Nacer mujer y ser artista en México

Hasta hace muy poco, la palabra feminismo resonaba con sordina por los pasillos de los teatros, en los camerinos y los estrenos. El reclamo de la inequidad de condiciones para ser artista escénica en este país era visto como lastimero e incómodo, de alguien de quien se decía “pobre…, no tenía el talento para ganarse un lugar”. “Ganarse un lugar”, esa es la narrativa implícita de nuestros espacios de creación y su legitimación.

Cuando damos talleres, el arte es para todos; no obstante, cuando se trata de becas todos aspiramos a ser de esos cuatro o cinco nombres en la lista de aquellos que no tendrán de qué preocuparse por un año, así como mantener dobles o triples trabajos, o aceptar proyectos con una paga mínima. Siempre me he preguntado: ¿Por qué, en todos estos años, no se han homologado condiciones adecuadas de trabajo para todxs? ¿Por qué los procesos de pago y obtención de recursos para producir o crear están bajo una tácita y despiadada desconfianza por las instituciones, como si vendiéramos aire? ¿Por qué no se reconoce la figura del gestor, productor, encargadxs de difusión o asistentes como entes creativxs y claves para el desarrollo de las artes?

“Nacer mujer y ser artista en México”: La frase casi podría ser un chiste, si no fuera porque el problema es tan real que no hay motivo por el cual reírse. Quisiera contar un caso de éxito y decir que Matryoshka Red Creativa es un buen ejemplo, pero su historia tiene más de sobrevivencia que de hit económico.

Cuando salí de la licenciatura, este sistema de captación de talento no me parecía extraño. Ante el panorama gris y oscuro, decidí participar en diversos proyectos desde antes de terminar mi carrera; mientras estudiaba, también generé iniciativas propias. Así, al salir ya formaba parte de una compañía que había cosechado sus primeros logros. Nuestras placas en el pasillo del Colegio de Teatro son ahora el único recuerdo que nos queda.

Muy pronto me desengañé y entendí que, cuando eres asistente, les conviene a todos que sigas siendo asistente, que todxs estamxs en una lucha eterna de subsistencia llevada con mucho decoro. Al ser parte del equipo de producción, comprendí que la paga no era suficiente para muchos de mis compañeros. Entonces, ¿quién o qué mantiene a los artistas? En ese momento, la lucha contra el capitalismo me quedaba muy clara. Si amabas lo que hacías, debías adaptarte; el resto se iría resolviendo. Hoy también esa lucha me queda muy clara, pero mi perspectiva ha cambiado.

Después de cuatro años de trabajar en proyectos profesionales como asistente de dirección de producción, como creativa en colectivos y como directora en mis propios proyectos, mi padre falleció; por consiguiente, mi familia colapsó y, en menos de un mes, me convertí en recepcionista en una clínica de medicina hiperbárica para cumplir con el contrato del departamento que mi papá pagaba.

Evidentemente, después de ese momento, mi reflexión viró. El capitalismo cobró una realidad tan palpable que no había otro lado a dónde mirar. Matryoshka es el proceso vivo de esa reflexión, una reflexión que se reinventa todos los días; además, está en constante tensión con su contexto, con las colaboraciones, con la ausencia de derechos de los agentes culturales, con el menosprecio por la producción y la gestión, con las trabas institucionales, con la violencia de género, con la meritocracia y con la élite cultural.

Yo estoy muy en contra del capitalismo, pero también lo estoy de no tener qué comer o cómo pagar la renta, de ser recepcionista de día y teatrera de noche, de dividirnos en cien partes para llegar a fin de mes. Creo que la producción nacional le debe mucho a la clase media, a nuestras redes de apoyo, a nuestras aportaciones en especie, al trabajo de cuidados no remunerado, a las mujeres que integran la mayor parte del sector y que durante años han ayudado silentemente a encumbrar a estos grandes maestros a costa de ser relegadas a la asistencia, a la producción, a la gestión, a las tareas domésticas de la compañía de teatro (las cuales suelen ser casi como familias), a las que son parte del proyecto pero no les dan las becas, a las que tienen que mandar a los hombres a negociar porque a ellas no les hacen caso en las instituciones o les ponen “cara de fuchi” cuando piden algo, a las que les dicen niñas en los montajes aunque sean mujeres con veinte años de trayectoria, a las que han aguantado acoso y abusos físicos, sexuales, emocionales de sus compañeros directores, maestros, productores, técnicos y de la instituciones que miran para otro lado.

En mis momentos más oscuros, he pensado que ser mujer es algo que no se quita con nada. No importa si te mudas de país, no importa si vives en la ciudad, no importa si te dedicas a la cultura o si haces arte: los techos de cristal y las violencias siempre están ahí.

Así pues, Matryoshka Red Creativa ha sido, a lo largo de sus casi tres años, una suerte de laboratorio de producción con muchos desaciertos más de los que me gustaría admitir, pero también con algunos aciertos y claridades que han empezado a caer con el tiempo. Hoy nos reconocemos como un espacio que piensa la producción creativamente, y que busca crear colaboraciones para propiciar un cambio en los esquemas de trabajo con grupos e instituciones, con un cuidado y aprecio por la labor de las mujeres en nuestro campo y la importancia de que la perspectiva de género y las lógicas no patriarcales permeen nuestro hacer sin precarizarnos en el camino, cosa en estos tiempos muy compleja.

Hoy, nuestra lucha se enfoca en establecer esquemas que nos permitan crear también a nosotras mismas y no ser relegadas a sólo administrar proyectos por los programadores y jurados, que los artistas no nos encasillen en esta óptica de producción-capitalismo rapaz, con el fin de cumplir nuestro objetivo: Crear proyectos que impulsen y visibilicen nuestra voz, la voz de las mujeres.

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Autora: Alejandra Aguilar (CDMX, 1991). Directora escénica, gestora, productora y dramaturga. Egresada del Colegio de Literatura Dramática y Teatro (FFyL, UNAM). Tiene un Diplomado en Empresa social por la Universidad Iberoamericana. Fundó Matryoshka Red Creativa en 2018, plataforma que impulsa el trabajo creativo de las mujeres con en la que ha producido 14 puestas en escena y organiza el encuentro Territorios Parlantes. Actualmente, forma parte del programa de acompañamiento de Piso 16, Laboratorio de iniciativas culturales de la UNAM, con la mentoría de Jimena Saltiel. Ha dirigido seis puestas en escena, obtuvo el IX Premio a la creación escénica Lech- Hellwig Gorzynski, su último trabajo fue La certeza del amanecer de Luis Eduardo Yee, seleccionado en coproducción por el Teatro La Capilla. Fue participante de la residencia artística Escenarios de lo Real 2019 del Centro Cultural Helénico. Fue integrante del grupo Teatro Ojo y colaboró en los proyectos Deus Ex Machina, Cultura para la paz de la SEP Guanajuato y Palabras ajenas de León Ferrari. Es parte del Comité Ejecutivo Colegiado de la Asociación Nacional de Dirección Escénica y el Consejo de la Alianza por las Artes Escénicas.