De Cri-Cri al reggaetón: algunos cuestionamientos sobre la música infantil

Pensar en música infantil conlleva un problema nocional que nos posiciona frente a un dilema más complejo de lo que parece. Personalmente, escuchar el término “música infantil” me remite a las rondas y juegos que cantábamos en el kínder, a las canciones de Cri-Cri que escuchaba con mis hermanos o si acaso a la música de estilo “Tatiana” que ponían en los salones de fiestas infantiles.

Sin embargo, si analizamos un estudio realizado en 2020 por Lourdes Alzate, investigadora del INBAL, encontramos que el reggaetón es el género musical más escuchado por niños de cinco a quince años, al menos en la región de la Huasteca potosina. Aunque el resultado del estudio es solamente un panorama parcial de lo que consumen los niños en el país, es suficientemente esclarecedor como para cuestionarnos acerca de lo que pensamos que escuchan —o lo que creemos que deberían escuchar— estos.

Al plantear estas preguntas es necesario repensar la idea de lo infantil, no sólo desde la música compuesta explícitamente para niños o desde los productos de la industria musical que hallan un público dentro de la población más joven, sino desde cómo conceptualizamos esta etapa del desarrollo humano.

¿Qué entendemos bajo la categoría de infancia?

Desde los preceptos biológicos, la idea de la infancia se delimita de forma abstracta como el periodo que va desde el nacimiento hasta la adolescencia; en términos de lo legal, la ambigüedad también es sobrecogedora, ya que ni siquiera en la Declaración de los Derechos del Niño (1959) se especifica qué debemos entender por infancia.

La falta de claridad para definir este concepto ha sido explicada desde los estudios sociales, culturales y pedagógicos contemporáneos a partir de la idea de infancias, concepto que reformula la discusión en torno a lo infantil desde una dimensión histórica, cultural y política. Así, este replanteamiento concibe la etapa de la infancia como un proceso, heterogéneo y diverso, que no puede configurarse desde una lógica unívoca y limitante.

Con todas estas consideraciones, el hecho de concebir una categoría o un género homogéneo y estable para «música infantil» comienza a verse más rebuscado. Pues, ¿qué características delimitan lo que puede o no ser consumido por niños? O mejor aún, ¿dentro de qué contexto una canción o cualquier producto cultural puede volverse un objeto de consumo para el público infantil?

El trasfondo de la música infantil

Si pensamos en Cri-Cri, el fenómeno más importante de la música infantil en México, nos encontramos que, más allá del colorido y la ternura de sus canciones, en su trabajo está reflejada toda la idiosincrasia propia de las clases populares mexicanas del siglo pasado. En el contenido de canciones como «La patita», «El comal y la olla» o «El ratón vaquero» observamos una cotidianidad que convive con la disfuncionalidad familiar, la violencia doméstica, la pobreza, el encarcelamiento e incluso la presencia de los estadounidenses en la cultura mexicana del norte.

Estos elementos nos muestran que hacia adentro de la música infantil se configura la realidad en la que se habita, pero, más importante aún, la visión que los adultos quieren transmitir de ella a los niños. En los productos culturales destinados explícitamente para un público infantil depositamos nuestra propia noción de lo que creemos que debe ser la niñez, con todo un esquema de valores y una comprensión del mundo, con nuestros propio sistema ético, ideales, miedos y prejuicios.

De esta manera, si nos posicionamos frente a otro fenómeno mediático como Baby Shark, el video musical más reproducido en la historia de YouTube, nos encontramos frente a la conceptualización de una niñez reduccionista, que resume el contenido que creemos adecuado para los niños a una simple onomatopeya pegajosa.

El pensamiento extremista acerca de lo que creemos que pueden o no pueden comprender los niños ha derivado en producciones culturales como éstas, en las que es muy común caer en ese sesgo que parece situar a la niñez en un sitio ajeno a la realidad en la que habita.

Sin embargo, el polo opuesto a ello es justo lo que nos muestra el estudio con el que abrimos esta entrada. ¿Qué sucede, entonces, cuando ante la ausencia de un referente cultural infantil, real y tangible, los niños terminan por asimilar símbolos y estructuras que funcionan bajo lógicas ajenas a las infancias?

El fenómeno de la cultura del reggaetón inscrita en los niños no es sino uno de los síntomas de una infancia que ha sido privada de lo infantil y que, en este caso, adquiere rasgos que desembocan en fenómenos como la erotización del cuerpo infantil o la hipersexualización.

Aún con ello, es importante observar que este fenómeno no es algo exclusivo del reggaetón. Una enorme cantidad de géneros constantemente ha replicado símbolos que perpetúan estructuras vinculadas a la violencia, la discriminación, los roles de género y tantas otras problemáticas que potencialmente podrán inscribirse en la cosmovisión de los niños que los escuchan.

Por ello, el dilema en torno al consumo de productos culturales en los niños es tan difícil de afrontar. De aquí que, en el ámbito de la música, compositores e investigadores como Luis María Pescetti, bandas como Yucatán a Go-Go o Los patita de perro, e incluso emisoras como Radio Gorila han buscado proponer nuevas formas de entender las infancias y la música destinada a ellas.

El adultocentrismo nos ha empujado a restarle importancia a la cultura infantil, sin comprender que cada niñez experimenta una realidad diferente en la que están planteadas sus necesidades y aspiraciones particulares y que además requiere fenómenos expresivos propios, llenos de significado.

Cada niña y niño exige ser protagonista y sujeto actante de su propia realidad, por lo que la música necesita evolucionar y apuntar a una infancia verdadera y tangible. Resulta necio pensar que las formas, ritmos o incluso el contenido de la música que escuchan los niños se mantendrán estáticos por siempre, pero dependerá de nosotros cómo queremos mostrarles esta realidad. Ojalá que la realidad que les transmitamos sea una en donde pueda existir una infancia cada vez más plena, abarcadora y diversa.

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