El hijo que no es hijo || Cuento de Antonella Corallo

El hijo que no es hijo de María, sorprendentemente, tampoco es hijo del Espíritu Santo.

El hijo este, del que hablo, tampoco es hijo de Jesús.

—No es hijo de Cristo —aseguran varios psiquiátricos.

El hijo casi desgarbado y hambriento no es hijo de José el carpintero, tampoco de un José cualquiera, o de un José panadero, en absoluto.

El hijo que no es hijo de Buda, y no se le puede adjudicar ninguna religión oportuna, no es hijo del judaísmo, tampoco del vudú.

—Es hijo —dijeron los médicos—. De alguien es hijo.

“Por supuesto que es hijo”, pienso.

Es hijo del viento, de la luz, ¡del cielo! Hijo de un mono, y ahora, por consecuente, es un mono evolucionado; sin tanto pelo, más frágil, bonito y tierno, parece llorar junto a la madre, pero de todas formas no sé de quién será hijo el desgraciado.

Es hijo, por supuesto, del presidente, cuando éste nos brinda amparo… Todos somos hijos de alguien o algo. Yo, por ejemplo, de lunes a viernes soy hijo de mi jefe. Me trata de dar órdenes y criar en referente estadística numérica, ¡formal! Me obliga a usar corbata y traje. Me alimenta, porque con el sueldo compro comida, pero no por eso le digo padre. ¿Me entienden?

El hijo de Juancho, el verdulero, no existe, porque hijo, compuesto por cuatro letras deletreables, no se le puede decir a un perro. Legal no es, al menos no del todo.

“Hijos hay muchos”, pienso mientras miro las “mamushkas”. ¡Bah! Descendentemente, ¡cada vez más pequeñas!, una dentro de la otra, nunca vi una mamushka embarazada. Esa panza es de harina, supongo, y además serían hijas y no hijos. Hijas hay, ¡sí! Las viudas e hijas del Rock and Roll; canto un par de canciones, mientras recuerdo que la guitarra tiene un hijo; el bajo, deduzco.

—Es hijo —insiste.

Yo no le creía tanto, y no por difamación hacia la íntegra muchachita esa, que bien pudiera ser una mujer honrada, sino porque es muy pronto para esa palabra, para la compra de pañales, para la búsqueda de salas maternales, las vacunas y…, tuve la dicha de verme a los dieciocho años, ni en foto, ni en pintura, ¡en persona! Lástima que no era yo rejuvenecido, sino, propiamente, mi hijo.

Le pregunté, aún entumecido por el impacto, si no era hijo de aquel escribano con el que ella me había… Ya saben…, ¡lo que habrá hecho! Podría ser hijo de Juancho, del carnicero, del taxista, de mi jefe, e incluso hijo del sacerdote del pueblo.

Pero la joven tenía la prueba fehaciente; una carta escrita a mano, con mi letra, firmada por alguien con mi mismo nombre, diciendo:

—No me hago cargo de ningún hijo, aunque sea mío.

Ahora que no debo cambiar pañales, estoy reconsiderando si decirle o no hijo. Hijo que ya viene criado no es tan malo que hijo por criar, ¿no creen? ¿Le doy el apellido? ¿Qué hago? Las pruebas de ADN dieron positivo y las tengo en mano. ¡Bah! En realidad, habían dado positivo hace dieciocho años, pero hoy en día está de moda hacerse cargo.

—Tarde pero seguro —le dije al hijo que no es hijo.

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Autora: Milagros Antonella Corallo (Argentina, 2003). Actualmente, vive en Ezeiza y cursa sus estudios secundarios. Suele plasmar en sus escritos problemáticas sociales, y fue seleccionada en el concurso de Visiones 2020 de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror, con su cuento «Papas». Escribe para el diario de su localidad, y siempre busca nuevas oportunidades para aprender y crecer en referente a lo literario.