La mujer Planta – Cuento de Antonella Corallo

Las plantas parecen enredarse a la casa y nunca terminamos de entender si tiene un pacto con la naturaleza, o si realmente ocupa tanto tiempo regarlas. Por simple rareza comenzamos a espiarla. Nadie podría dudar de nuestra curiosidad. Habíamos cancelado las actividades matutinas que consistían en jugar videojuegos y comer porquerías, pues nos encontrábamos reunidos con el objetivo de comprender su vida. La mujer Planta siempre nos saluda, tiene fertilizante en sus manos y el cuerpo completamente brotado; se rasca, nos vuelve a saludar y entonces comenzamos a dudar… ¿Nosotros somos los detectives? ¿O ella es la que nos está espiando? Lo único seguro es que sus arbustos no sirven como escondite.

—¿Serán artificiales? —preguntó Mariano.

—No creo… ¡Las está regando!

Es muy extraño. Todos los vecinos nos quedamos asombrados… ¿Empapa a las plantas con tanto entusiasmo? Canta, baila, y se mantiene cuerda sin arrancarlas. De lo que va de mañana ya trituré cinco margaritas y veinte tulipanes. Papá repitió la dieta de los girasoles, mamá se fumó cuarenta orquídeas y mi abuela insiste con talar árboles. Ya los tiene acumulados en los muebles, repisas, y finalmente en los tuppers, todo lo de afuera va a parar a adentro, montañas en las costillas, océanos en las caderas, pirámides en las rodillas, ¡como sea! Pasa días y noches almacenando “objetos”; tallos que parecen números, pétalos que se asemejan a la lista del supermercado, y un millón de mosquitos petrificados. ¡No los necesitamos!, ¡fuera nubes!, ¡fuera sol!, ¡no precisamos ni de los animales que carneamos! Vamos evolucionando. Mamá estrena su computadora nueva mientras se fuma un gusano. Lo metió al freezer hace cinco horas.

—¿No está demasiado blando?

—Hijo…, se puede fumar lo que sea mientras no sea humano.

Y si la gente comenzara a fumar humanos en serio se tornaría raro; como fumarse bichos es normal… ¡vamos avanzando! Corremos en busca de varios prados. Los devoramos. No hay tiempo para compasión, no hay silencio que nos libere de la única y respectiva misión: vivir.

¿Vivir justifica este momento? ¡Debe hacerlo! Púas de cordero, economía basada en insectos. “Pienso construir una casa de perros”, me dijo Mariano mientras hablábamos de estas cuestiones…, del futuro, ¡del destino! En un momento de locura me imaginé a los canes ladrando, yendo al parque, siendo acariciados, ¡teniendo una familia! Pero… ¡en el fondo sabía que eso nunca sería posible! ¿Cómo fabricarían los muebles, las ventanas y la cocina? ¿Mariano podría vivir sin inodoro?

—Mariano…, ¿vos podés vivir sin inodoro?

—¿Estás loco? Yo voy a tener el mejor excusado, voy a llamar a la jauría de perros de la esquina, ¡y voy a tentarlos con muchos caramelos!

—Sería mejor llamar su atención con galletitas —contesto.

—Bueno, ¡con lo que sea! Voy a atraerlos y cuando los tenga en mis manos… ¡Todos contentos!, todos entusiasmados…

Hizo una pausa y nos miramos. El silencio invadió el espacio. ¿Realmente podríamos ser tan despiadados? Recordamos cómo Pepe, el caniche de la esquina, nos había seguido hasta la escuela. Éramos bastante inconscientes, mirábamos a Pepe y veíamos cientos de paredes. No podíamos seguir el orden macabro. Supimos escuchar cosas, cosas que antes no admirábamos, ¡que pasábamos por alto!, ¡no! No estoy hablando del canto de los pájaros, ni del color de los paisajes; estoy hablando de los quejidos de las vacas, de las aves, los gatos atropellados, y el sollozo tan peculiar que hacen las hojas cuando mi abuela las usa como servilletas.

Ahora, en este arbusto, la mujer Planta no parece una psicópata. Sin embargo, no entendemos su manía con la regadera. ¿Las ahoga? ¿Las sobrealimenta?

La mujer Planta… ¿será o no una desequilibrada? Mamá había cocinado una tarta de malvones y pensamos tocar su puerta con la intención de ofrecerle una grata conversación. Pisamos un suelo que no estaba hecho de algodón, unas paredes sin uñas de gatos, y una incansable manía de preguntarnos:

¿Y esa tarta de qué es?

—Esta tarta es de malvones, señora Planta —contestamos. ¿Ella se fija en la comida antes de deglutirla? ¡Qué raro!

—¿Señora planta? —se asombró.

—¿Prefiere señora árbol?

La mujer nos enseñó que los jazmines son seres vivos al igual que los animales. Nos quedamos impactados. Nuestros conocidos jamás habían narrado ese conjunto de alucinaciones.

—Es posible que al creerlo con todas sus fuerzas un pedacito de sus corazones se enternezca, pero correrán el riesgo de que los llamen “niños Plantas”. ¿Están dispuestos a intentarlo? ¿O prefieren seguir devorando prados?

Tiramos la tarta de malvones al tacho. Sellamos la incoherencia reciclando y regresamos a casa corriendo. Mamá ahora se fumaba una cucaracha mientras le echaba insecticida (al mismo tiempo).

—Mamá, ¿vos sabías que la mujer planta no está loca?

—Claro, hijo, nosotros lo estamos. ¿Querés aprender cómo se tala un árbol? Arriba de todo vas a tener tu oficina y no estará hecha de alambrado, estará hecha de perros y cactus. ¿Te gustan los cactus?

Definitivamente la mujer Planta no era una desquiciada… Mamá siguió fumando.  


Autora: Antonella Corallo (Argentina, 2003). Fue seleccionada en el concurso Visiones 2020 de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror, con su cuento «Papas»; obtuvo una mención especial y fue finalista del concurso APAIB 2020, con su cuento «Hawai vs Laferrere»; fue seleccionada para la antología del concurso XII Premio José Carlos Capparelli 2020, con su relato “Rociedad”; asimismo, fue finalista del concurso Cuento Digital Itaú, y seleccionada por Ashoka con su cuento “Plumas entre los dedos”.