La imagen del texto

Ilustración de Sofía Lozada Rojas

La relación que la escritura ha guardado con las imágenes a lo largo de la historia ha sido fundadora de un sinfín de producciones culturales: desde documentos legales creados en la antigua Mesopotamia, pasando por la literatura de emblemas y hasta los carteles de propaganda soviética. Con fines muchas veces pedagógicos, palabra e imagen se acompañan la una a la otra en búsqueda de efectividad a la hora de transmitir ideas.

Hoy en día, este binomio, palabra-imagen, aparece de diversas formas, y suele relacionarse, por ejemplo, con la literatura infantil, o con textos de divulgación como los que se encuentran en revistas. Por otro lado, la literatura “para adultos”, así como los textos académicos, casi siempre prescinden de las imágenes en su totalidad, con la excusa de que nuestras mentes libres y desarrolladas, capaces de abstraer, no necesitan del auxiliar visual para comprender las ideas. Sin embargo, no podemos negar la inmediatez y la fuerza con la que las imágenes nos continúan significando, así como cuando éramos niños.

Imagen de La peor señora del mundo de Francisco Hinojosa, ilustrado por Rafael Barajas

¿Cuántos no almacenamos vigorosos recuerdos de las ilustraciones de algún cuento? ¿Cuántas veces no nos hemos decidido por un libro en vez de otro por la imagen que lleva en su portada? En realidad, textos de todas las naturalezas, en formatos físicos o digitales, abarcan un terreno imaginario que puede ser explorado y utilizado de inmensas maneras. A continuación, presentaré dos ejemplos en los que imagen y palabra se encuentran en constante juego, aportando en comitiva a los significados que cada una y ambas construyen.

Para empezar, me remito a un texto con el que me reencontré la semana pasada, dentro de la Revista de la Universidad de México (no. 854, noviembre 2019), cuyo título fue Feminismos. Esta publicación incluye, entre muchos otros textos diversos, una selección de fragmentos del libro Contra-pedagogías de la crueldad, de la antropóloga argentina-brasileña Rita Laura Segato. La selección del texto se acompaña de cuatro imágenes de pinturas de la artista mexicana Ana Segovia.

Las palabras de Segato que aquí se presentan son producto del trabajo que la antropóloga realizó en una penitenciaría brasileña, en donde ella y su equipo entrevistaron a presos sentenciados, acusados de violación, así como de las posteriores reflexiones que de allí surgieron. En las pocas páginas que comprenden al texto seleccionado, se presentan someramente los puntos claves del trabajo de Rita Segato, como por ejemplo, la idea del mandato de la masculinidad. Por su parte, la obra de Ana Segovia, reflexiona también en torno a la masculinidad y las convenciones socioculturales que la rodean, a partir de retratar perfiles prototípicos masculinos como el del vaquero y el del matador.

De tal manera, en el texto se da una especie de colaboración indirecta, en donde las palabras acogen a las imágenes y viceversa. La obra de Segovia aporta nuevas claves de lectura para las ideas de Segato, así como las palabras de la antropóloga proveen a las pinturas de nuevos alcances. Las imágenes, además, por su carácter didáctico, pueden crear puentes de acceso bastante directos en nuestra mente, que vendrán a la mano cuando intentemos recordar las ideas expuestas en el texto. Esto último puede ser de gran utilidad en estos tiempos de sobrecarga informativa.

Otro gran ejemplo es el trabajo del ilustrador y diseñador gráfico mexicano Alejandro Magallanes. Magallanes lleva el libre juego entre imagen y palabra a nuevos niveles, pues se pregunta incluso por lo que existe en medio de estas dos categorías. Es decir, explora la visualidad de la palabra, así como la textualidad de la imagen, creando obras inclasificables en formatos comunes como el libro o el cartel.

En su libro ¿Con qué rima tima? Magallanes explora los encuentros con el lenguaje y las imágenes, a partir de una propuesta poética que lleva al género literario a sus más extremos límites. El juego entre la imagen y el texto le permite, precisamente, crear una serie de poemas lúdicos, llenos de humor, alegría y frescura.

Existen quizá cientos de miles de otros ejemplos en los que actualmente se explora la relación entre imagen y palabra en búsqueda de nuevas propuestas artísticas y no artísticas. Sin embargo, los dos ejemplos aquí brevemente expuestos la verdad me parecen bastante satisfactorios: el primero por su aguda interpretación de lo que se vive actualmente, como inscrito en un sistema que precariza la vida; y el segundo por construir desde una libertad simple y cándida.

Por su carácter inherentemente imperativo, las imágenes dentro de los textos continúan y continuarán perpetuando una función pedagógica; sin embargo, también pueden ser leídas desde otro lugar: el del ofrecimiento. Ante las condiciones del presente, muchas veces nos encontramos oscilando entre una rabia que nos hace querer quemar todo y una desolación que nos obliga a hacernos bolita todo el día. La imagen inscrita en cualquier relato nos da un empujón para seguir imaginando y pensando en las posibilidades de otros mundos, como en nuestros cuentos de la niñez.

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Ilustradora: Sofía Losada Rojas, Girasof (CDMX, 1997). Actualmente estudia historia del arte en la Universidad de Salamanca y pinta siempre que puede.