Mi existencia empezó con su deseo.
Siempre soñó conmigo. Ahora yo estaba ahí, sólo para ella.
Creación literaria. Narrativa, poesía, minificción y otros híbridos.
Mi existencia empezó con su deseo.
Siempre soñó conmigo. Ahora yo estaba ahí, sólo para ella.
Ilustración de Bernardo Fernández, Bef
Quién dijo que tu cuerpo era hombre.
Quién le impuso ese destino
de ejército de demonios,
destructor de planetas,
paseante de cadáveres.
Sólo
una
palabra
basta
para
que huyan
todos
los demonios,
desaparezcan
los maleficios,
pierda
su
nombre
el Diablo.
Sus ojos estaban fijos en la presa que confiada e indefensa ignoraba que aquellos serían los últimos minutos de su vida.
ella estaba hecha completamente de cristal
uno no podía acercársele y respirar cerca
porque se podía quebrar
estaba alto, como esas vitrinas que uno
no alcanza a ver bien
y ahí arriba un poco brillaba y un poco no
ella tan de cristal y yo tan de carne y piel
que si me acercaba podía resquebrajarse y
las astillas se me clavarían en mi piel
blanda y titubeante ante la vitrina
Recuerdo haber escuchado esa palabra llamándome en labios de algún compañero de la Fundación para las Letras Mexicanas unas semanas después de iniciado mi recorrido en el área de Dramaturgia con el maestro David Olguín, quien generosamente me aceptó como oyente en el grupo de la generación 2018-2019. Me incorporé como escucha para saciar mi inquietud en torno a ese género que me había repelido por años.
La noche de la fiesta no pude evitar recordar la primera vez que Sara y yo mantuvimos una conversación, aunque fue más bien breve y no creo que haya sido tan memorable para ella. Lo que más me cautivaba de su aspecto eran sus ojos, tenía unas pestañas largas perfectamente maquilladas y cada que sonreía su mirada se achicaba con ternura. Durante meses esperé la oportunidad para acercarme a ella, pero no obtuve éxito, por eso mi sorpresa fue grande cuando la vi entrar por la puerta.
Ilustración de Paulina Bejos
Lo que sobra es tiempo, me dije,
debajo de estas múltiples capas
de firmes células palisades y protector ácido palmítico;
al resguardo del pretoriano aceite de colza
ningún hongo me aquejará, lo sabía.
Si alguna bacteria lo intentó,
se perdió en el microscópico laberinto
del escolta pericarpio que me envuelve.
Soy una fortaleza minúscula, pero infranqueable.
Tiempo es lo que me sobra, me dije.
El Holoceno apenas comenzaba.
Aunque lo sujetaba firmemente en la mano derecha, a la niña se le escapó el tiempo. Estaría, quizá, entre las arrugas de su rostro.
El sol quema y sus plumas negras hierven como brea.
Están en la Costa Verde poseídos por el hambre.