Salón Corona – Cuento de Karla Hernández Jiménez

Había pasado un tiempo desde que decidió ir a aquel viaje a la capital, embarcándose en aquella búsqueda desesperada.

Delia Corona tenía una noción precisa de que su tiempo se estaba agotando y que debía empezar lo antes posible.

Mientras dejaba su maleta en el piso de su habitación de hotel, los recuerdos regresaron a atormentarla. 

Entre las memorias que se agolpaban, las que destacaban con más intensidad eran las de su época como la dueña del salón Corona, el cabaret más famoso de la Ciudad de México durante las décadas de 1940 y 1950.

Recordó como un chispazo los momentos en los que los concurrentes montaban unas fiestas que se prolongaban durante toda la noche y parte de la mañana, dotando al local de su merecida reputación. Nunca antes se había visto algo así desde que cerró el infame salón Budois a principios del siglo XX, y la capital ya merecía juergas como las de aquel entonces.

Delia se vió a sí misma en medio de aquel esplendor junto a su esposo Franz Hollding, bailando un danzón al ritmo de la orquesta.

Justo cuando el recuerdo se hacía más doloroso conforme se acababan los detalles luminosos, su atención regresó al tiempo presente, al cuerpo lleno de arrugas e inicios de artritis en las manos en el que ahora estaba, no se parecía en nada a la belleza que alguna vez la había sacado de la arrabal de Barranca del Muerto.

“Antes, cuando bailaba, no me dolía nada”, pensó ella con una mirada melancólica mientras observaba las piernas hinchadas y repletas de várices.

No había tiempo de continuar poniéndose sentimental, en la mañana debía comenzar con su búsqueda.

Sus ojos repasaban las calles una y otra vez, leyendo nombres de los cuales jamás había escuchado antes. No había nada remotamente familiar en esas calles repletas de cafés y otros negocios que en sus tiempos habrían sido considerados ordinarios.

Cuando planeaba darse por vencida, un viejo edificio derruido llamó su atención.

¿Sería posible?

Sí, quizás los colores ya estaban deteriorados, pero el letrero seguía siendo el mismo.

Después de forcejear un rato con la puerta, logró entrar.

Una vez adentro, más recuerdos se amontonaron para inundar la memoria de la mujer, rematando con aquellos que siempre se había empeñado en tener enterrados en lo más profundo. Y el más doloroso fue recordar a Franz entre los brazos de una descarada vendedora de cigarrillos en una posición comprometida en una de tantas noches en las que el salón Corona estaba lleno.

Cuando era una niña, su madre y su abuela le dijeron que la mujer siempre debía obedecer y soportar que su marido tuviera distracciones con otras mujeres. Aun así, cuando Delia Corona vio aquello, la ira la cegó. De nada sirvió que Franz le rogara por su perdón, la bala atravesó el cráneo de forma limpia.

El alboroto impidió que se escuchara algún ruido del cuarto. 

Deshacerse de la vendedora de cigarrillos fue fácil, nadie extrañaría su presencia en aquel lugar. Pero Franz era diferente. Sólo había una salida.

Ahora, cincuenta años después, Delia Corona por fin podría sacar el cuerpo de su marido muerto de aquella maleta en la cual lo había guardado desde el día del crimen.

Al principio había sido fácil fingir que él la había abandonado para regresar a su país, realmente había logrado que incluso los amigos de Franz le creyeran.

Pero al ver la maleta, el recuerdo siempre estaba allí para atormentarla.

Antes de tomar la píldora de cianuro y dejar la carta donde confesaba su delito, Delia Corona dejó que, una vez más, los recuerdos la embargasen, llenando su memoria de aquellos tiempos que ya no existen, que únicamente persisten en su memoria, la cual se apagaría en unos minutos, cuando el cianuro hiciera efecto. 


Autora: Karla Hernández Jiménez (Veracruz, México, 1991). Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Lectora por pasión y narradora por convicción, ha publicado un par de relatos en páginas nacionales e internacionales y fanzines como Página Salmón, Nosotras las wiccas, Los no letrados, Caracola Magazine, Terasa Magazin, Perro negro de la calle, Necroscriptum, El gato descalzo, El camaleón, Poetómanos, Espejo Humeante, pero siempre con el deseo de dar a conocer más de su narrativa.