«La noche avanza» o las distintas formas de la fatalidad – Reseña de Demetrio Gutiérrez

El cine negro mexicano alcanzó muy temprano su cénit. Marcado por el carácter trágico de sus protagonistas, parecía predecir su propio y apresurado final; vibrante en los años treinta y cuarenta, para mediados de los setenta ya no existiría sino por contadas y notables excepciones. No obstante, el auge del cine negro dejó tras de sí una serie notable de películas, varias filmadas por un mismo director: Roberto Gavaldón, quien no sólo estuvo a cargo de la memorable Macario (1960), gran relato fantástico, sino que también contribuyó al género negro con películas como La otra (1946), La diosa arrodillada (1947), En la palma de tu mano (1951) y la que nos junta hoy: La noche avanza (1952).

La noche avanza, estrenada en 1952 y fotografiada por el maestro Gabriel Figueroa, sigue la historia de Marcos Arizmendi (Pedro Armendáriz), jugador de pelota vasca que presume ser el mejor del mundo. Así lo dice la prensa, además del público que llena los estadios para verlo y parecen reconocerlo sus compañeros de vestidor, quienes se enfrentan a él cuando su soberbia acaricia la violencia. 

Sí, yo soy Marcos, estoy acostumbrado al triunfo, y todos también se han acostumbrado a verme triunfar, es lógico: nadie se fija en los fracasados, ni siquiera en el grado suficiente para acostumbrarse a sus fracaso, por eso no dejaremos nunca de ser los vencedores. Yo soy de los victoriosos, de los fuertes. Los débiles merecen su destino lamentable y sin grandeza.

Marcos Arizmendi (Pedro Armendáriz), La noche avanza, 1952

Pronto se delinea el conflicto: un taquillero de apuestas, Armando Villarreal (Carlos Múzquiz), odia a Marcos, pues su hermana, Rebeca Villarreal (Rebeca Iturbide), es pareja romántica del pelotero. Un mafioso llamado Marcial (José María Linares-Rivas), a quien Armando le debe dinero, corteja sin éxito a la amante del deportista, Lucrecia (Eva Martino). Mientras, Marcos se pasea con otra antigua amante, Sara (Anita Blanch), que ha llegado en busca de su amor y parece haber heredado una gran fortuna. Marcos le promete a Sara dejar a Rebeca y a Lucrecia e irse con ella a Cuba. La oportunidad se dará la próxima semana, cuando inicie su gira internacional. Marcos confronta a Marcial por sus coqueteos con Lucrecia; al día siguiente Rebeca le revela que espera un hijo suyo y él la desprecia, lo que alía en su contra a Armando y Marcial. Ellos lo extorsionan para que pierda su último duelo en México, pues a través de las apuestas tal derrota los volvería inmensamente ricos, pero Marcos, rechazando terminar su racha invicta, vence con categoría, por lo que deberá conseguir el dinero que salde sus deudas con los conjurados o poner en riesgo la vida. No obstante, su destino lo alcanzará por otro lado.

Marcos será, en última instancia, víctima fatal de la hýbris que ha sembrado por el mundo. Diosa Hýbris, hija del Erebo y de la Noche, según la tradición guardada por Hesíodo:

Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. Puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía.

Heródoto, Historia VIII. 10

Es válido preguntarse si la insensatez de Marcos es una condición fatal en el amplio marco de las sociedades humanas. Si es inevitable el surgimiento de aquellos que, aclamados por las multitudes, en el deporte o en la cultura, pierdan la razón. “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”, habría dicho Eurípides. La locura de Marcos toma la forma de la insensatez. Soberbia que invade todas sus relaciones como un veneno o como la sangre al cuerpo.

Sin embargo, Marcos no es la única víctima del destino. Las mujeres también lo son y con mucha mayor crueldad. Tres son las mujeres que se cruzan en su camino: primero, su pareja actual, Rebeca Villarreal, quien enfrenta el abandono de Marcos cuando le revela su embarazo; después, su amante, Lucrecia, cantante en ciernes a quien apenas conoce y objeto del deseo que causará el conflicto entre Marcos y Arizmendi, de ella no sabremos mucho más; finalmente, Sara, antigua pareja de Marcos y con quien, se nos dice, realizó hace años un viaje a Turquía antes de separarse definitivamente.

Es Sara y la historia de su relación con Marcos la piedra angular que permite apreciar a gran escala las relaciones entre géneros dentro de la película. Si bien al principio su reencuentro está lleno de elogios a la belleza mutua, melancolía y evidente coqueteo, cuando Marcos se ve en la necesidad de recurrir a las riquezas que Sara le presumió, la farsa se revela. Sara, quien ha caído en la miseria, busca en Marcos revivir un vínculo que le permita recuperar su estilo de vida; Marcos, quien codicia su riqueza y la necesita para pagar su deuda con Marcial, desespera cuando Sara le confiesa su condición. Condición que no se agota en su miseria, sino que se extiende a su cuerpo; Marcos es claro: ya no es bella ni es rica, la memoria no importa más. Dignidad que se agota de mano de la feminidad. Luego viene el crimen.

No es una idea solitaria, ya Juan Rulfo trató el mismo tema en su cuento «Es que somos muy pobres»; el carácter trágico de la feminidad tradicional. En el cuento, una niña pierde durante una inundación a la vaca y al becerro que fueron su regalo y que eran también los salvaguardas de su destino, pues sus hermanas, merced de su belleza y la necesidad que conlleva la pobreza, se dedicaron a la prostitución. Los padres, avergonzados del oficio de sus dos hijas mayores, trataron de salvar el destino de la menor con los dos animales; la vaca ha muerto, hallar al becerro con vida es todo lo que queda, pues debajo de las ropas crece ya en la niña aquello que encenderá, sin quererlo, al deseo. Deseo que trabaja contra su candil, pues este mundo es cruel con la belleza; somete y reduce a quien la porta. Es tragedia, pues la madurez del cuerpo es irremediable, también lo es crecer en el mundo que nos toca. Tal es, diría con sorna Joyce, el oscuro oprobio de la feminidad.

Las mujeres en La noche avanza son distintos momentos de un mismo relato; el de la mujer cuya belleza constituye la raíz de su fatalidad. Hay que notar la posición que la película toma. Los crímenes contra ellas son representados como injustos, el desprecio de Marcos alimenta nuestra animadversión. Actualmente, estas ideas son despreciables, pero en su momento fundaron la relación entre géneros; el crimen de Marcos, siempre terrible, cobra en el presente una significación distinta, pues, aunque la película lo caracteriza negativamente, hoy poseemos los conceptos necesarios para juzgarlo a profundidad y notar en él los trazos de un modo de ver el mundo que termina. El antiguo oprobio desaparece. La vejez no es más una condena, ni la belleza una condición fundamental.

Por otro lado, creer que la noche sólo avanza sobre los individuos es no comprender su unidad indisoluble con el mundo. Largas secuencias de pelota vasca inauguran la película, la grada llena y el bullicio general nos hablan de cierta euforia que hoy, dentro del deporte, se encuentra apenas en algunos partidos de fútbol. Luego descubrimos con algunas tomas externas que el juego sucede en el Frontón México, edificio ya anónimo frente al Monumento a la Revolución en la Ciudad de México. Entonces ciudad viva, hoy mole y concreto olvidados. El cine en general, tangente en ocasiones a su propósito original, sirve como repositorio de la memoria. Hemos olvidado que hubo un día en que el frontón y la pelota vasca fueron deportes populares e ilustres. Un estadio enorme descansa en el centro mismo de la Ciudad Universitaria.

La muerte de Arizmendi, hombre público, héroe y leyenda como todos los grandes nombres de la cultura, avecina la muerte de su época. Quedarán los huesos bajo la lápida, también la piedra en los museos, pero reducidos. Con la vida se irán las pasiones; todos a quienes ofendió Arizmendi se perderán también, y la causa de su propia muerte -el desprecio- no existirá sino como anécdota. Historia, simulacro de las pasiones.

Pues lo cierto es que la noche vendrá de nuevo tras de sí misma, con la eterna recurrencia que un día obsesionó a Nietzsche y que Borges recordó una y otra vez. Será cosechado todo el mal que hemos sembrado, nos condenará y luego vendrá el olvido, cuando ya no importe. La última humillación a Arizmendi vino tras su muerte, en la claridad de la mañana que no lo recuerda más sino por los afiches que cuelgan de los muros y que terminarán sin remedio en la basura. Con los años incluso esta misma película será olvidada definitivamente.

La noche avanza, con ella los hombres y las eras desfilan a su final. La noche avanzó sobre aquel México y avanzará también sobre estos días terribles, inevitable.


Autor: Demetrio Gutiérrez (Ciudad de México, 1999). Estudiante universitario. Ha colaborado con suplementos literarios para el diario La Crónica de Hoy, como editor y corrector de estilo para trabajos finales de grado y en la redacción artículos académicos en torno a las ciudades contemporáneas. También ha sido ponente en temas de discriminación étnico-racial. Apasionado de la Generación del 27 y de la Nueva Ola Japonesa.