Ésta es la historia de un poeta que interioriza su muerte inminente, pero que no pierde las ganas de conocer los últimos resoplidos que la vida le aguarda. Es la expresión de la muerte como algo que concluye, pero sin renunciar a vivir plenamente hasta el final. Y es que todos y todas pensamos a menudo en nuestra muerte. Nos preguntamos si supondrá el fin de nuestra existencia en la tierra, si existe el “más allá” y, si es así, cómo será, si nos reencontraremos con nuestros seres queridos ya fallecidos, si nos reencarnaremos en pájaros o canguros, o si finalmente resulta ser todo una artimaña y no existe nada más que el olvido perdido en medio de la oscuridad de nuestro eterno descansar. Hay quien dice “vivamos y que pase o lo que tenga que pasar”, y Joan Margarit (Sanaüja, Lérida, España, 1938-2021) era uno de ellos. Animal de bosque (2021) es su último libro que escribió, ya enfermo, justo antes de partir.
Joan Margarit Consarnau fue uno de los poetas catalanes contemporáneos más reconocidos de nuestro tiempo. Nacido en este pequeño pueblo catalán, en plena guerra civil española, desde muy pequeño aprendió el valor del esfuerzo y a sobreponerse a los momentos difíciles. Por culpa de la guerra, su familia tuvo que cambiar varias veces de domicilio, hasta establecerse finalmente en Barcelona, en el año 1948. De joven estudió arquitectura y se graduó como tal en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. Más tarde, en 1962, conoció a Mariona Ribalta, mujer con quien se casó y tuvo tres hijas, dos de las cuales fallecieron.
Margarit empezó a publicar poemas en 1963, pero no fue hasta diez años después que se daría a conocer con Crónica (1975). Se definía como un poeta bilingüe, ya que escribía poemas en lengua catalana y española. De hecho, aseguraba amar ambos idiomas, aunque “el primer poema siempre tenía que ser en catalán”. Era su lengua nativa. Algunos de sus libros más conocidos son Joana (2002); Casa de Misericordia (2007); Aguafuertes (1998), que contiene su pasado como hijo, su vida en Barcelona y su familia; Estació de França (2002), donde Margarit huye del uso de la cultura como algo fastuoso y la muestra pegada a la vida; y Cálculo de estructuras (2005), que está dedicada a su profesión como arquitecto. También recibió varios premios literarios como el Premio Nacional de Poesía (2008), el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2017) o el Premio Miguel de Cervantes (2019). Finalmente, murió el 16 de febrero de 2021 tras un largo padrcimiento de cáncer.
Animal de bosque es un poemario publicado en el año 2021, justo después de la muerte del poeta. El título del libro refleja el mensaje de sus poemas; según él, todos somos animales de bosque que nacemos y vivimos en un entorno desapacible, y cuando sentimos que la muerte se acerca nos refugiamos para encontrar la paz necesaria para desaparecer.
Con un estilo totalmente novedoso y fiel a su forma de entender el mundo, Margarit nos acerca a sus entrañas movedizas para hacer balance de su vida y transmitirnos sus dudas, miedos e inseguridades en relación con la muerte. Conocido por ser el poeta más realista y pragmático de nuestros tiempos, el autor catalán nos recuerda que “la poesía debe ser verdad”, y que el hombre fuera de ella se encuentra en la intemperie. En todos sus poemas abunda el verso libre, y explica la realidad con total claridad, no hay tapujos en sus medidas palabras. Él cuenta la cruda autenticidad de los problemas que le rodean, e intenta exponer con pasión los momentos más duros de su vida. Un buen ejemplo de esto es el poema «Una hija», que Margarit dedicó a su hija fallecida, Joana:
Pasan los años inútilmente si se trata de apaciguar la pena por haberte perdido. No me queda más deseo que la nobleza de no poder detener las lágrimas por ti. Y de no haber olvidado ese instante preciso, como cuando un golpe de viento desprende la llama y se la lleva por el aire hasta que apaga la vela. ¿Eres tú quien está lejos de mí, o yo de ti?
Empieza a hacer muchos años que puedo oír —como el sonido leve que hace, al caer, una hoja— la propia nostalgia de un mundo que pueda amar por su belleza. Lucho para poder decir: no sé dónde estarás. Y que no me rompa el corazón saber el significado de que no estés.
Joan Margarit, Animal de bosc (traducción del catalán), Edicions Proa, 2021
El recuerdo de sus hijas es uno de los temas más recurrentes en su poesía. El dolor por haber visto desaparecer a sus seres queridos en edades demasiado tempranas le instigó a refugiarse en la intimidad y la solitud de la escritura: “porque he vivido tantos años viendo morir / a los que amaba”, dice en uno de sus poemas. Asimismo, no todo en Animal de bosque es triste ni dramático. Margarit también habla de sus amigos, del arte (una de sus grandes pasiones junto con la música clásica), la arquitectura y las ganas de vivir, a pesar de todo. También dedica sus primeros versos a su mujer, Mariona Ribalta (la Raquel de sus poemas).
Uno de los rasgos característicos del poeta, que deja reflejados en esta obra, es el significado que le da a la vejez. Para él, como para Rilke, todo en la vida es niñez; la vejez, en cambio, es el retorno a casa. En el momento de morir partimos hacia nuestro origen, donde no hay atajos ni caminos asfaltados, sino la complacencia de haber vivido una vida plena. Así lo expresa en estos versos:
Raquel, has querido a un solitario
Joan Margarit, Animal de bosc (traducción del catalán), Edicions Proa, 2021
que se acerca demasiado donde empieza el misterio.
Es el final, volvemos a casa.
Joan Margarit, pese a haber vivido varias desgracias, nunca perdió las ganas de vivir ni dejó de ser un auténtico enamorado de la vida. El título del libro así lo refleja.
Este poemario será de gran ayuda para todas las personas que quieran encontrar un sentido profundo y, sobre todo, verdadero a la existencia. Es una lección de cómo encontrar belleza en un mundo que ha enterrado bajo tierra todos los sueños de un hombre bueno, que no quiere abandonar a nadie porque sabe lo que esto significa. En el mundo occidental, la muerte se vive como un acontecimiento trágico y extremadamente doloroso debido a la angustia que significa perder a un ser querido. Nunca más vamos a volver a ver a esa persona (al menos que sepamos) y eso nos genera un vacío imposible de llenar. Los funerales son tristes. La familia y los amigos lloran y se consuelan entre ellos, intentando buscar esa hebra de esperanza que les prometa un nuevo reencuentro con la persona fallecida, porque la vida debe trascender siempre a la muerte.
En algunos países como México, patria para la cual tengo el placer de escribir a través de esta columna, la muerte se vive de forma sustancialmente diferente respecto a otras partes del continente americano o a Europa, por ejemplo. En México, el Día de muertos, celebrado el 1 de noviembre, los cementerios se llenan de gente que lleva comida, bebida y música para pasar el día, y los hogares están llenos de fotografías de los difuntos para que sean bien recibidos. Además, muchas personas escriben calaveritas literarias (versos dedicados a los familiares que ya no están). Otra demostración de que la muerte puede ser algo más que un triste adiós es Tana Toraja, una región en Indonesia conocida por sus excéntricos rituales funerarios. Los toraja se preparan para la muerte desde muy jóvenes. Ellos creen que los difuntos viajan hasta la Puya (la tierra de las almas), motivo por el cual quieren facilitarles el camino con bailes, canciones y comidas multitudinarias. Incluso llegan a convivir con ellos durante meses en el mismo hogar porque nunca les consideran muertos del todo.
En definitiva, nuestro paso por la tierra está lleno de grandes momentos que nos llenan el alma de energía, vitalidad, experiencias y buenos recuerdos, pero también debemos saber lidiar con el dolor y el sufrimiento, sentimientos totalmente arraigados a la especie humana. Joan Margarit nos enseña en Animal de bosque que la vida sólo vale la pena si la vivimos con los cinco sentidos puestos, y que hasta estando enfermo y a punto de morir, es posible ser un poco menos infeliz.