Cartas a un joven poeturgo – Discurso de David Anuar

Recuerdo haber escuchado esa palabra llamándome en labios de algún compañero de la Fundación para las Letras Mexicanas unas semanas después de iniciado mi recorrido en el área de Dramaturgia con el maestro David Olguín, quien generosamente me aceptó como oyente en el grupo de la generación 2018-2019. Me incorporé como escucha para saciar mi inquietud en torno a ese género que me había repelido por años.

Aún no acabo de entender cómo sucedió todo esto, cómo se inició de una forma misteriosa, sin yo quererlo o buscarlo, mi camino en la dramaturgia. Pienso en Rilke y en su primera carta al señor Franz Kappus, donde le dice: “Las cosas no son todas tan comprensibles ni tan fáciles de expresar como generalmente se nos quisiera hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables”. Acontecimiento, quizás ésa es la palabra para describir mi encuentro con la dramaturgia, ese volver a nacer a la escritura, redescubrir la emoción, la frescura de tener nuevamente quince años y estar escribiendo por primera vez un verso.

Ahora estoy en mi lugar y me digo, “soy un poeturgo”, aunque debo confesar que también quisiera ser ambas cosas por derecho propio, poeta y dramaturgo, como lo fueron Xavier Villaurrutia, Abigael Bohórquez, García Lorca, William Shakespeare, Harold Pinter, Oscar Wilde y un largo etcétera.

Durante mi breve existencia como poeturgo he descubierto más aspectos en común entre ambos géneros de los que esperaba: esa narratividad elíptica, el valor de lo no dicho, de lo implícito, o como dicen mis amigos dramaturgos, el subtexto; y esa necesidad siempre imperiosa de encontrar la palabra justa, ora en el parlamento ora en el poema. Seguramente existen otras estancias compartidas que espero descubrir y cohabitar a lo largo de mi vida. Ahora resuenan dentro de mí unas palabras de Eduardo Langagne, a quien le pedí un consejo en el que ya me parece un muy lejano octubre de 2018. “Honestidad. Ante todo, honestidad”, fue la respuesta que se ha vuelto una especie de mantra en mi vida y que deseo extender a cada uno de los lectores: “Honestidad. Ante todo, honestidad”. Y ya que piso estos terrenos debo confesar que tengo mucho miedo, miedo de caminar por un género del que lo desconozco todo o casi todo, miedo de no ser lo suficientemente bueno, miedo de no comprender el drama y no estar a la altura; miedo, en fin, de fracasar en lo que yo más amo, la escritura, a pesar de que ésta sea en sí misma un fracaso.

Quizá fue este mismo miedo el que me impulsó a platicar con David Olguín a finales de 2019 y pedirle una lista de lecturas para emparejar mi deficiente piso en la dramaturgia: Las edades de oro del teatro, Juan Tovar, Eric Bentley, Péter Zsondi, Marco Antonio de la Parra, Hans-Thies Lehmann, Historia social del teatro, La Orestiada, Chejov, Las Bacantes, Ibsen, Ayax, Edipo rey, Anfitrión, Strindberg, Terencio, Teatro de la Edad Media, del Renacimiento, del Siglo de Oro, y un largo y desbocado etcétera. Vuelvo a las confesiones, y reconozco que por momentos me siento abrumado, pero por algo el azar o el destino dejaron entre mis manos las Cartas a un joven dramaturgo del chileno Marco Antonio de la Parra, donde leí para mi alivio lo siguiente:

¿Quieres aprender a escribir teatro? Pues bien, escucha. Ante todo, no partas leyendo la Poética de Aristóteles. Ni la Dramaturgia de Hamburgo de […] Lessing. Ni a Lawson ni a Bentley. Y, si me apuras un poco, ni siquiera leas las páginas siguientes. Guarda estos textos para después, para cuando ya hayas visto, leído y escrito lo suficiente. Cuando hayas encontrado tu propia voz dramatúrgica […] y precises el aprendizaje de la técnica como un elemento secundario, un accesorio, una herramienta, que es lo que es al fin y nada más que eso.

Marco Antonio de la Parra, Cartas a un joven dramaturgo, El Milagro, CNCA, Ediciones La Rana, 2007

Leer esto quitó un gran peso de mis hombros y me hizo pensar en lo fundamental de nuestro oficio como escritores y me llevó a revisitar una lectura básica en el abc de la poesía: Cartas a un joven poeta. Ahí, Rilke ofrece dos consejos que estoy seguro alumbrarán a más de uno:

[Uno.] Ser artista es: no calcular, no contar, sino madurar como el árbol que no apremia su savia, mas permanece tranquilo y confiado bajo las tormentas de la primavera, sin temor a que tras ella tal vez nunca pueda llegar otro verano. A pesar de todo, el verano llega. Pero sólo para quienes sepan tener paciencia, y vivir con ánimo tan tranquilo, sereno, anchuroso, como si ante ellos se extendiera la eternidad.

[Dos. Usted] Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie… No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo.

RAINER MARÍA RILKE, CARTAS A UN JOVEN POETA, LIBROS EN RED, 2010

Rilke nos aconseja mirar hacia adentro, lo cual no significa desoír al otro, pues si algo aprendí en mi tiempo en la Fundación es el valor de escribir en comunidad. Leyendo entre líneas, hay un tercer consejo, y en esto quiero ser enfático, Rilke recomienda renunciar al qué dirán, en dónde me publican, qué premios he ganado, en suma, renunciar al ego que tanto hiere la escritura. No calcular, tener paciencia y aprender a caminar hacia el interior, sin dejar de escuchar la voz de la poesía cuando toque a la puerta, ni de buscar el drama que se desenvuelve cotidianamente frente a nosotros. Poetrugo, vuelve a sonar en mis oídos, esa palabra con su música neologística y me siento contento de haber sido parte de una casa emplazada en el número dieciseis de la calle Liverpool.

*Una primera versión de este texto fue leída como discurso de renovación el 12 de noviembre de 2019 en la Fundación para las Letras Mexicanas.

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Autor: David Anuar (Cancún, Q. Roo, 1989). Poeta, dramaturgo y traductor. Licenciado en Literatura Latinoamericana (UADY, 2013) y maestro en Historia (CIESAS, 2018). Becario del PECDA (2012, 2015) y de la Fundación para las Letras Mexicanas (2018-2020). Ganador del Concurso de Cuento Corto Juan de la Cabada (2011), del Premio Francisco Javier Clavijero a la mejor tesis de maestría en el área de Historia y Etnohistoria (2019), del Premio Estatal de Poesía Tiempos de Escritura (2020), del Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos (2020) y nominado al Pushcart Prize 2020 en Estados Unidos. Autor de Erogramas (Catarsis Literaria El Drenaje, 2011), Cuatro ensayos sobre poesía hispanoamericana (Ayuntamiento de Mérida, 2014), Bitácora del tiempo que transcurre (Ayuntamiento de Mérida, 2015), Estrellas errantes (UAEM, 2016) y Memoria de Gabuch (ICAQROO, 2020). Editor de la antología Contramarea. Breve antología de poesía joven de Quintana Roo (Plataforma Colectiva, 2017), y de la obra completa de Adriana Cupul Itzá, Y mi cuerpo no ha muerto. Poesía recuperada (1993-2002) (IMCAS, 2019). Su obra poética y narrativa ha sido traducida al inglés.