Presagio || Cuento de Baltasar Botavara

Ilustración de Aimeé Cervantes

—4:00 a.m. Un sueño malhadado con cara de presagio despierta a Juan Coime. La alarma sonó hace quince minutos.

» 4:15 a.m. Juan Coime ya está aseado —menos mal no le sale mucha barba— y vestido —el mismo traje de hace unas horas, sólo que con otra camisa y otra corbata—, aunque se da cuenta que se rompió el cordón de uno de sus zapatos. No hay tiempo para arreglar el percance. Con tres pasos ya está en el comedor. ¿Desayuno? Un vaso de leche y una mogolla masatera. Su compañera, María Ilota, sigue dormida; en la temporal le dieron una cita a las nueve para entregar su hoja de vida —las obligaciones de las temporales, como las de los abogados, son de medios, no de resultados—. Los Coime Ilota aún no tienen hijos.

» 4:18 a.m. Juan Coime se enjuaga los dientes.

» 4:19 a.m. Juan Coime corre, corre, corre, con su maletín a cuestas por las enfangadas trochas de su barrio. Sabe que faltando cinco para las cinco y media pasa el alimentador por el paradero que está a seis cuadras de la casa donde vive en un cuarto estrecho con su esposa. No hay mucha luz, pero si la hubiera se podría ver que sus zapatos y las botas de su pantalón ahora llevan unas manchas color café con leche que comprueban el afán de la madrugada.

» 4:24 a.m. Juan Coime sigue corriendo. A lo lejos ve una silueta verde y dos puntos amarillos que anuncian el alimentador. Hay fila, mucha gente esperando, quizá con tanto afán como Coime, quien se une aparatosamente al tumulto.

» 4:26 a.m. El alimentador siguió de largo; iba repleto de gente. Tendrá que esperar otros diez o quince minutos. Juan Coime se reprocha por esa licencia inmerecida de los quince minutos más de sueño. Más personas se unen a la espera. El portal queda a tres o cuatro kilómetros, así que caminar no es una opción. Para llegar a donde trabaja, él tendría que coger dos buses, y esos 1.900 pesos le sirven para el almuerzo.

» 4:40 a.m. Llega el otro alimentador, pero éste sólo abrió una de las tres puertas, al otro extremo de donde estaba Coime. Hombres y mujeres comienzan a empujarse entre sí para lograr uno de los ansiados espacios de pie —o como sea— dentro del bus. Varios de los que estaban primero en la fila de Coime se lanzan a la aventura; él se resigna a esperar otros diez o quince minutos, pero esta vez ya queda más cerca de la puerta, si la abren. Se escucha alguien que grita: «¡Mi celular!, ¡me robaron!». A esa hora, justo cuando la noche es más oscura, nadie dice nada, la policía aún duerme. Coime se pasa la maleta hacia adelante y cierra los bolsillos de su chaqueta donde están su billetera y su teléfono celular. Según sus cuentas, va como treinta minutos tarde. 

» 5:00 a.m. Llegó el siguiente alimentador, un poco menos lleno que los dos anteriores. Coime se agarra fuerte a su maleta y, cuando suena el golpe seco de las puertas abiertas en perpendicular a la carrocería lateral, no piensa nada y empuja, como los otros tantos —casi cientos— que se agolpan en el paradero. Un poco de forcejeo y Juan Coime está adentro. Juan Coime va al portal.

» 5:20 a.m. Después de cuatro kilómetros y tres paradas, en las que muchos se quedaron —literalmente— ad-portas de su objetivo, Juan Coime llega al portal. Le sirve la ruta H-15 que está en la otra plataforma, al otro lado de donde lo deja el alimentador. 

» 5:24 a.m. «Saldo insuficiente». A hacer la fila, Juan Coime. Y hay más gente cuyo saldo también fue insuficiente.

» 5:35 a.m. Juan Coime corre, corre y corre por el túnel que comunica las dos plataformas. ¡Cuidado con la señora que va…!

» 5:38 a.m. Después de ayudar a levantar a esa señora despistada y descuidada que iba viendo su celular, Juan Coime llega al paradero de la ruta. Cientos de personas se apretujan para entrar al bus, que no llega. Coime, como en toda su vida, está detrás de muchos. Si tan sólo los merecimientos morales existieran, si tan sólo Juan Coime se apellidara Pombo…, aunque jamás ha habido un Pombo Coime ni un Coime Pombo.

» 5:50 a.m. Llegó el articulado rojo y amarillo de dos vagones que dice «H-15». La tercera refriega en menos de dos horas. Empujar, empujar, para mirar desde la fila el bus acelerar. «¡Jue…!». Una señora mira mal a Juan Coime y le dice: «No sea grosero. Si tenía afán, ¿por qué no cogió taxi?» Juan Coime la mira mal y otro vecino lo reprocha: «la vieja tiene razón, viejo, y deje de empujar». Juan Coime le dice que no se meta en lo que no le importa y el vecino lo pechea, cual gallo de pelea o rodillón de barrio. Juan Coime le responde y otros amigables componedores los separan y aprovechan para ganar unos metros hacia delante. One Yard At A Time. Juan Coime se cambia de fila; ahora está más cerca de las escaleras y más lejos de la línea amarilla de seguridad. 

» 6:15 a.m. Llegó otro H-15. Esta vez no se va a quedar atrás. Juan Coime empuja, le pega un puntapié a alguien que está frente a él, grita a otra señora, vuelve a empujar, y, cuando suena el timbre agudo que anuncia el cierre de puertas, Juan Coime empuja de nuevo. Parece que se va a quedar a punto de entrar, pero un alma caritativa lo rempuja hacia el interior del bus. Entró. Allá adelante hay una placa que dice «Pasajeros de pie: 120». Lo bueno es que ese H-15 no parará porque va como tres veces lleno.

» 6:20 a.m. «Me miras, de cerca me miras…», Cortázar; «Me jode confesarlo, pero la vida es también un bandoneón, hay quien sostiene que lo toca dios, pero yo estoy seguro de que es troilo», Benedetti; «¡Yo lo que tengo, amigo, es un profundo deseo de dormir!», Ñervo… 

» 6:35 a.m. Un carro cruza a destiempo por la avenida, el frenazo del articulado es abrupto y Juan Coime despierta de su sueño. Así como los caballos y las jirafas, Juan Coime sabe dormir de pie. Él mira por la ventana y se da cuenta de que aún le falta mucho para llegar al bufete. Algunas personas se han bajado, así que puede meterse más hacia el fuelle. 

» 6:50 a.m. Paradas. Unos suben y otros bajan. Ahora se sube un extranjero a pedir una moneda. «Pobrecito», dice una señora; «Que Dios lo bendiga», le dice otra; y aquélla le dice a ella: «Es que hay gente que le toca tan duro en esta vida».

» 7:15 a.m. Estación «El Monzón». Aún faltan otras seis más, pero ésta queda al lado de una avenida por la que pasa un bus que lo puede llevar en diez minutos. ¿Seguir, bajar? Si sigue, llegará a las ocho pasadas, así que mejor bajar. Jaime Coime se baja y corre, corre, corre, por la estación. En quince minutos ya debe estar sentado en su estación, trascribiendo en su computador esos garabatos a los que su jefe llama notas. 

» 7:25 a.m. No pasa el bus. Juan Coime sabe que su jefe, el doctor Pombo, enfurecerá si llega tarde de nuevo. Dos, cinco, diez minutos, llegada tarde, incumplimiento del contrato. Adiós, y nunca más vuelva. Juan Coime recuerda su mara, ese billetico de 10.000 que guarda para emergencias manifiestas. ¿Qué hacer? ¡Taxi!

» 7:40 a.m. ¡¿8.000?! Es lo que marca el taxímetro. ¡¡Pero si de allá hasta acá son 5.000!! Ah, no sé, pero son 8.000; ¿o es que se quiere hacer matar por tan poquito? 

» 7:41 a.m. Juan Coime guarda los 2.000 de vueltas. La pared sigue diciendo «Pombo & Brigard», en letras de bronce resplandeciente y tan grandes como para que a nadie se le olvide cuán feliz debe sentirse por hacer parte de esa gran Familia. Juan Coime corre, corre y corre para llegar al ascensor. Las puertas del ascensor se cerraron o las cerraron; Juan Coime no lo sabe ni quiere saberlo. Esperar a que aquel suba y baje los quinientos cuarenta y cinco pisos. A su lado llega una abogada júnior, alumna de uno de los socios; mona ella, trilingüe, con amplia experiencia corporativa, según dicen en los pasillos. Juan Coime no se da cuenta de que acaba de ser registrado visualmente por su vecina ocasional, la abogada júnior. «Mk. No te imaginas el indiazo con el que estoy en el ascensor 😡. Tiene esos zapatos vueltos 💩 y está que suda como un 🐷. Gasss!!!. Osea, increíble que contraten a esta gente aquí!!! Cada día peor!!!». «Amiga cuidado con el bolso 😬😂». «Sí!!! Osea, deberían ponerles el otro ascensor!!! 🙈🙉🙊». «😆😅😂». ¡Juan Coime: los zapatos!

» 7:45 a.m. Llegó el ascensor. Hay tumulto, pero estos ejemplares de la bonhomía, empatía y decencia no se lanzan para asegurarse un puesto, no tienen afán; al fin y al cabo, es de bestias comportarse como salvajes. 

» 7:52 a.m. El ascensor lleva treinta pisos recorridos. Un olor taimado invade los dieciocho metros cúbicos del ascensor. Todos miran mal a Juan Coime. La abogada júnior sonríe para sí misma. Juan Coime se da cuenta de que no tiene el celular en su chaqueta.

» 8:04 a.m. Piso 131. Juan Coime se baja y corre, corre, corre a su puesto de trabajo. Allí lo espera el doctor Pombo, su jefe. «¡Señores: suspendan todo lo que están haciendo porque llegó el ‘doctor’ Juan Coime. ¿Otra vez, Coime? ¿Así es como usted le paga a esta empresa la oportunidad que le dio? Si tiene que madrugar, ¡hágalo!, como todos sus otros compañeros, pero no los irrespete con sus llegadas tarde. Es la tercera vez en seis meses que llega después de la hora de inicio de la jornada laboral, y usted bien debería saber que el artículo cinco, numeral tres, literal b, inciso segundo, parágrafo cuarto del Código de Convivencia laboral de Pombo & Brigard establece que, abro comillas, cuando el proletario acumule tres llegadas tarde, su jefe inmediato podrá terminar con justa causa y a su discreción el contrato laboral por falta gravísima contra la ética corporativa, y el proletario perderá el derecho a la indemnización y otros saldos prestacionales, cierro comillas. Señor Coime: ¿Usted entiende la gravedad de lo que hizo?». 

» 8:07 a.m. Juan Coime se da cuenta de que sus zapatos están sucios y de que el abrecartas y el doctor Pombo están cerca el uno del otro, casi deseándose, como si el uno fuera el destino del otro, y ambos al alcance de su trémula mano. 

—Señor Coime —dice el Juez—: ¿Usted entiende la gravedad de lo que hizo?

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Autor: Baltasar Botarava (Bogotá, Colombia, 1987). Economista y magíster en Economía; se ha desempeñado como funcionario del Ministerio de Defensa Nacional de Colombia y como profesor de la Escuela Colombiana de Ingeniería y de la Universidad de los Andes, en Colombia. Sus creaciones literarias han sido publicadas en Primera Página.

Ilustradora: Aimeé Cervantes Flores (Oaxaca, 1995). Egresada de la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM. Profundizó sus estudios en la ilustración, la cual considera su pasión después del cine, la literatura y la música. Entre sus logros se encuentran: Exposición colectiva en el Museo Franz Mayer con motivo de “El mundo de Tim Burton”; participación en un mural colectivo de su facultad y como directora de fotografía en el cortometraje “Otro Muerto” del Rally universitario del GIFF.