdalena.
En el siglo XX, la participación femenina en el espacio público significó un cambio en el modo en cómo se relacionaba la mujer con su alrededor. En este sentido, Elisa Rodríguez Chávez presenta una protagonista que se enfrenta a un mundo urbano en constante cambio. Magdalena entra a la universidad, estudia una carrera, trabaja y vive de su arte; es decir, para insertarse en el ámbito público tiene que replantearse su identidad. Ella obedece a sus instintos y deseos mientras se pelea consigo misma por no entender qué siente cuando está a solas con hombres. Vive en conflicto como seguramente ocurrió con muchísimas mujeres en esta etapa de transición de la esfera privada a la esfera pública.
La versatilidad con la que se describe la apariencia de Magdalena demuestra la atención a los detalles por parte de la autora. En ningún momento se vuelve reiterativa la insistencia en resaltar su insuperable belleza, a pesar de que se alardea constantemente sobre su piel, cabello, labios, vestidos, zapatos, color de ojos, etc. El aspecto físico de Magdalena cambia con el transcurrir de los años, al igual que su mirada hacia los hombres.
Soñó que era una mariposa con alas grandes, hermosas, llenas de vistosos colores, que volaba y volaba sobre la inmensidad de un mar agitado cuyas olas subían, subían gigantescas casi hasta confundirse con el cielo…
Elisa Rodríguez Chávez, La cárcel de su cuerpo, La Novela Corta, p. 65
Toda la vida como mujeres hemos leído textos escritos por hombres y nos hemos identificado con muchos personajes masculinos. La autora, bajo una mirada de individuo socializado desde el binarismo de género, describe detalladamente los cuerpos, las formas, los movimientos y los encuentros físicos entre los amantes y la amada. Elisa Rodríguez Chávez traza la unión de los cuerpos idealizados de los personajes de manera romántica y gentil. En otras palabras, construye una feminidad conservadora acorde a su época: los años sesenta en Guatemala.
A su vez, la maternidad forma parte esencial del concepto de feminidad. Ésta se presenta a la joven pintora en un momento imprevisto. Ante el inexistente planteamiento de ser madre, se abre un nuevo mundo de significados y estereotipos. A pesar de sentir una emoción genuina por la noticia, la protagonista no termina por cumplir el rol hegemónico de la maternidad. Una madre prototípica sería incapaz de separarse de su hijo a una edad muy temprana y ella aprende a renunciar a él. Magdalena rompe con este molde no sólo al desistir del cuidado de su hijo, sino también al conseguir la admiración del padre y de la gente que la rodea por la “templanza” de su carácter. Así, ella vuelve a ensimismarse y encerrarse en su propia soledad, tristeza y amargura.
Elisa Rodríguez Chávez toma los modelos masculinos del género narrativo y los adapta a una historia protagonizada por una joven moderna que intenta averiguar por su cuenta quién es para configurar su identidad. En esta novela se implanta una sensibilidad que problematiza la identidad femenina dentro de los roles tradicionales.
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