La edad (sí) importa

Corría el año 1962. En la sección de anuncios del periódico Variety, una mujer buscaba trabajo. Se definía (en este orden) como madre de tres hijos, divorciada, estadounidense y con treinta años de experiencia. Desgraciadamente, nada de este anuncio se alejaría de la realidad de nuestro día a día si no fuera por la profesión de esta mujer: actriz. Y quizá esta anécdota no se recordaría años después si no fuera porque quien escribió esto no fue otra que la mismísima Bette Davis. El anuncio, más que una verdadera búsqueda de trabajo, se trataba de una satírica denuncia por parte de Davis hacia la falta de ofertas para actrices mayores de cuarenta. Casi sesenta años después, con actrices de menos de cuarenta años siendo rechazadas para interpretar el interés amoroso de hombres que pasan la cincuentena (como le pasó a Maggie Gyllenhaal), ¿hemos avanzado?

La base del problema se hace evidente en las parejas que nos presenta Hollywood. Si nos fijamos en clásicos como Casablanca (Michael Curtiz, 1942) o Sabrina (Billy Wilder, 1954), vemos a Humphrey Bogart emparejado con mujeres mucho más jóvenes que él. Lo mismo ocurre con los protagonistas de Hitchcock. James Stewart, uno de los actores fetiche del director británico, pasaba los cuarenta cuando protagonizó La ventana indiscreta (1954) o Vértigo (1958). En cambio, Kim Novak o Grace Kelly no llegaban a los veinticinco. Es interesante apuntar que Hitchcock decía verse reflejado en James Stewart.

Aunque los matrimonios donde el hombre era mayor eran una práctica habitual hasta bien entrado el siglo XX, el cine no siempre lo representó como algo loable. Las primeras películas que representaban a parejas con una gran diferencia de edad lo hacían con una clara intención crítica: la familia de una joven la obligaba a casarse con un hombre mucho mayor que ella por dinero. Estas ridiculizaban tanto al pretendiente, quien creía que el dinero podía comprar el amor de la joven (enamorada de alguien de su edad), como a la familia. La mayoría de los títulos de estos filmes hablan por sí solos: Money Magic (William Wolbert, 1917), A Sould for Sale (1918), The Price She Paid (Henry MacRae, 1924).

A partir de los años cuarenta, con la liberalización de los códigos morales, empezaron a representarse más parejas con grandes diferencias de edad, la mayoría de las veces sin que esto fuera relevante para el argumento. Lo sorprendente es cómo este cliché ha resistido el paso del tiempo. Aunque en la mayoría de las películas actuales vemos a protagonistas femeninas supuestamente “fuertes e independientes” que no necesitan a nadie que las mantenga, siguen siendo emparejadas con hombres considerablemente mayores. No se habla por supuesto de películas donde la diferencia de edad entre los dos protagonistas es relevante para la trama (American Beauty, por ejemplo), sino de aquellas en las que se da por sentado y se acepta como lo natural. Tal y como dice Helen Mirren, “todos hemos visto a James Bond envejecer, mientras que sus acompañantes seguían siendo igual de jóvenes”. Cuando ocurre al revés, la trama suele girar alrededor de este hecho. Es este el caso de películas como Mi segunda vez (Bart Freundlich, 2009) o Hello, my name is Doris (Michael Showalter, 2015), que exploran las consecuencias que debe asumir una mujer si se enamora de un hombre más joven.

Las películas que retratan esto, por supuesto, son una excepción. La mayoría de los papeles para las actrices mayores de cincuenta es el de “madre” o “mujer de”. Por supuesto, las representaciones de la maternidad no son negativas, sino todo lo contrario; el problema está cuando el personaje no existe al margen del protagonista masculino. Aún más problemático es que, perpetuando la “cancelación” de actrices mayores de cincuenta años, muchas veces se contrate a actrices jóvenes para estos personajes. En su momento, Vogue escribió un artículo sobre cómo Jennifer Lawrence, de poco más de veinte años, interpretó a mujeres que estaban en la treintena en tres películas, todas dirigidas por David O. Russell: Los juegos del destino (2012), Escándalo Americano (2013) o Joy (2015).

Ahora bien, ¿este fenómeno es exclusivo del cine? En la Universidad de Harvard llevaron a cabo un estudio sobre la web de citas OK Cupid. Los resultados demuestran que, a partir de los cincuenta años, los hombres heterosexuales buscan a mujeres hasta veinticinco años más jóvenes que ellos. Esto no ocurre en el caso de las mujeres. En el mundo laboral, aunque a partir de los cuarenta es difícil encontrar trabajo para ambos géneros, las mujeres lo tienen más difícil. ¿Debemos entender todo esto como un reflejo de lo que vemos en el cine? ¿O quizá las películas solo reflejan la realidad? ¿El arte imita a la vida o la realidad supera la ficción?

Si volvemos al caso de Hitchcock, que se veía reflejado en los personajes de James Stewart, podemos intuir que el cine es otra prueba de quién tiene el poder. Aquellos que desean emparejarse con una mujer más joven, quizá para recuperar su juventud. Aquellos que considera a una mujer de cuarenta años “demasiado mayor”. Esto, por desgracia, ocurre tanto en la pantalla como fuera de ella.

¿Qué debemos hacer ante esto? Como se ha comentado en otros artículos, la mejor manera de dar visibilidad a un colectivo es escuchándolo. Las películas con mujeres detrás de las cámaras suelen contar con personajes femeninos complejo, y no solo el canónico “interés amoroso” o “madre de”. Ha llegado el momento de aceptar que hay más de una manera de contar las cosas.