Narcocorrido: La Violencia entre los versos de una realidad alterada

Con cuerno de chivo y bazooka en la nuca
Volando cabezas a quien se atraviesa
Somos sanguinarios, locos bien ondeados
Nos gusta matar.

“Sanguinarios del M1” – Buknas de Culiacán

El epígrafe que abre esta entrada está tomado de, quizá, la estrofa más icónica de todo el Movimiento alterado, un estilo musical gestado desde hace diez años en Culiacán y que encarna la representación más explícita y extrema del narcocorrido mexicano.

El contenido de estas canciones, así como su representación visual en los videoclips que las acompañan, ha generado una enorme polémica dentro y fuera de la población mexicana. Dicha desaprobación se ha presentado no sólo por narrar, representar y enaltecer las figuras de los narcotraficantes y sicarios que operan en los cárteles, sino por relatar escenas de asesinatos, secuestros y torturas de una forma tajantemente explícita.

La discusión sigue sobre la mesa, pero antes de volcarnos directamente en ella es indispensable intentar mapear el contexto en el que se enmarca tanto la música como la representación en sí misma de la narcocultura y su papel en la sociedad de los estados del norte.

El corrido

El origen de estos mecanismos de representación nos arrastra un siglo atrás, a la época de la Revolución Mexicana y las revueltas agrarias. En este marco del conflicto armado, adquirió importancia una forma musical que daba soporte a las historias y personajes que encarnaron la realidad del periodo revolucionario. Estos pregones mezclaron el lirismo épico del romance español sobre ritmos musicales como la polca y el chotis para dar lugar al corrido, un relato de la vida cotidiana en las haciendas, pero también de las hazañas y proezas realizadas por héroes populares que le brindaban un sentido identitario y de representación positiva a la gente.

El personaje del corrido revolucionario, conceptualizado por teóricos desde la figura del valiente, era sinónimo del caudillo, del bandolero o del ranchero que confrontaba la realidad en la que vivía para mejorar las condiciones de vida de su propia comunidad. Así, el esquema de valores propuesto por los corridos no respondía a una perspectiva de lo legal, sino a preceptos de validez y legitimidad que radicaban en el apoyo y defensa del pueblo frente al gobierno y los ricos hacendados.

Estos límites de lo extralegal planteados en los corridos siguieron difuminándose con el tiempo. A partir de la década de los treinta, con el inicio de la producción de las sustancias ilegales en el país, la realidad que retrataba esta música paulatinamente dejó de ser la de los caudillos revolucionarios y comenzó a perfilarse la de una cotidianidad impregnada de la presencia de las drogas y el narcotráfico.

El narcocorrido

Fue en la década de los setenta que comenzó a usarse el término narcocorrido para designar a toda aquella música que relata el mundo del comercio de drogas y sus implicaciones.

Desde entonces, la figura del caudillo cedió su lugar a la del narcotraficante, que más allá de legitimar sus acciones a partir del beneficio de la comunidad, busca hacerlo desde el dominio y el control. Así, el narcopoder no propone un cambio en la estructura hegemónica como lo hacía el imaginario del valiente, sino que se configura mediante la sustitución de figuras de poder legales por ilegales, pero sin desarticular el sistema que perpetua la precarización de los sectores vulnerables.

La narrativa que plantean los narcocorridos trasluce lo anterior. El aspiracionismo del personaje gira en torno a la dicotomía entre riqueza y pobreza pero el ideal no recae en confrontar el sistema para reivindicar su condición social sino solamente en escapar de ella.

A gozar de la vida que es corta
Decía el diablo rodeado de damas
Para mí la pobreza es historia
La hice añicos a punta de balas

«El diablo» – Los Tucanes de Tijuana

El Movimiento alterado

Las consecuencias de la Guerra contra el narco iniciada hace quince años por Felipe Calderón son las que nos desembocan nuevamente en el contexto del Movimiento alterado y la representación más cruda de la vida del sicario, desde los excesos y lujos hasta los tiroteos, ejecuciones y torturas que están implicados en la vida cotidiana de Culiacán.

La música popular —retomo la categoría de lo popular desde la noción “del pueblo” y no desde la de “moda”— deviene de procesos sociales que frecuentemente responden a la representación cultural e identitaria de una comunidad específica. Desde este ángulo puede entenderse el origen de los narcocorridos como una manifestación identitaria que trasluce la realidad social vivida al norte del país, por lo que esta música no puede analizarse como un fenómeno aislado al contexto real que lo enmarca.

Hoy en día, estas manifestaciones musicales han adoptado una connotación de rechazo y rebeldía frente a la cultura dominante, sobre todo en la población más joven y en los estratos más segregados. El narcocorrido pregona la posibilidad de una salida a la pobreza a través del enclasamiento ofrecido por la narcocultura mediante la violencia y el poder que se adorna con la idealización de las armas, el exceso en el consumo de sustancias y los lujos que ofrece la corta pero intensa vida de un narcotraficante.

Por ello, este tipo de música ha provocado tanta polémica en la discusión pública durante los últimos años. El gobierno de varios estados del norte ha responsabilizado al género por el incremento de violencia vinculada al narcotráfico al argumentar que el contenido de estas canciones incita a la población a formar parte de la cultura que narran, lo que ha desembocado en la censura de estos corridos en la radio e incluso en su representación en lugares públicos.

La discusión en torno a la censura de este género musical cae en un cuestionamiento similar al debate acerca de los tiroteos escolares en Estados Unidos y su relación con la exposición que tienen los niños a la violencia a través de los medios de comunicación masiva. ¿La reproducción de la violencia responde directamente a su presencia y representación en la cultura mediática? ¿O es la cotidianización en el mundo real, el contexto precario y los factores sociales los que empujan a los individuos a replicar la violencia normalizada con la que conviven diariamente?

La influencia del narcotráfico al norte del país ha conformado una cultura impregnada de violencia, de necesidad económica y de una crudeza que empapa la vida cotidiana dentro y fuera de la música. Si bien no podemos considerar el narcocorrido como una manifestación política de resistencia frente a la crisis social, sí podemos entenderlo como una forma de expresión que evidencia la realidad mexicana desde sus ángulos más afilados.

General, ya no sea tan violento
Por favor, deje libre a mi padre
Tengo cuacos y yeguas preñadas
Que pueden el delito pagarle
Con desprecio y con una sonrisa
Me contestó: «Yo soy justiciero
Que trata a delincuentes como este
Que aparentan ser buenos rancheros»

«Las dos cruces» – El Komander

Las representaciones culturales de este tipo deben entenderse como síntomas y no como causas, ya que el referente al que apuntan dista mucho de una implicación exclusivamente expresiva. El narcotráfico es un fenómeno de muchas caras y su música no hace más que representar una identidad arraigada profundamente en la cotidianidad de la violencia en que vivimos.

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