Ya no quiero oír nada de J. K. Rowling

Como la mayoría de las mujeres que militan en el feminismo, no me levanté un día y dije: “El feminismo radical es lo mío”. Llegué a él después de leer, conocer a otras mujeres, investigar, saber que hay diferentes tipos de feminismos y crecer dentro del movimiento. Me enteré de que lo de “radical” no era por “extremista”, sino porque reconocía que la “raíz” de la opresión de las mujeres comienza con el género y los estereotipos ligados y, por lo tanto, su objetivo es guiar la lucha hacia su abolición. Coincidía con su pugna por la abolición del trabajo sexual y muchos otros de sus postulados. “Sí, éste es el mío”, me dije. Como mujer que se considera de izquierda, sus críticas al empoderamiento y al capitalismo me hacían sentir que finalmente había encontrado la postura política con la que me identificaba.

Me uní a grupos de Facebook, ataqué el feminismo liberal, leí blogs y escuché pláticas sobre por qué el feminismo radical era mejor que otros, lo que resultaba paradójico con la idea de que en la utopía feminista no hay jerarquías ni competencias. Se pintaba como que el feminismo tiene “etapas” y debe una aspirar a convertirse siempre al radical, muchas veces sin considerar que eso tiene implicaciones de raza, clase, origen étnico, etcétera. Había en esos espacios una especie de condescendencia a aquellas que “aún no habían llegado” a quitarse la venda de los ojos y entender lo que nosotras ya habíamos hecho.

En dichos espacios se discutían temas como el lesbianismo político, y a veces se incurría en debates sobre si deberíamos o no sentir placer al mantener relaciones con varones (porque parece que el sexo es sólo orgasmo y como el orgasmo femenino es clitoriano es innecesaria la interacción) que sirvieron incluso como mofa a personas contrarias al feminismo en redes sociales. Pronto empezó a surgir un tema que me conflictuó personalmente: las personas, en especial las mujeres, transgénero. El feminismo radical postula que el sexo es observado y que, al buscar la abolición del género, el que una persona “se autoidentifique como mujer” significa remarcar los estereotipos que tanto hemos luchado por erradicar. Se ridiculizaba seguido el hecho de que las personas trans, en su proceso de cambio hacia la identidad “mujer”, optaran por dejarse el cabello largo y usar ropa normalmente marcada como femenina. También se hacía visible que decir “todes” es tan invisibilizador hacia nosotrAs como usar “todos”. Mi yo feminista radical quería decir “sí, por supuesto que esto es cierto”, pero otra parte de mí podía notar el peligro de este discurso tan cercano al que los conservadores defienden.

Para entonces, en redes, especialmente en Twitter, todos los días había que preguntar a quién íbamos a “cancelar”. El más mínimo error de elección de palabras o revisión de actos pasados podía provocar que el medidor de congruencia progre dijera que tal o cual persona debía ser sacada de todos los espacios. Había acusaciones, respuestas institucionales, renuncias, disculpas públicas; todo por una foto vieja o un like. Nadie está demeritando el tamaño de las ofensas de nadie. Lo que está mal debe ser castigado y las personas deben entender que sus actos (y palabras) tienen consecuencias, pero habíamos llegado al absurdo, pues la naturaleza humana —como si falta decirlo otra vez— comete errores (esto no es justificación de ningún crimen o algo por el estilo). Por poco las autodenominadas feministas radicales aprobaban la pena de muerte, que va en contra de cualquier enfoque de derechos humanos que es lo que se supone defendíamos. Así, llegué a pensar que si yo decía “las personas trans no son eso que ustedes dicen”, el feministómetro diría que no era una buena feminista y correría el peligro de ser “cancelada” y que todxs mis conocidxs y amigxs dejaran de tomarme en serio.

Sólo ahora, tomando distancia, puedo ver lo absurdo que suena todo, porque el activismo en redes es eso. Aunque claro que tiene implicaciones y su peso en la discusión pública es mayor que nunca, es cómodo. Muy pocxs de quienes usaban sus caracteres para pelear (desde el bando que fuera) de verdad ponían el cuerpo, los recursos o la voz a la hora de defender las causas fuera de internet.

El feminismo radical es importante porque pone atención en ciertas cosas fundamentales de la lucha política por la liberación de las mujeres, como entender que la violencia proviene de la estructura “hombre”, su trabajo sobre cómo el patriarcado afecta todas las esferas de nuestra vida y que se necesita hacer economía y educación y todo feminista para salir de él. Es necesario comprender, sobre todo ahora que en pro de “los muchos feminismos” a veces se entiende que una puede quitar lo feo y ponerle lo que nos guste al movimiento, que es tanto un movimiento político (y por lo tanto necesita bases fuertes para resistir e incidir) como una forma nueva de habitar el mundo que necesita de acciones reales para alcanzar sus metas.

En México vimos la discusión sobre la transfobia y el “derecho” del feminismo radical a la “expresión” y a estar en contra de las personas trans el año pasado con Laura Lecuona, sus constantes ataques en Twitter y las interpelaciones de las que fue víctima durante algunas de sus conferencias en la Ciudad de México. Sin embargo, la discusión se volvió internacional cuando J. K. Rowling, la escritora británica, se pronunció a favor del reclamo de una profesora que había sido despedida por acusaciones de transfobia. Como todo siempre en internet, esto fue llevado al reduccionismo simplista que concluyó que la autora estaba en contra de la existencia de las personas transgénero. Se le acusó de transfóbica y fue “cancelada” de todos lados. Actores, cantantes, influencers y todo tipo de personas de la esfera pública la apoyaron o la vituperaron. Había que elegir bandos, porque actualmente sólo se puede contestar Sí o No, como en una historia de Instagram. Fue incluso usada su historia de víctima de maltrato para defender su discurso, que, aunque pretende lo contrario, en el fondo tiene odio.

Luego, Rowling publicó un ensayo en su página web en el que respondía a las acusaciones, mostraba las razones que sustentan su pensamiento y pedía empatía y respeto a su opinión. Aunque en el ensayo expresa que reconoce la violencia sufrida por las personas transgénero y que está en contra de cualquier tipo de abuso, apunta que ella observa en el mundo un incremento de la erosión de la identidad de las mujeres al incorporarlas al grupo de “personas menstruantes”, por ejemplo, que puede entenderse como separar al mundo entre “hombres” y “todo lo que no son varones”. También asegura que las mujeres que no se sienten cómodas con los estereotipos femeninos son frecuentemente invitadas a transicionar hacia varones; trae a cuento la cantidad de personas que han decidido “detransicionar” para volver a su cuerpo preoperación y también indica cómo le parece que esto es un retroceso en la lucha de los derechos de las mujeres.

La mayoría de lo que Rowling apunta se sustenta en “los miles” de correos y comentarios que recibió de padres preocupadxs porque sus hijxs estaban transicionando en grupo y en el hecho de que algunas políticas públicas de países como Escocia estaban entregando nuevos certificados de nacimiento a personas trans sin necesidad de que se sometieran a cirugía o a tratamientos hormonales. La escritora dice en el ensayo que está consciente de la gran cantidad de jóvenes mujeres que han decidido detransicionar debido a que se dieron cuenta que no era realmente su deseo, sino una decisión tomada a causa de la homofobia lésbica. Las estadísticas que tanto señala Rowling en realidad no aparecen en ningún lado salvo en portales de dudosa procedencia. Por el contrario, este artículo de la Open Access Journal of the American Society of Plastic Surgeons (ASPS) indica que la cifra de arrepentimiento después de una cirugía de transición de género es extremadamente pequeña e inusual.

El feminismo radical rápido acusó de misoginia a cualquiera que se dignara a cuestionar a Rowling y se “apropió” del acrónimo TERF (Trans Exclusionary Radical Feminist – Feminista radical trans-exclusionaria) con orgullo. Se acusó al transactivismo de poner en peligro la vida de las mujeres y haber declarado la guerra al feminismo radical y ambos se volvieron tanto a sus esquinas para tomar fuerza que se alejaron del asunto principal: reconocer que tanto mujeres biológicas (o cis) como mujeres trans (porque en todo este asunto son el principal objetivo de ataques, no así los hombres trans) son víctimas de la violencia patriarcal. Mientras tanto, sí, como imaginarán, las estructuras patriarcales y los varones, que son su representación, sin inmutarse.

Rowling apeló a su “libertad de expresión” y dijo que ella era una defensora de ésta, incluso de la de Donald Trump. Poco faltó para que acusara al transactivismo de “ser el nuevo orden” que no puede ser debatido. Trajo a cuenta la pregunta por la presencia de mujeres trans en espacios separatistas, pues “son varones” y, por lo tanto, violentadores potenciales, un discurso no distante al de los varones que recalcan las ocasiones en que una mujer violenta a un hombre para negar la violencia estructural de género.

Entre las muchas cosas que veo incorrectas del ensayo de la autora está que postula una falsa dicotomía entre el reconocimiento de los derechos de las personas trans y la erosión de la categoría “mujer” y, por lo tanto, la pérdida de fuerza de la lucha por la liberación de las mujeres. No existe tal contraposición. Entender que las personas trans deben ser reconocidas como deseen y que necesitan derechos no elimina a las mujeres, y cualquier política pública hecha de esa manera está mal pensada. Entender también que hay violencias contra las mujeres que están completamente vinculadas a sus cuerpos (violencia sexual, trata de personas, mutilación genital y un lamentable largo etcétera) no impide observar la violencia que sufren las mujeres trans (crímenes de odio, nulo acceso a la educación y al trabajo formal, terapias de conversión forzadas).

Es ridículo reducirnos a nuestros genitales porque no somos sólo sexo y tampoco somos sólo género. Quejarnos de ser llamadas “personas menstruantes” a la vez que alegar que somos mujeres sólo aquellas que tenemos vulva es reducirnos a nuestros genitales. No nos puede identificar como mujeres sólo tener vagina y vulva, tampoco la capacidad de ser madres ni mucho menos las violencias que sufrimos. Rowling habla del arrepentimiento postoperatorio como los conservadores alegan el trauma posaborto con el que buscan detener la legislación sobre la interrupción legal del embarazo.

Sin embargo, puedo entender de dónde viene el enojo. Mujer es una palabra para la que todavía no tenemos definición. Nos negaron tanto tiempo la libertad de hacerlo y nos señalaron una serie de cosas que significan serlo que, ahora que no nos gustan, no sabemos ni por dónde empezar. Obviamente ver nuestro cuerpo es una buena manera de hacerlo, pero quedarnos con él no nos lleva a ningún lado. Nos deja en el mismo lugar de “Dios creó a Adán y a Eva”. Por supuesto que, ya que en el feminismo habíamos encontrado un lugar para pensar qué es y qué queremos que sea “ser mujer”, encontrarnos con cuestiones tan complejas como las personas trans nos pone en jaque, pero no podemos por ello infligir el mismo rechazo que alguna vez sufrimos.

Es indispensable que entendamos que, así como dijimos que los actos y las palabras deben tener consecuencias, al apoyar la transfobia que pregona que las mujeres trans no son mujeres, apoyamos el odio que provoca que sus esperanzas de vida sean menores a los cuarenta años y que casi siempre terminen a causa de una enfermedad de transmisión sexual o un asesinato. Creer que “nos quitan” derechos es cegarnos y actuar de igual manera que los conservadores racistas que se creen el cuento de que los migrantes son la causa de la pérdida de sus trabajos y, por lo tanto, son sus enemigos. Frente a la desaparición y asesinato de la Dra. Elizabeth Montaño, médica del IMSS y activista trans, el ensayo de Rowling me parece una frivolidad.

Todo lo anterior me dejó en claro todas las dudas que al inicio del texto conté que tenía:

  • Que TERF no puede ser una manera de identificación de la cual estar orgullosa;
  • Que debemos entender que nuestros discursos tienen consecuencias;
  • Que las vidas trans importan y nos deben preocupar a las mujeres feministas;
  • Que la lucha por la liberación de las mujeres incluye la liberación implícita de todo aquello que fue considerado “inferior” o “diferente”;
  • Que el mundo no es blanco y negro y ser crítica significa ver todo con matices y no aceptar ni vituperar todo categóricamente. Ser crítica no es creer que somos víctimas de censura todo el tiempo, sino aprender a reconocer que podemos estar equivocadas y que eso no está mal ni debe eliminar nuestra posibilidad de seguir aprendiendo.

Actualmente, para mí, el feminismo trans-excluyente ya no es de las cosas con las que me identifico y con las que estoy de acuerdo. Mi feminismo es de espacios seguros, de confianza, de horizontalidad y de aprendizaje colectivo. De resistir mediante la creación de vínculos de amor, ternura y apoyo mutuo entre mujeres. Mi feminismo apuesta por la vida y no por el odio hacia nadie.

No me importa si es radical o liberal o cualquier cosa. Sé que es antirracista, anticapitalista, antifascista, negro, trans, lésbico, obrero, indígena y todo aquello que es necesario tomar en cuenta para luchar contra las estructuras sociales que permiten la opresión de cualquier mujer.

No quiero oír nada más de J. K. Rowling porque este debate es inútil y solo polariza sin llevarnos a ningún lado. Los derechos no se consultan y la existencia de las personas no se debate. En la búsqueda de un mundo más amable hacia todas, todos y todxs, “cancelar” anula cualquier posibilidad de discusión y nos deja a todxs sin cambiar y en el mismo lugar. El discurso de odio no se tolera en ningún nivel, ni siquiera como chiste u “opinión impopular”. Ahora puedo decir esto sin miedo a ser cancelada: las mujeres trans son mujeres y el feminismo en el que creo las defiende.