¿Cómo el deseo se convierte en fantasía y cómo la fantasía se convierte en sexualidad?

Deseo y fantasía

Ilustración de Carlos Gaytán

La razón del deseo

Buscar entender en el deseo alguna razón lógica es un despropósito, pues su punto de partida no es cognoscible; incluso, de poder cognoscerse, estaría volcado sobre sí mismo, extendería raíces desconocidas en la abertura del abismo de por sí ininteligible. Si se busca, por otro lado, el devenir deseo, se puede hallar la propia condición deseante como último resultado de todas las disposiciones gestálticas que lo conforman. La voluntad sólo puede ordenar desde el interior del vacío. Esa disposición corre el riesgo de desaparecer en cuanto forme parte de un fenómeno inteligible.

Deseo un auto. Es rojo. No va muy rápido, pero se defiende. Tiene asientos que se calientan solos. Un estéreo increíble con pantalla. Desde él se puede ver una película en la carretera. La reclinación de los asientos por poco los convierte en camas individuales. Es automático. Funciona con electricidad. Tiene una suspensión increíble. Los vidrios son eléctricos. Las luces, de colores. En medio hay dos portavasos que no son ni estrechos ni gigantes. Da la hora en tres ciudades distintas. Te dice dónde quieres ir, dónde estás y dónde has estado. No sé por qué deseo ese carro. Cuando pienso en sus características, no encuentro nada único, nada exclusivo, nada inalcanzable. Pero lo quiero. Sé que lo que puedo hacer en ese auto me encanta. Escuchar música, viajar kilómetros y kilómetros de carretera para llegar a una playa escondida, ir al autocinema con la persona amada. La forma en que ordeno todas las cosas que puedo hacer en el auto tiene una jerarquía, una lógica interna. Hay cosas que haría primero y que haría después. ¿Qué soy yo cuando deseo? ¿Cuál es la lógica de aquello que deseo si no el deseo mismo? El proceso de ordenar las actividades que haría en el auto me permite decir que lo deseo en primer lugar. Pero si se enuncia, el deseo se convierte. ¿En qué?

Del deseo a la fantasía

Los signos prelingüísticos llegan a convertirse en la expresión más inmediata del deseo. Por ellos se avanza sobre un camino incierto hacia el otro extremo del vacío existencial. Si llegan, los signos se codificarán y se entretejerán hasta transformarse en rizoma. La voluntad del vacío interior ya no será la única fuerza ordenadora. No estarán, entonces, delimitados por el ámbito de su expresión, sino por su narrativa. El deseo se vuelve lentamente fantasía por su posibilidad de formar parte de una segunda naturaleza.

Ya no deseo el auto, sino que lo convierto en fantasía. El auto es fantasía cuando me deshago del ordenamiento de cosas que podría hacer en él y comienzo a expresar el escenario concreto. Hago como que manejo. Pongo los brazos a las diez y a las doce. Play al nuevo disco de C. Tangana. Saco la mano por la ventana para indicar vueltas. Me acerco a la cultura Lowrider. Hago que baile la suspensión con Cypress. Me compro unos lentes para las tardes de sol en la carretera. Me uno a un circuito de carreras clandestinas. Juego Burnout 3. Obtengo un par de infracciones imaginarias. No las pago. Meten mi auto al corralón. Toda la historia ha sido llevada al terreno de lo concreto; he imaginado todo fuera de la jerarquía inicial, del primer ordenamiento. No tiene nada que ver con su realidad o falsedad, sino con su construcción narrativa. La fantasía está planteada porque ha salido del terreno del deseo y se ha resuelto en otra parte; en una segunda línea de vida, en una segunda naturaleza. ¿En cuál?

De la fantasía a la sexualidad

La fantasía funciona, a la manera de Bataille, como paradoja, pues es la necesidad de un límite que nace de la propia transformación del deseo en fantasía, cuya necesidad es a su vez la transformación que se puede expresar solamente en la metamorfosis; un trayecto por poco dialéctico. Su tránsito hacia lo concreto, por tanto, sólo existe como proceso, como devenir. Su materialización ya no existe ni en el terreno del deseo ni en el de la fantasía, sino sólo en el de su diferenciación. La voluntad del vacio se ha perdido en el camino y la narrativa se desmorona ante la primera naturaleza. Se entra, entonces, en donde más fuerzas actúan y donde hay menos certezas: la sexualidad.

La condición necesaria para fantasear con el auto fue desearlo en primer lugar. La base para el baile de la suspensión al ritmo de No Entiendes La Onda fue la estructura roja del auto en mi mente. Inició como referente interno, para recuperar influencias externas —la cultura Lowrider, por ejemplo—, hasta convertirse totalmente en externidad: los autos disponibles en la agencia, en el mercado. No puedo construir mi propio auto. No puedo ver el reflejo de mi deseo en la primera línea de la vida, en la primera naturaleza. Puedo ver tibias imitaciones y, si acaso, algunas de las fantasías que me narré. Voy a la agencia. Ningún auto rojo me convence. Busco en Mercado Libre, en Facebook Marketplace, en Segunda Mano. Al fin encuentro uno interesante. Lo compro. No fue lo que esperaba. ¿Qué era?


Ilustrador: Carlos Gaytan Tamayo (Ciudad de México, 1999). Estudia Ciencias y Artes para el Diseño en la UAM Azcapotzalco. Formó parte de varias exposiciones colectivas de cartel en su universidad. Algunas de sus obras ilustran artículos de Cultura Colectiva. Su trabajo se inspira en diversas técnicas y se encuentra en el diseño gráfico y la ilustración.