Migrantes: La música que llevamos a cuestas

Meridith Kohut for The New York Times

—¿Olvida usted algo?
—¡Ojalá!

EL EMIGRANTE – LUIS FELIPE LOMELÍ

La migración ha existido siempre. Desde el origen del ser humano hasta antes y después de la conformación de las civilizaciones modernas, los procesos sociales han estado enmarcados por el impulso nómada del individuo. La búsqueda es el motor que durante siglos ha empujado a la gente hacia la posibilidad del “otro lugar”, un sitio al resguardo de la violencia y el peligro, bajo la comodidad de un mejor mercado laboral, o sencillamente hacia la idea de un destino diferente al que nuestro determinismo geográfico delimita.

Actualmente, las planas de los periódicos están llenas del impacto a gran escala que representa el fenómeno migratorio. Países emisores y receptores, ilegales, mojados, deportados, remesas, la crisis económica y política que afecta a regiones de todo el mundo. Pero ¿qué hay más allá de las políticas migratorias y de los más de 272 millones de migrantes que existen en el mundo?

Los procesos migratorios están determinados por una transformación profunda en la subjetividad del individuo. Por ello, quien emigra no sólo deja atrás su lugar de residencia, sino que abandona también un grupo social y el origen de muchas de sus propias tradiciones y formas de expresión.

Aun con ello, los rasgos culturales son irrenunciables. El inmigrante llevará en la mochila su lengua, su ideología, sus costumbres y muchas de las manifestaciones socioculturales que lo vinculan a un origen geográfico. Todas estas características se volverán un código capaz de resignificarse al formar parte de un contexto diferente. Así, la cultura que el migrante trae consigo a cuestas repercute en la cultura en donde se anida y viceversa, lo que genera nuevos rasgos y manifestaciones culturales propias de las comunidades migrantes en el extranjero.

La música, como uno de estos elementos que entran en juego en los procesos interculturales, desempeña una función eminentemente social vinculada a la identificación de los individuos como parte de determinado grupo social y como una forma de expresión e interacción frente a una sociedad diferente.

Norte y cumbia rebajada

Un buen ejemplo para hablar de lo anterior es el fenómeno de la cumbia rebajada, la manifestación musical que se originó al norte de México fruto de los efectos de la migración colombiana en Monterrey.

Las implicaciones propias de las colombias van más allá del entrecruzamiento sonoro de las cumbias mexicanas y las colombianas. Este género musical refleja el flujo migratorio dirigido a Estados Unidos anidado en las barriadas regiomontanas y fundido, irónicamente, con la subcultura de los cholos deportados hacia México. Los símbolos que giran en torno a la rebajada, al sonidero y a la figura del cholombiano se han cristalizado como una nueva subcultura urbana impregnada de un carácter migratorio y fronterizo.

Sin embargo, como en muchos otros casos, los grupos sociales que gestan este tipo de manifestaciones padecen del rechazo social delator de una sociedad aporofóbica, que no rechaza por la posición de migrante sino por la condición de pobreza.

En el caso del grupo social de los cholombianos, este rechazo adquirió incluso una dimensión legal y política cuando, durante la Guerra contra el narco, se les asoció injustamente con el crimen organizado, iniciando así una persecución infundada en el racismo y la xenofobia.

Resistencia desde África

Así como en el caso de las colombias, muchas de estas manifestaciones artístico-culturales frecuentemente entrañan un sentido de resistencia fruto del mismo proceso migratorio. Los demoledores efectos que los actos de violencia generan en los individuos orientan la producción de artistas como Sia Tolno, una cantante originaria de Sierra Leona que tuvo que huir de su país durante la Guerra Civil y que encarna en primera persona las problemáticas de la condición inmigrante.

Artistas como la sierraleonesa han encontrado en la música un soporte desde donde posicionarse como agentes políticos que abogan por la justicia en torno a los migrantes y que desde ahí se enfrentan a otros tipos de conflictos sociales como la opresión dictatorial en África o la violencia de género perpetuada en actos tan atroces como la mutilación genital femenina.

Con todo ello, la música implicada en los procesos migratorios adquiere una función social que no sólo reivindica a la comunidad inmigrante, sino que también configura un medio de expresión y representación propia de lo marginal y lo heterogéneo.

El eclecticismo de Medio Oriente

Incluso a partir de crisis tan graves como la de la censura y opresión ideológica en Medio Oriente han podido originarse fenómenos musicales como el de Light in Babylon, en donde la propia música ha sido el medio catalizador de la pluriculturalidad y la libertad de expresión.

En la propuesta de este grupo —integrado por la cantante irano-israelí Michal Elia Kamal, el francés Julien Demarqueve y el turco Metehan Çiftçi— se funden estilos, idiomas y sonidos que ponen a dialogar el pasado con el presente, lo local con lo extranjero, lo propio con lo ajeno. Así, el grupo originado en el arte callejero de Estambul ha formado parte de un proceso de interculturalización desde donde se propone una nueva manifestación musical conformada desde la otredad.

La música puede viajar, la música no tiene fronteras

Michal Elia Kamal

El eclecticismo de estas manifestaciones resignifica la música como ese impulso migrante que traspasa fronteras, traduce lenguas y homologa religiones. La búsqueda por una identidad más allá de líneas imaginarias en la tierra y de ideologías enclaustradas en una bandera es capaz de cuestionar muchos de los prejuicios que encarnamos como sociedad y que limitan la posibilidad de entendernos desde la diferencia.

Imaginemos, pues, la música como ese lenguaje identitario que nos resignifica.