Bradicus o el cuerpo hecho objeto: tecnología y patriarcado

Ilustración de Carlos Gaytán

Un hombre australiano fue denunciado en México por usar fotos y videos de mujeres sin su consentimiento para promocionar sus productos y servicios de seducción. Brad Hunter o Bradicus se dedica a viajar por el mundo y ligar con mujeres locales que utilizan aplicaciones de citas, registrar el contenido a través de videos y luego incluir el material en un curso que vende como la guía definitiva para la seducción online. En su canal de YouTube algunos videos muestran elaborados mecanismos que incluyen una fila de teléfonos celulares y un brazo robótico con una punta que conduce la electricidad suficiente como para que la pantalla deslice hacia la derecha y haga match automáticamente con la mayor cantidad de mujeres posibles. Otra de sus técnicas era la programación del envío de mensajes en WhatsApp a través de una cuenta de negocios y un software automático.

Por supuesto, las horribles acciones de este hombre demuestran la profunda red de relaciones que el patriarcado, el capitalismo y la misoginia tejen sobre las culturas. Las nacionalidades de los autonombrados Pick-Up artists no son relevantes en cuanto nos percatamos de que el heteropatriarcado ha extendido sus dominios a límites insospechados. Las fronteras del capitalismo no son geográficas. Ni siquiera en el cuerpo subalterno, ahí donde la ideología es solamente un ir y venir filosófico, la hegemonía escampa.

Analicemos de manera más cruda lo que este suceso significa: un hombre heterosexual privilegiado vende un curso para seducir tantas mujeres como sea posible en internet. Está lucrando, unilateralmente, con las caras, los sentimientos y los cuerpos de las mujeres de los países que visita. Además, un factor a tomar en cuenta es que todo su proceso de acumulación —casi por despojo— se hace a través de un sistema intangible de compilados de unos y ceros. Inicia con Tinder, sigue con WhatsApp, mete Facebook, Instagram, Twitter, YouTube y termina vendiendo su miserable curso a través de una página web alojada en un hosting sin escrúpulos. 

Si este imbécil tiene likes, comments, views, subscribers y pupilos es porque en el inmenso mar de tecnoidentidades hay gente dispuesta a creerle y a aprender de él. Es una intrincada red que asume como producto al cuerpo femenino/feminizado y que no tiene más fines que lucrar con sus citas anunciadas en forma de trofeos. Solemos creer que los avances vertiginosos en la tecnología y la ciencia nos acercan más a la utopía que a la distopía, pero lo cierto es que, inmersos en los algoritmos, el patriarcado y el capitalismo están mejor disfrazados que nunca.

En El algoritmo del amor, Judith Duportail descubre que Tinder tenía un complicado sistema algorítmico de reconocimiento que era capaz de determinar si una persona era atractiva o no, y con base en esas conclusiones mecanizadas mostrarle personas que estuvieran en su rango de belleza. Además, el algoritmo mostraba de vez en cuando caras más o menos atractivas de lo que el usuario supuestamente era con el fin de escalar los puntos de su perfil. Así, entre más interacciones positivas con personas atractivas hubiera en el perfil del usuario, mejor oportunidad tenía de mostrarse primero ante más personas. Beauty is in the eye of the beholder. Ese ojo robótico gigantesco que observa todos nuestros movimientos. ¿Qué pasa con los algoritmos en máquinas como (las de) Bradicus? 

Un algoritmo no es sólo un conjunto de operaciones lógicas sistematizadas, sino un vehículo automotor en el que el capitalismo conduce y el heteropatriarcado es el copiloto. Tal vez en el pasado, en su camino por la ruta 66, pararon a tomar una Coca-Cola y una BigMac en un McDonald’s del rumbo, pero ahora su auto ha sido reemplazado por un bólido de microprocesadores y datos que viaja invisible en las carreteras de la información. Ahora no se detiene, porque su combustible ya no puede ser ningún hidrocarburo, sino un sistema que perpetúa la desigualdad, la misoginia y la violencia. Con las denuncias a Bradicus por parte de la diputada Alessandra Rojo de la Vega, su velocidad baja. Pero habrá en el camino muchos más hombres cuyas ideas coincidan con las de Brad, y cuyas intenciones sean conseguir el cuerpo codificado/cosificado para presumirlo como trofeo. Si la tecnología, el capitalismo y el heteropatriarcado pilotean el Eva, ¿cómo detener la nave del progreso? 

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Ilustrador: Carlos Gaytan Tamayo (Ciudad de México, 1999). Estudia Ciencias y Artes para el Diseño en la UAM Azcapotzalco. Formó parte de varias exposiciones colectivas de cartel en su universidad. Algunas de sus obras ilustran artículos de Cultura Colectiva. Su trabajo se inspira en diversas técnicas y se encuentra en el diseño gráfico y la ilustración.

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