Recetario para la memoria

No buscamos huesos, buscamos tesoros.

Las Rastreadoras del Fuerte

Que la cocina sea pretexto para hablar de lo indecible, para hacer presentes a los que se llevaron, para tejer acciones contra la ausencia.

Zahara Gómez Lucini

Hay una consigna, parte de la lucha histórica por las personas desaparecidas en México, que refiere a las ausencias como capaces de trascender sus contextos individuales, hacia la colectividad: “las personas desaparecidas nos faltan a todxs”. Personalmente, mi aproximación a este enunciado ha estado cargada de incomodidad, torpes precauciones, desconfianza, duda y en el mejor de los casos cautela. ¿Qué significa que quienes se encuentran desaparecidxs nos falten a todxs, en todo momento y en cada lugar? ¿Cómo cobra realidad esta falta en distintos ámbitos de la sociedad? ¿Cómo accionar, desde nuestro cachito de mundo, la lucha en contra del olvido y la demanda de verdad y justicia?

Esto me pone a pensar, por un lado, en las cifras oficiales más recientes que el subsecretario de Derechos Humanos pronunció en julio de este año y en cómo nos relacionamos con ellas como mexicanos: en México, desde el año 1964, hay registradas 73 mil 201 personas en calidad de desaparecidas o no localizadas (71 mil 678 de estos casos han sido registrados desde diciembre de 2006). Sabemos que es posible que el número sea mayor, quizá mucho mayor. Los casos de desapariciones en el país son manifestaciones explícitas de la violencia sistemática que caracteriza al México contemporáneo. Las personas desaparecidas y sus ausencias son la realidad del país que habitamos y componemos.

Por otro lado, pienso en los distintos niveles en los que se experimenta el vacío de una persona, empezando por la esfera familiar y por el hogar, hacia otros espacios como el lugar de trabajo, los distintos círculos sociales, diferentes sitios frecuentados (de consumo, de tránsito, de actividades sociales y culturales, etc.), ampliándose así a toda la comunidad. Estas diferentes capas se ven en mayor o menor medida atravesadas por las ausencias de quienes desaparecen, por eso, como lo explica María De Vecchi, de Artículo 19, son fenómenos considerados de “lesa humanidad”, pues atentan contra todxs.

Fotografía de Zahara Gómez , tomada de https://www.recetarioparalamemoria.com/en/inicio

En el Centro de la Imagen, en una pequeña sala, entrando al recinto a mano derecha, la mesa está puesta y aguarda. En las paredes, encontramos treinta fotografías, de treinta platillos, junto con sus qués y cómos de preparación. Se trata de la puesta museográfica del Recetario para la memoria, un proyecto realizado por la fotógrafa Zahara Gómez y las Rastreadoras del Fuerte. En este recetario, las familiares de quienes se ausentan nos comparten los platillos preferidos de sus desaparecidxs. Nos invitan a conocerles desde lo que les gusta, a imaginarles desde otros lugares, a reconstruir sus historias a partir de algo tan íntimo como la comida favorita.

Las pizzadillas que Mirna Medina prepara para su hijo Roberto. Fotografía tomada de: https://elpais.com/cultura/2020-05-10/recetario-para-la-memoria-madres-que-cocinan-para-los-hijos-que-ya-no-estan.html

En los recetarios se codifican, se heredan y se comparten identidades, historias y saberes. Son espacios en los que se confían conocimientos invaluables, muchos tips, pero también muchos afectos. En el Recetario para la memoria, se explicita el cruce entre lo gastronómico y lo social, desde el momento en el que las madres, los padres, las esposas o las hermanas se deciden a volver a cocinar para aquellxs que no están. Al mismo tiempo, se nos convida a cocinar estos platillos, a probarlos y a ponerlos sobre nuestras mesas. Así, desde nuestro propio sentido del gusto, saboreamos lo que le gustaba a Juan, a Jorge, a Brian o a Roberto, les hacemos presentes a través del alimento. “La comida es alianza”, nos dice Constanza Posadas Certucha, otra colaboradora del proyecto.

En un país cuya atención hacia el fenómeno de la desaparición se caracteriza por la indiferencia, la impunidad y la criminalización de las víctimas, aproximarnos a quienes están desaparecidxs desde algo tan humano como la comida es un acto de resistencia amorosa. Se trata de pensarles desde sus propias experiencias de vida, desde sus historias que a la vez nos llevan también a pensar en las nuestras. El mediador de estos intercambios es el amor de sus familiares que, como dice Daniela Rea (curadora de la exposición), es «Un amor dolido, un amor desesperado, un amor consumido, pero un amor». Al final, es este mismo amor el que históricamente ha protagonizado y conectado las búsquedas y las luchas por los desaparecidos en nuestro país.

La exposición parte de la visualidad, pero se expande hacia el resto de los sentidos en una experiencia envolvente. Nos convoca a imaginar sabores, olores, sonidos y sensaciones de otras cocinas y de las propias. Estamos alrededor de una mesa puesta que aguarda y ante un Recetario que crea puentes hacia lo colectivo para invitarnos a cocinar, a honrar y a no olvidar. Porque las personas desaparecidas nos faltan a todxs y entre todxs hay que hacer memoria.

El recetario se puede comprar en el sitio web que se creó y también ahí pueden conocer el proyecto más a fondo.