Categoría: La nota moderna

Un espacio de apreciación musical a partir de algunos compositores representativos de la época.

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Steve Reich: El oído del esteta a través de «Drumming»

Existe un pulso único para cada corazón, pues el tiempo circunda a todas las criaturas. Al acumularse, los pulsos generan un patrón infinito y cambiante, susurrando con los tambores de arterias el ritmo de una música inmensa e inteligible que se construye, desfasa, acentúa y destruye. Pronto, dentro del caos emerge una figura. Una luz que trasluce desde dentro nos hace presentes las siluetas de ritmos pequeños que sueltan su aroma y desaparecen invitándonos a buscar su olor. Nos aventuramos a su encuentro.

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Thomas Adès: Las melodías navideñas de «Fayrfax Carol»

En el centro de la oscuridad interminable, brilla el cálido encuentro entre los padres y el niño. El infinito potencial de su luz se rodea de ternura y protección. Las líneas que se cruzan dentro de sus corazones se extienden durante los días más allá del ciclo eterno de las estaciones, dibujando cruces también dentro de los nuestros. El escarnio y la pasión nacen de nuevo con cada niño. Trazos eternos de su destino son dibujados por la voluntad de un dios que nos ciñe al centro del mundo, donde yace y se trasciende el mayor sufrimiento. A quien conoce el origen y dirección de estos trazos, se le presenta el presente y el futuro como uno solo.

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Fermín León: «Titánide» (notas al programa)

Esferas de luz, color y aroma forman cúmulos que se mueven libremente en el espacio. Sus colisiones trazan estelas de vapor que se difuminan con el tiempo. Las trayectorias entre un cúmulo y el siguiente dibujan la constelación de una joven justa y bella. La pureza destella sobre su cuerpo permanentemente suspendido en el cielo.

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Giacinto Scelsi: Una sola nota y cuatro piezas para orquesta

El antepasado unicelular, en su forma de potencial infinito, permanece a la orilla del caldo primigenio. En la falda de la primera montaña una sola piedra contiene dentro de sí paisajes. Los delgados trazos dibujados en su superficie cuentan con un solo punto la vida y muerte del macrocosmos. En el siglo XXI, diez millones de visitantes se deslizan cada año por las calles de Florencia, mientras que en un pueblo de cuatrocientos habitantes, dentro de un grano de sal incrustado en el quinceavo ladrillo a la izquierda de una enredadera, brota iridiscente la armonía que envuelve y describe con exactitud el tiempo como es en verdad: una sola nota, infinita, enorme, dentro de la cual todos los sonidos posibles son contenidos.

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Frank Zappa: “Tornado del punto G”, el significado de la música

Cualquier cosa, a cualquier hora, en cualquier lugar por ninguna razón en lo absoluto. Una pareja se desviste frenéticamente y don Quijote se enfrenta a las ovejas mientras las trompetas anuncian la llegada del vendedor de aspiradoras que con una ceja en lo alto te mira por el picaporte. Cuartas paralelas en Si dórico son las bragas y corbatas se deslizan cuesta abajo desde el tendedero. Son dos viejos bailando un vals que quiere ser tango. Son cascadas y chorros placenteros que escurren por los húmedos lados de una botella. Veinte minutos después, tras bambalinas, Frank Zappa aún escucha los aplausos.

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Andrew Norman: «Espiral» y la nueva generación estadounidense

Con sus dedos torpes, el ánima infantil arroja una canica sobre la superficie del embudo. Su trayectoria parcialmente circular produce un murmullo sigiloso. El espiral se imprime en tus ojos, su patrón hipnotizante transporta el sueño arcano al mundo. Girando constantemente, se deslizan en su apareamiento las serpientes del caduceo, el doble hélix inmerso en sangre. En la calle de vórtices celestes giran planetas y satélites. Con un lápiz dibuja la escalera del infinito. La rotación perpetua de la vía láctea destella. Inmensa gravedad y *ping* cae la canica.

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Gabriela Ortiz: «Patios Serenos»

El primer muro que se erigió trajo consigo la frescura de la sombra. La briza trazó nuevas danzas que le rodeaban. Me vi reflejado en él y en su altura. Nuevos muros le siguieron, planicies verticales de colores vivos, y pronto el susurro de las serpientes se desvaneció en inocuos lazos de luz sobre la piedra y, de lo que antes era el espacio infinito, emergió un patio amurallado. El agua encuentra su camino entre los peldaños de ladrillo, y dentro de las vasijas su gorgoteo renueva el tiempo inmóvil. Entonces, el verde atemporal visita el patio y lo transforma en su jardín: dibujos de vida colgando en racimos por los bordes del refugio personal que ha sido construido como albergue de toda emoción.

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John Adams: «Lollapalooza»

Pulso. Se acerca. Las venas de la tierra se ensanchan y todo respiro siente el ardor cálido de la expectativa. Un resplandor. Manos de niños trazando un arcoíris tornasol pavimentan con pétalos volátiles las calles. Voluptuosos, escandalosos, atractivos y brillantes los sonidos que desfilan. Desfasados, pero en la comunión de un solo impulso. Poseyendo incontables sonrisas de todos los colores, marcha en procesión desenfrenada el evento más excepcional. El puente entre las sensaciones y las palabras es en su mejor momento solo una imaginación. Cuando tu cuerpo sucumbe, en un empuje apasionado, frente al festejo extraordinario tu voz desconoce conceptos, sólo permanece el cosquilleo onomatopéyico sobre tu lengua de la sorpresa absoluta: lollapalooza.

Nacido el 15 de Febrero de 1947 en Massachusetts, E.U.A., John Adams fue llamado por la música por primera vez a sus diez años, cuando escuchó historias de un virtuoso niño que componía bellas sinfonías de nombre Mozart. De inmediato y sin un solo conocimiento previo quiso sentarse a componer sinfonías, sus padres que percibieron su interés alimentaron su curiosidad acercándole a sus primeros estudios musicales

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Maurice Ravel: amanecer, «Dafnis y Cloe»

Verde es el color de la pasión que inunda desde tus ojos el paisaje primaveral. La helada calma se derrite sobre las raíces que sueltan sus aromas de piedra y sangre. Durante la gran mañana traída del cielo por las aves, la tierra se vela por el calor de girasoles, rubores jóvenes y pétalos vanidosos. Iris cristalinos, besados por la luz que ha llegado para quedarse, riegan sobre la tierra poesía lozana, alimento de las abejas. Por fin la respuesta al rezo de un hombre en forma de amante suena en el valle, un dios eterno de todo lo natural mira en ti un reflejo de su amor eterno. Reposa el sol sobre la tierra. El erotismo de los tulipanes al nacer se perpetúa en la reunión de lo que debe estar junto. Dafnis se ha reencontrado con Cloe.

Maurice Ravel, nacido el 7 de Marzo de 1875, creció en Francia como el primer hijo de un matrimonio feliz. Su padre, altamente educado, dedicó tiempo a la formación de sus dos hijos enseñándoles de ciencia y cultura, de donde nació el primer gusto de Maurice por la música. Desde sus primeros años de estudiante demostró un entendimiento intuitivo del lenguaje musical, ingresando a sus 14 años al conservatorio de París; primero como pianista y después como compositor bajo la tutela de Gabriel Fauré. Su personalidad altamente individualista le causó dos expulsiones, lo que lo atrajo hacia otros artistas renegados que formaban parte de un grupo difuso conocido como Los apaches. Entre ellos llegaron a participar compositores como Ígor Stravinsky, Claude Debussy, y Erik Satie, quieres fueron un fuerte estimulante para Ravel, quien escribió varias de sus obras más reconocidas en la primera década del siglo XX.