Después de la tía Emilia || Cuento de Juanma Bahamonde

Era la primera vez que Juan visitaba el cementerio civil de Madrid. Acudía a visitar la tumba de su hermana. Junto a la lápida alguien había depositado una foto de su tía Emilia. Se acordó entonces de cuando murió la vieja dama. El año antes de su muerte la tía Emilia había luchado por no rendirse a las telarañas de la desmemoria. Nunca perdió la anciana su sonrisa ancha, cálida y familiar. Siempre arrinconó sus recuerdos de una dura posguerra: el dolor de enterrar a sus dos hijos cuando ambos no habían probado de la vida más que un ligero sabor amargo al odio y el resentimiento; la rabia de perder a su marido en la batalla de Belchite y no saber dónde llorarlo. Recordó también cuando él llegó al pueblo con su hermana y su padre. Su madre había llegado hacía dos días. “Mamá está cuidando de la tía Emilia. Necesita a alguien que le haga la comida. Se está quedando muy flaca”, le dijo su padre. Al salir del coche vio a su primo Javier salir de la casa de su tía. “¿Es que ha muerto la tía Emilia?”, preguntó con un rostro inquieto. Su mente infantil unió recuerdos y sentimientos. Su primo Javier hacía tiempo que dijo que no volvería al pueblo a visitar a la tía Emilia. “¿Por… Por qué lo dices?”, balbució su padre. 

Todo el pueblo acudió al velatorio. De su familia solo fueron sus padres. No querían que a tan corta edad Juan presenciase un cadáver. Es curioso cómo todo había cambiado desde que la tía Emilia había muerto. Antes, en la infancia de sus padres, la muerte se vivía como un hecho natural y que todos debían compartir como algo inevitable; incluso los niños. Ahora que la tía Emilia había muerto, un desarraigo empezó a planear como un fantasma sobre la familia. La muerte de la tía suponía también la de la mansión que encerraba los secretos de unos apellidos; unos apellidos que ahora quedaban tan yermos como las tierras que rodeaban la antigua residencia de la tía Emilia. La tarde del velatorio Juan jugaba al cinquillo con su hermana en el salón de la casa. Tenía diez años y era el único juego al que sabían jugar los dos. Con la tía Emilia había jugado decenas de veces. Siempre le dejaba ganar. Su tía sabía que el chico se enrabietaba si perdía y se escondía en la buhardilla negándose a comer porque decía que le habían hecho trampas. La última partida de la tarde la dejó a medias. Su hermana estaba como ausente; se había sentado junto al gran ventanal del comedor. Tenía la cabeza apoyada en el cristal mientras miraba fijamente una caja de ceras de colores. Las mismas ceras con las que la tía ayudaba a su hermana a hacer manualidades para el colegio. Su hermana arrojó las ceras a la pared y empezó a sollozar. Entonces lo comprendió; fue entonces cuando su hermana dejó de creer en Dios. 

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Autor: Juanma Bahamonde (Murcia, España, 1989). Graduado en Derecho y Máster en Abogacía por la Universidad de Murcia. Empleado público. Sus relatos han sido publicados en revistas literarias de España (Almiar y Narrativas) y México (La Marabunta y Monolito). Ganador del I Certamen CreArte, categoría literatura (relato), organizado por el Ayuntamiento de Molina de Segura (Murcia, España).