Leones en la entrada o «La heráldica del hambre» – Ensayo de David Anuar

El corazón puede rugir más fuerte que el mar;
es más hondo y traga más hombres.

Sergio Pérez Torres

El 12 de octubre de 1918, la Sociedad Española de Beneficencia inauguró “La Quinta de la Salud Ibérica” en la ciudad de Mérida, Yucatán. Bajo su pórtico, custodiado por leones a los costados y en todo lo alto, cruzaban personas hacia su interior, hombres, mujeres, niños, pero sobre todo, hombres. En 2015, casi un siglo después de su apertura, el rastro de un hombre muerto me llevó a conocer, por primera vez, la imponente belleza de esos leones esculpidos en la roca. Sergio Pérez Torres, el poeta que hoy nos congrega, escribe en su libro La heráldica del hambre, merecedor del Premio Nacional de Poesía Ydalio Huerta Escalante 2016, los siguientes versos:

Mi corazón es un foso habitado por leones.
Él entra al fuego de un infierno,
se hornea el pan de cada noche,
otro cuerpo llama como llama que atrae a la polilla.

Me pregunto si la entrada al corazón de Sergio se parecerá a ese pórtico de la Ibérica. Independientemente de esto, por diversas razones, no pude evitar pensar en este lugar al leer su libro. En el 2015, cuando conocí la Ibérica, me obsesionaba el escritor yucateco Luis Rosado Vega, por él incursioné en la novela y la heráldica, e intenté descifrar el escudo en la parte superior del pórtico. A mi pesar, fracasé en las tres cosas. Traigo esto a cuento porque Sergio ha logrado triunfar donde yo no pude. Me explico. Su libro, La heráldica del hambre, es un ejercicio de concentración admirable, en él desarrolla el universal tema del deseo a través de un mundo literario y simbólico autocontenido que dialoga con la tradición y con otros saberes como la heráldica, eso sí, todo ello de forma consciente, con lecturas digeridas y no como simple información que entorpece al poema. No, nada de torpe hay en los poemas de este libro, al contrario, gozan de una contundencia lapidaria que por momentos recuerdan a la tradición latina del epigrama amatorio. He aquí un fragmento:

Esta historia no figura en el Libro de Daniel,
ni en la relación de árboles genealógicos.
Pero he soñado con el desierto que soy:
un campo de gules en forma de corazón,
la escala sería uno al infinito,
sobre cada punto un león rampante sin corona,
todos apuntando hacia la izquierda,
listos para algún latido

El deseo, el fracaso, los celos, la insatisfacción, y algunas veces, la ternura aparecen en este libro a través de imágenes encontradas: los leones y el sol, y su reverso, la luna, los lobos. Vale la pena citar el poema XIII:

¿Y así como sale ileso del foso
acabará sin una herida cuando escala a otro corazón?
¿Se encontrará con lobos en medio de la noche
cuando en mí siempre amanece para él?
¿Lo seducirá más el aullido de la luna
que el rugido de un sol negro derribándose?

Otra cosa que deseo resaltar es que Sergio tiene una rara y valiosa virtud: sabe caminar codo a codo con el lugar común sin caer en él. Por ejemplo, encarnar al deseo en la imagen del león es un lugar común, pero Sergio logra darle la vuelta o, mejor aún, encontrar los resquicios, los fosos más profundos y originales del corazón donde merodea una manada de leones.

No hay ternura en el foso de los leones.
Los hombres han muerto ahí durante años:
es un cementerio de lo que más amé,
con los huesos secos he formado palabras para defenderme,
es un sacrificio que el sol toma con agrado,
muestra su grandeza al beber la evaporación de esta sangre.

Sin afán de etiquetar la escritura de Sergio, este libro, me parece, se sitúa en el marco de la poesía homoerótica y, más ampliamente, de la diversidad. En el contexto de esta presentación en la Feria Municipal del Libro de Othón P. Blanco, me parece importante señalar esto, ya que, hasta hoy, no existe una poesía homoerótica ni de la diversidad en Quintana Roo, al menos no una que sea contudente. Quizás el único escritor que ha incursionado tímidamente en ella sea Rodolfo Novelo Ovando, pero con una exploración que a mí, en lo personal, me parece corta y poco arriesgada, que dice muy poco en la efervescencia nacional y que se acerca más a la homosexualidad de closet de la poesía escrita por el grupo de los Contemporáneos, pienso, particularmente, en Carlos Pellicer.

Decía antes que la poesía de la diversidad viene creciendo, ganando terreno y reconocimiento en el ámbito nacional con certámenes especializados, pero también con poetas ganando premios importantes, de los cuales, me atrevo a decir, Sergio Pérez Torres forma parte. Pienso, a bote pronto, en Ángel Vargas y su Antibiótica, obra merecedora del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino (2019), en el jovensísimo Emi G. Canchola y su exploración en torno a las identidades no binarias y la disforia de género con su libro Rosa, acreedor del Premio Iberoamericano de Poesía Joven Alejandro Aura (2020) o los libros de César Cañedo, Loca (2017) y Sigo escondiéndome detrás de mis ojos (2019), galardonados con los premios Francisco Cervantes Vidal y Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes, respectivamente, por tan sólo mencionar algunos, porque no se trata de ser exhaustivo, sino de mostrar la vigencia, la necesidad y la salud floreciente de la que goza la poesía de la diversidad.

Vuelvo al inicio. En 2015 fui al Centro Cultural La Ibérica, la otrora Quinta de la Salud, tras la pista de un hombre que me obsesionó por algunos años. Allí encontré el lugar donde murió; todavía hoy, en ese sitio custodiado por leones, hay una placa que consigna su muerte. A varios años de distancia y con el libro de Sergio Pérez Torres entre mis ojos, me pregunto si el foso de los leones es el lugar donde mueren nuestras representaciones heteropatriarcales del amor o si es sólo una prolongación de éstas. No lo sé. Pero más allá de esto, sé que La heráldica del hambre es un libro honesto, frontal y, sobre todo, atormentadamente humano.


Autor: David Anuar (Cancún, Q. Roo, 1989). Poeta, dramaturgo y traductor. Licenciado en Literatura Latinoamericana (UADY, 2013) y maestro en Historia (CIESAS, 2018). Becario del PECDA (2012, 2015) y de la Fundación para las Letras Mexicanas (2018-2020). Ganador del Concurso de Cuento Corto Juan de la Cabada (2011), del Premio Francisco Javier Clavijero a la mejor tesis de maestría en el área de Historia y Etnohistoria (2019), del Premio Estatal de Poesía Tiempos de Escritura (2020), del Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos (2020) y nominado al Pushcart Prize 2020 en Estados Unidos. Autor de Erogramas (Catarsis Literaria El Drenaje, 2011), Cuatro ensayos sobre poesía hispanoamericana (Ayuntamiento de Mérida, 2014), Bitácora del tiempo que transcurre (Ayuntamiento de Mérida, 2015), Estrellas errantes (UAEM, 2016) y Memoria de Gabuch (ICAQROO, 2020). Editor de la antología Contramarea. Breve antología de poesía joven de Quintana Roo (Plataforma Colectiva, 2017), y de la obra completa de Adriana Cupul Itzá, Y mi cuerpo no ha muerto. Poesía recuperada (1993-2002) (IMCAS, 2019). Su obra poética y narrativa ha sido traducida al inglés.