En tiempos contemporáneos, los paradigmas sobre el género, la identidad y la belleza encuentran cada vez más cuestionamientos y cambios de rumbo. Los cuerpos exceden los límites de las clasificaciones, las identidades maximizan sus posibilidades y el género se performa desde la estética y el arte. El reciente auge del drag en los productos culturales macro y microescalares no deja de ser el resultado de un profundo proceso de transformación que las disidencias sexo-genéricas se han esforzado por impulsar. Eso no significa que las violencias dejen de ser vividas ni que la opresión desaparezca de aquellos sujetos que rompen la norma. En este contexto, surge Lady Dragbeth, de Fabian López, un producto que se encuentra a medio camino entre el show drag y el monólogo dramático.
En este show-obra la intensidad de la exploración interna que permite su parte dramatúrgica se combina con la flexibilidad multidisciplinaria que permite su parte drag. El resultado es una exploración de las violencias explícitas vividas por las disidencias, pero también una alegre celebración del make up, el lip sync, el vogue y la cultura pop. Más de diez canciones que van desde Beethoven hasta Belanova conviven en una sorprendentemente sólida reflexión sobre las desventajas estructurales, las espadas en el corazón y las guerras ocultas.
Lady Dragbeth, al ser una clara referencia a Shakespeare, está condenada a la desdicha —todos sabemos qué pasa en el último acto de las tragedias del dramaturgo inglés—, no sin antes mostrar una introspección de los amores y secretos de una bruja “maricona” con un amplio sentido político. Los espectadores asisten a El cuarto oscuro, la guarida de Lady Dragbeth, en donde su diario, su correspondencia, sus adivinaciones y sus monólogos cobran relevancia para entender la guerra que el reino libra.
Por supuesto, el trasfondo bélico de un lejano reino no es más que una metáfora para referirse a los golpes continuos que propina la heteronorma a quienes se atreven a transgredirla. Sin embargo, esta metáfora no llega a asentarse por completo en la obra, lo que deja a Lady Dragbeth por poco desprovista de referencias más allá de la música de los dos mil y la subcultura, sobre todo, gay. Grindr, RuPaul, el tarot, la vida nocturna, los oráculos y el amor romántico son ordenados y desordenados a manera de collage a lo largo de casi dos horas.
El nombre de la obra, que al mismo tiempo es el nombre de la protagonista, es un juego de palabras muy inteligente que no encuentra demasiado eco en el desarrollo de la trama, pero no creo que ese haya sido el cometido de su autor. Es cierto que el show-obra busca cuestionar los binarismos y lo universal, lo cual resalta el hecho de que la referencia obvia al pensar en el desarrollo de su personaje sea la literatura universal por definición: Shakespeare. Me parece que Lady Dragbeth habría ganado mucho desapegándose de esa noción y centrándose en contar cómo lo personal de su relato es político y transgresor.
El show-obra presenta reflexiones afiladas sobre las experiencias violentas, las injusticias y la marginación. Incluso en ocasiones puntuales se presentan interacciones con el público, las más de las veces son divertidas y casuales, pero otras son intensas y llevan pensar el contexto estructural de los crímenes de odio y la opresión. Se apuntala también cómo las disidencias se ven aspirando ideales hegemónicos que las convierten en víctimas del sistema que los promueve. Pero es cierto que la crítica no es tan severa con temas tan inmediatos a ella como el amor romántico, el heteropatriarcado y la captura de la diversidad sexo-genérica en manos del capital y la justicia moral.
Pero este show-obra no deja de ser una propuesta híbrida y potente que se atreve a traspasar las fronteras entre la teatralidad literaria de las puestas en escena y la teatralidad drag de los shows con el objetivo de desestabilizar otras concepciones culturales. El performance muestra rasgos vigentes de la discusión social y la política del género, la identidad y la preferencia sexual. Lady Dragbeth está disponible los jueves de agosto de 2022 en El77 Centro Cultural Autogestivo de la Ciudad de México. Los boletos se pueden conseguir en taquilla o en Boletópolis.