“Mi perro tonto”: Las historias de desamor también pueden salvarnos

¿Quién escribirá cartas de amor cuando el amor termine? Escribir es una de las mejores maneras de exorcizar demonios, y qué mejor que los demonios del amor, que corre el riesgo de ser todo, menos eterno. No en vano, el dicho popular reza: “cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana”. La película francesa Mi perro tonto (Mon chien Stupide, 2019), dirigida y protagonizada por Yvan Attal, retoma esta sempiterna cuestión para, a través de una esposa alcohólica, unos hijos rebeldes, vándalos, consumidores de marihuana, y un perro adicto al sexo, quejarse de la vida marital y honrar el arte de la escritura como arma para la liberación emocional.

Mi perro tonto sigue a Henri Moen (Yvan Attal), escritor de mediana edad y poco éxito quien, sumergido en una profunda crisis personal, se enfrentará a una serie de conflictos familiares que amenazan con separarlo de su esposa Cécile (Charlotte Gainsbourg) y sus cuatro hijos. Henri, sin embargo, encuentra alivio con un perro que llega inesperadamente a su casa, a quien adopta con el nombre de Tonto y convierte en su mejor amigo.

La cinta desciende de un deliberado acento cómico hasta el melodrama. Comienza con un puñado de chistes simplones sobre Tonto y su adicción a montarse en cualquier sujeto masculino que se le cruce enfrente, así como sobre las relaciones padre e hijo en las que, cual sitcom estadounidense, el adulto resulta más tonto que sus descendientes. Sin embargo, una vez que el humor se esfuma, desenmascara una historia sobre una familia errada y un matrimonio gastado. La risa es, acaso, un paliativo que esconde una maraña de sentimientos amargos.

El tema mejor explorado por Mi perro tonto son los sinsabores del matrimonio. La rutina, la falta de comunicación y la poca sinceridad terminaron por minar una relación que, anteriormente en sus vidas, lucía como el sueño perfecto del hombre y la mujer intelectual: retirarse a un pueblo lejano y solitario, con vista a la playa, para vivir el idilio y enfocarse en la pasión de la escritura. Henri y Cécile se enfrentan a un proyecto que, a todas luces, salió mal. Frente a sus cuerpos avejentados, botellas vacías de alcohol, ansiolíticos y cuatro hijos rebeldes, se preguntan cada mañana: ¿En qué nos equivocamos?

Pero, ante todo, Mi perro tonto es la historia de una familia. Berrinchudos, prepotentes e incapaces de medir las consecuencias de sus actos, los cuatro jóvenes reflejan la imagen de un seno familiar insostenible. Henri, rendido ante la idea de haber errado en aceptar la paternidad, decidirá entre si seguir solapando las irresponsabilidades de sus hijos u obligarlos a madurar de golpe. El debate moral de Henri simpatiza con el público, y plantea la difícil e inevitable reflexión de qué hubiéramos hecho nosotros ante aquel panorama.

Es tentador pensar en esta película como un ejercicio liberador de metaficción entre Yvan Attal y Charlotte Gainsbourg, quienes son pareja desde hace casi treinta años. No es la primera vez que personifican a un matrimonio disfuncional: anteriormente, la película Mi mujer es una actriz (Ma femme es une actrice, 2001), también dirigida por Attal, jugaba con la idea de los celos que se interponen en una relación sentimental al dedicarse ella al mundo del espectáculo. A pesar de que Charlotte Gainsbourg ha negado que Mi perro tonto se inspire en su vida amorosa con Attal —en realidad, el guión de la cinta se basa en el relato del mismo nombre publicado en 1985 por John Fante—, es fácil ver en esta cinta una continuación de la idea planteada en Mi mujer es una actriz. Esta película sería, en el mejor de los casos, una suerte de what if, una proyección sobre qué hubiera pasado con su matrimonio si se hubieran dejado llevar por el hastío y la falta de honestidad. Refleja, tanto para los actores como para el público, el miedo al fin del enamoramiento en una relación.

Esta visión realista del matrimonio es el mayor acierto de Mi perro tonto. Algunas películas de años anteriores —Antes de la medianoche (2013) de Richard Linklater o Blue Valentine (2011) de Derek Cianfrance son buenos ejemplos— ya intentaban subvertir el empalagoso final feliz del cine romántico para responder a la cuestión de qué ocurre después de éste. ¿Qué pasa después de que, al término de la cinta, los protagonistas se prometen “vivir felices para siempre”? La película de Yvan Attal muestra un panorama poco alentador, pero también refleja una esperanza para salvar a su familia cuando cree que todo está perdido. El conflicto familiar es el duelo de Henri, quien deberá madurar y enfrentarse a su depresión e inseguridades para rescatar su hogar.

¿Y el perro Tonto? Su desaparición a media película nos deja perplejos; acaso su entrada en escena sólo cumple el objetivo de actuar como la expresión mínima del “elefante en el cuarto”, aquello que todos ven pero de lo que nadie quiere hablar, pues a partir de su llegada se destapan los innumerables conflictos familiares. La vida misma, con sus apariciones, desapariciones, futuros inciertos y proyectos fallidos, nos deja también con un sinfín de dudas. Mi perro tonto es una visión esperanzada de aquel pesimismo que permea en el día a día de aquellos desilusionados, quienes creen que no volverán a lograr nada y no volverán a darle una oportunidad al amor. Es un hálito de esperanza cuando creemos que el romance ha muerto. Yvan Attal y Charlotte Gainsbourg creen fervientemente que las historias de desamor pueden salvarnos.

Mi perro tonto forma parte de la selección para el 24° Tour de cine francés, cuyas siete películas recorrerán 73 ciudades de todo el país a partir del 8 de octubre de 2020. Consulta la cartelera y más información en su sitio web.