A veinte años de «Y tu mamá también»: Hermanitos de leche

En el cine mexicano, pasa que la ficción se fusiona de manera simbiótica con la realidad, incluso aunque ambas se encuentren diametralmente separadas una de la otra en la vida real. También pasa mucho que el cine de algunos directores plasma, de forma orgánica y sin artilugios, sus propias vidas, posiblemente anécdotas y pasajes que dialogan con los personajes que han creado para esa ficción, para esas hojas blancas.

Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001) representaba dos cosas: la rebelión de un adolescente al darse cuenta que su vida familiar no es lo que esperaba y que la misma experiencia daba la madurez para entender esos cambios físicos, hormonales y, por lo tanto, sexuales. Julio y Tenoch, formaban una pareja de amigos desde la infancia y, por lo que la misma historia revela, se guardaban secretos el uno del otro aunque, con un manifiesto charolastra, se llegaba a un acuerdo que prohibía ciertas acciones en esa hermandad.

Carlos y Alfonso Cuarón exploraron dentro de su memoria para trazar esta historia. Ambos directores tenían la necesidad de crear una historia de adolescentes que no fuera pueril ni banal, sino que realmente abarcara temas trascendentes como el amor, la amistad, el descubrimiento de la sexualidad, los gustos, los objetivos, la vida y, claro está con el personaje de Luisa, la muerte.

Lo fundamental era concebir cómo contarla sin caer en los panfletos hechos y en los que había caído el cine norteamericano y mexicano para ese momento. Las modas y formas cinematográficas para retratar la adolescencia se habían trivializado y se habían dejado de lado esas experiencias que marcan la vida personal para siempre.

Es ahí cuando estos dos escritores exploran a uno de los más grandes exponentes de la nouvelle vague francesa: Jean Luc Godard. Así, retoman un recurso que este experimentador visual usaba en varios de sus proyectos, como lo es “el narrador”, una voz que, a manera de un dios que todo lo ve, sin juzgar de manera alguna, describía cada uno de los personajes, sus hechos e incluso sus pensamientos; asimismo, describía el contexto de la historia y dialoga de manera distinta sin ahondar en él. Esta narrativa fue lo que le dio la contundencia cinematográfica que dos personajes como Julio y Tenoch necesitaban.

Daniel Jiménez Cacho aceptó el personaje de narrador porque leyó el guion y sus partes en las que él intervenía. No sólo le pareció innovador, sino también fantástico que el cine mexicano se atreviera a crear un puente entre su surrealismo citadino y un estilo cinematográfico francés que trataba de plasmar lo mismo desde su trinchera.

Quizá si Y tu mamá también hubiera sido realizada en esta época sería encajonada como una película de cine queer o estaría contextualizada dentro de lo efímero de las redes sociales, sin embargo la diferencia de casi veinte años de su realización hacen que esta historia tomara el lugar que tuvo y tiene ahora. Su composición dentro del tiempo y espacio dentro de la cinematografía mexicana no sería el actual de no haber sido realizada en el tiempo que fue hecha.

Casi dos décadas después, nos dejaron reflexionar sobre la importancia del crecimiento, de la experimentación, pero sobre todo que la vida sucede mientras pensamos, como jóvenes, que haremos con nuestras vidas. Mientras tomamos decisiones suceden cosas, amamos, reímos, peleamos, nos decepcionamos y también perdemos a quienes, hasta cierto punto, nos acompañan en ese viaje.

Y tu mamá también no sólo forma parte de la cinematografía mundial como una de las mejores películas y narrativas, también es parte importante de un mosaico a manera de anecdotario de muchos cinéfilos que buscábamos, en ese momento, un camino y Alfonso Cuarón nos dijo: “la vida es como la espuma, por eso hay que darse como el mar”.