Ausencia – Cuento de Erika Castillo

Abro mis ojos cada mañana, con la sensación de tu cabello reposando en mi almohada, siento que puedo oler tu perfume, ése que te regalé la tarde que fuimos a pasear sin rumbo y que no dejaste de usar un solo día desde entonces, volteo lentamente y sólo puedo ver el vacío a un lado mío; los recuerdos de tiempos pasados llegan a mi mente, cuando temprano te escuchaba andar por la casa, siempre fuiste un pajarillo madrugador que con un beso me despertaba cada mañana; ahora me despierto a falta de querer soñar, porque cada vez que cierro mis ojos mi mente quiere ir a donde tú estás.

Mi rutina es la misma, café negro y el periódico junto a la ventana; luego un libro, lento pasan las horas, la lectura es interesante y quiero compartirla contigo, levanto mis ojos y digo tu nombre, recuerdo… Ya no estás aquí.

Camino por la casa recordando los momentos de nuestra vida juntos, tuvimos la bendición de ser felices con las cosas simples de la vida. Las fotografías que descansan en las paredes me cuentan las historias que vivimos cuando éramos más jóvenes y teníamos la audacia de vivir con el tiempo a nuestro favor, ahora son imágenes de nuestro pasado y recuerdos en la memoria que me hacen compañía cada día.

Me siento en el sillón de la esquina, junto a la ventana para sentir la brisa mientras escucho nuestro disco favorito en la consola, soy de costumbres arraigadas, tú me conoces.

Hay una mano joven que me ayuda a sostenerme; he hecho las paces con la idea de necesitar ayuda, los años me han hecho humilde. Ahora no soy el hombre independiente que conociste, necesito compañía y apoyo; en esos momentos donde las tareas más simples se vuelven complicadas por la torpeza de mis manos o la falta de pericia de mis ojos, agradezco infinitamente que no estés aquí, aunque sé bien que estarías riendo de mis abruptos y necedades. Siempre te gustó sonreír.

Salgo a la terraza a disfrutar del aire, veo esos hermosos árboles; nunca me permití disfrutar de estos momentos, no sabía hacerlo, no tenía el tiempo para detenerme. La arrogancia de mis días de juventud donde pensaba que todo lo sabía se desvanece en la soledad de mis últimos momentos, cuando me doy cuenta que hay mucho por aprender todavía.

Siempre di por sentado que tendría tiempo para decirte lo importante que eras para mí, o lo hermosa que te veías con la falda roja que nuestra hija te dio en la navidad antes de mudarse; daba por entendido que sabías lo mucho que yo te amaba, no pensé que me fuera a sobrar tiempo para decirte lo mucho que te quiero pero que tú no estarías a mi lado para escucharlo.

Mis días se viven entre recuerdos del ayer y ausencias del presente, lleno mis momentos con lecturas que pensé haríamos juntos o con paseos alrededor de la casa a un ritmo lento. Ya no tengo prisa por vivir, ahora sólo vivo por instantes.

Las visitas de los nietos son esporádicas, nuestros hijos viven en el mismo frenesí que nos envolvió a nosotros años atrás, los entiendo y sé lo complicado de querer cumplir con los estándares de la sociedad y las necesidades de la vida diaria; es por ello que no les reclamo nada cuando vienen, he aprendido a valorar su compañía, sus anécdotas y sus abrazos, he comprendido que ellos todavía tienen mucho que experimentar y tienen poco tiempo en sus manos, mientras yo tengo la disponibilidad del día a día para entender por lo que ellos atraviesan. 

Tu ausencia está presente en cada momento, la soledad es mi fiel compañera; no es que me queje, tuve una buena vida, es sólo que en estos tiempos los instantes son más largos y a veces es difícil llenarlos con algo más que libros, paseos y música. 

Tu ausencia está presente en cada instante de mi vida, en cada palabra, en cada caminata, en cada despertar.

Tu ausencia está presente…


Autora: Erika Castillo (1982). Aunque las letras le han apasionado siempre, estudió Ingeniería Industrial y se especializó en Finanzas por un periodo de tiempo; no obstante, dejó todo atrás cuando se convirtió en madre. Las letras siguen guiando sus pensamientos y a menudo está absorta escribiendo algún cuento o poema que llega en el momento más inesperado.