Los hombres que no escuchaban a las mujeres

Uno de los últimos capítulos de la popular serie estadounidense Los Simpsons propone, desde el humor, un robot llamado Afirma-bot, diseñado para escuchar a las mujeres, cuya única reacción son frases afirmativas y asentimientos con la cabeza. Esta broma nos hace pensar en los roles de género convencionales derivados a partir del modelo de familia de los años cuarenta y cincuenta, según los cuales las mujeres tienen la necesidad irrefrenable de verbalizar todo, cosa que los hombres jamás podrán entender. Esta idea, que pervive hasta en comedias románticas recientes y rompedoras, ha sido estudiada desde varios enfoques, incluso el científico. De hecho, estudios recientes demuestran que, aunque el cine nos cuente que las mujeres hablan, son los personajes masculinos quienes más líneas y tiempo en pantalla tienen, incluso en películas protagonizadas por mujeres. ¿Cómo explicar esto?

Antes de entrar en el número de palabras pronunciadas por mujeres y hombres, sea en la pantalla o fuera de ella, cabe destacar que un gran porcentaje de películas hechas son previas a la invención del sonido (muchas de las cuales se han perdido). En estas, a pesar de contar con rótulos que ayudaban a comprender el argumento, lo más importante eran las expresiones faciales y corporales de sus actores. Además, tal y como observamos en el anterior artículo, la acción solía centrarse en las aventuras del héroe masculino. Cuando aparecían mujeres, solían ser una entidad pasiva.

Con la llegada de los talkies, las cosas cambiaron rápidamente. Las nuevas películas aprovechaban el sonido, que permitía transmitir más información en menos tiempo, para generar situaciones y argumentos más complejos. No hay mejor ejemplo de esto que las screwball comedies de los treinta y cuarenta, en las que tanto ellas como ellos reparten burlas y respuestas ingeniosas a ritmo de metralleta. Esto debe mucho a la farsa shakespeariana. Mientras que en las tragedias del Bardo ellos suelen ser los que más líneas tienen, en las comedias estas cifras están casi igualadas. Ahora bien, en muchos casos, si estas mujeres hablan más es porque pasan gran parte de la obra vestidas como hombres. Este es el caso de Porcia de El mercader de Venecia, con 574 líneas —Antonio y Shylock, personajes clave, solo tienen 188 y 352, respectivamente —, una parte de las cuales pronuncia disfrazada de hombre. Esto pone en evidencia que, hasta no hace mucho, los temas considerados “femeninos” no tenían cabida en el espacio público. Para ser escuchada, una mujer debía comportarse como un hombre.

Pasamos ahora a los cincuenta, con su modelo Levitton de grandes casas prefabricadas en los suburbios. De aquella época nos llega la imagen del ama de casa idílica, que dedica el día al cuidado del hogar para la llegada del marido. Según los estándares de la época, cualquier cosa que pudiera tener que contar la mujer a su marido pasaba a un segundo plano, puesto que él venía cansado del trabajo y tenía más derecho a ser escuchado. En los cincuenta, la edad dorada de la televisión, esto se veía sobre todo reflejado en la publicidad y en las series televisivas. Independientemente de lo que tuvieran que decir, las palabras de la mujer se relegaban a la categoría de “temas femeninos”, menos relevantes que los de su marido.

Hubo algún tímido intento de desafiar estas convenciones. La popular serie I Love Lucy (CBS, 1951-1957) se centra en la vida de una ama de casa convencional, pero cada capítulo muestra los intentos de la tozuda protagonista para romper con los cánones establecidos y que amenazan a su libertad. Especialmente célebre es el capítulo en el que ella y su amiga se quejan de que sus maridos no aprecian la labor que hacen en casa, y ellos, de que trabajar no es tan sencillo como ellas creen. Por lo tanto, deciden cambiarse los papeles. Aunque al final del capítulo todo vuelve al statu quo, siguiendo el principio de toda sitcom, al menos los personajes pueden aprender a valorar la tarea que desempeña su cónyuge.

2020. Tras nuevos movimientos de liberación femenina, tales como el reciente #MeToo, seguimos encontrando este estereotipo en el cine y la televisión, muchas veces respaldado por investigaciones que alegan la existencia de diferencias biológicas entre hombres y mujeres que las hacen hablar más. Se han llegado a oír las cifras de 20,000 palabras por día para las mujeres y 7,000 para los hombres. Un estudio de la Universidad de Pennsylvania sitúa el origen de estas estadísticas en un panfleto de 1993 que no cuenta con ninguna fuente de referencia. En realidad, un estudio llevado a cabo por David Lazer, de la Northeastern University indica que, al encontrarse en grupos mixtos, son los hombres los que más hablan. Esto tiene que ver con lo que Jennifer Coates llama la “norma androcéntrica”, según la cual solo la interacción que tienen los hombres con el lenguaje es percibida como la norma. En las escuelas nos encontramos con un fenómeno parecido: según la Trinity Western University, los niños hablan hasta nueve veces más que las niñas.

El cine, como otras tantas veces, refleja esta realidad. Según uno de los estudios más exhaustivos sobre el tema, el Polygraph (basado en el análisis de 2,000 guiones) los hombres hablan más que las mujeres en el cine, incluso en películas protagonizadas por mujeres. Y mientras que películas protagonizadas exclusivamente por mujeres son rara avis, nadie parece extrañarse de que películas como Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992) no tengan ni una frase pronunciada por una mujer.

Por lo tanto, nos podemos preguntar: ¿hablan más las mujeres? ¿O quizá estamos tan acostumbrados a escuchar a los hombres que cualquier mujer que se hace oír es percibida como una exagerada? ¿Realmente han cambiado tanto las cosas desde los tiempos en los que las heroínas de Shakespeare tenían que disfrazarse de hombres para ser relevantes?