A la memoria de todos los estudiantes que nos hacen falta
A mis colegas estudiantes de literatura:
Hace unas semanas escuchaba a Javier Sicilia contar la forma en la que Paul Celan había abandonado la poesía porque no concebía volver a escribir en alemán, la lengua que hablaban los nazis asesinos de sus padres.
El poeta que dejó la poesía y líder del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad decía que era imposible escribir literatura y, en particular, poesía, en la misma lengua con la que el crimen organizado ha escrito mantas para amenazar ciudades enteras; con la que se le grita a los secuestrados: ‘¡No te muevas o nos chingamos a tu familia!’; con la que se les dice a las mujeres violadas: ‘Eso te pasa por puta’. ¿Cómo podemos escribir poesía si el lenguaje ha perdido toda su capacidad de significación? ¿De qué manera nuestra lengua puede volver a crear belleza si ha sido ultrajada?
Esta semana, una estudiante de literatura fue asesinada. Otra lleva desaparecida casi un año. El sábado 6 de abril, Dana Lizeth, estudiante de la licenciatura en literatura hispanomexicana de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, fue encontrada apuñalada. Desde el 27 de abril de 2018, Mariela Vanessa, estudiante de segundo semestre de letras hispánicas en la UNAM, no ha llegado a casa.
En respuesta a la impunidad de las autoridades para atender ambos casos, estudiantes, maestros y familiares han respondido con marchas, conmemoraciones, jornadas de búsqueda; porque no podemos estar aquí, hablando sólo de libros y las estrategias narrativas de moda mientras nuestras compañeras desaparecen, mientras la violencia penetra cada vez más dentro de nosotros y nuestras vidas diarias.
No podemos hablar de la formación de una disciplina, de la falta de crítica en México, de la creación de una literatura nacional, consintiendo los crímenes con nuestro silencio, si no podemos asegurar a las mujeres que forman parte de nuestros círculos y comparten con nosotros el amor por ese objeto llamado libro y esa abstracción a la que nos gusta llamar literatura. No podemos permitirnos la posibilidad de hacerles creer que somos indiferentes.
Por ello hoy tomo este espacio para nombrar a mis compañeras, para evocar su nombre y así permanezca, pero también lo tomo para preguntarnos: ¿Qué hacemos? ¿Cómo respondemos? ¿Buscamos en los libros una manera de huir o, a partir de ellos, buscamos maneras de reconstruirnos como comunidad y elaboramos una respuesta al terror, a la sangre, a la oscuridad?
Admiramos heroínas ficcionales, reivindicamos autoras, publicamos nuevos estudios desde el feminismo pero somos incapaces de poner el cuerpo en la defensa de la integridad y la vida de las mujeres. Es inadmisible que pugnemos por las fallas del sistema y nos escondamos cuando ocurre algo con lo que no sabemos o nos cuesta lidiar.
La palabra, que de la que nos preciamos sea nuestro objeto de estudio, tiene el poder de ser un punto de encuentro y también tiene la capacidad de crear opciones, construir puentes de diálogo. La palabra es bella pero también puede (y debe) ser radical. Puede ser utilizada a modo de protesta, como grito desesperado, como lamento desolado y también como arenga de lucha, como clamor a la unión, como susurro de intimidad fraterna.
Nuestra responsabilidad política no se encuentra limitada a mantener viva la afición por la lectura y a ser guardianes de la lengua, si no, a mi parecer, debe estar enfocada hacia un uso social de la palabra, que puede ser bella y combatiente a la vez.
Denunciar y hacer visibles las violencias que laceran nuestra existencia y convivencia, cuestionar nuestros comportamientos y diseñar propuestas para cambiar los errores es la primera parte del proceso. Pronunciémonos sin miedo y con fuerza para que ninguna voz sea de nuevo acallada y recordemos, finalmente, que la disciplina sólo es posible por quienes la conformamos. Hagámonos oír para que nunca más una de nuestras colegas haga falta entre nosotros.
Autor: Giselle González Camacho Chiapaneca que a veces escribe. Me interesan las literaturas populares, el origen de las palabras, el trabajo comunitario y la escritura femenina. |