«Ya no estoy aquí»: En mi pecho floreció una cumbia

Ya no estoy aquí (2019): el sonido de la contracultura de inicios de la primera década del 2000 se escuchaba con Lizandro Meza y su canción «Lejanía». El coro se escuchaba desde los sonideros mexicanos, pachangas callejeras que dieron pie a un movimiento llamado Kolombia, caracterizado por ropa de cholos con cortes de pelo que destacaban por tener las patillas largas y decoloradas con un flequillo que tapaba la frente de jóvenes. Atuendos extremadamente grandes y coloridos, que muy pocas veces vemos, incluso los propios mexicanos, los acompañaban por las calles de una ciudad de Nuevo León.

Del movimiento de las cumbias nace Ulises, un joven de diecisiete años que es líder de Los Terkos, banda chola de la parte urbana de Monterrey que vaga por las calles bailando y mostrando su peculiar estilo de baile e imagen. Un mal día Ulises se encuentra en el momento y el lugar equivocado y presencia una lucha por los territorios entre Los Zetas y otra banda chola. Él deberá escapar lo más lejos posible para salvar su vida y la de su familia de una muerte segura. Este escape lo lleva a los barrios bajos de Nueva York, lugar donde ya no es cabecilla de una banda, sino que se encuentra solo y, por supuesto, ya no es mayoría.

Daniel García es Ulises en Ya no estoy aquí

El limbo que representa estar físicamente en un lugar, pero estar mentalmente en otro gracias a una nostalgia sobre el sentimiento de pertenencia a tu tierra, raíces y familia, son excelentemente bien representados en Ya no estoy aquí. El guion nació del laboratorio guionístico del Festival de Cine de Sundance en 2014, pero fue con el paso de años cuando pudo encontrar su propio camino; primero, dentro de los festivales cinematográficos más importantes del mundo, para después ganar el premio del público en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Su director, Fernando Frías, realiza un segundo largometraje que homenajea esas corrientes contraculturales que forman un excelente mosaico social en la vida diaria mexicana. Aunque enmarcada por una creciente violencia resultado de la guerra declarada del entonces presidente de México, Felipe Calderón, Ya no estoy aquí tiene vida y voz propia a pesar de lo poco empático de su personaje central, Ulises, quien muy pocas veces suelta una sola palabra para charlar o expresar sentimiento alguno. Sin embargo, todo cambia en cuanto la bocina se enciende con la mejor cumbia colombiana, porque da paso a bailes y convivencias casi surreales que parecen transportarnos a tierras fuera del territorio nacional, no obstante que sea siempre gente mexicana a quien puede verse en pantalla.

La película está plagada del choque cultural que representa salir de tu país y llegar a otro totalmente diferente. Ulises cambió, sin estar de acuerdo, las compañías de la Chaparra y la Negra por la de Lin, una chino-americana que ayuda a su abuelo a administrar una tienda de abarrotes, con la que no se entiende nunca por la barrera del idioma. También la historia deja ver un viaje personal resultado de la pérdida de la identidad devorada por un cambio social y cultural que afectó a la sociedad del norte de México por el exceso de violencia del gobierno del presidente en turno en el 2010. Ulises, por su parte, no puede salvar del cambio a un movimiento pacífico que sólo implicaba disfrutar de la música en compañía de amigos y que ahora es sumido por la violencia y la muerte gracias al crecimiento del narcotráfico.

Cabe mencionar que aunque la historia de Fernando Frías estaba pensada para un estreno en cines mexicanos, no sólo por lo importancia cultural que implica ver estos grupos urbanos representadas en la pantalla grande, sino que realmente se disfruta ver planos muy bien pensados que complementan el relato para hacerlo sentir ágil e interesante, con una visión única. El director y escritor nunca trató de plasmar una caricatura de ciertos personajes; su intención de hacerlos lo más real posible. Esto se nota desde el diseño de arte urbano exacerbado de los cholos y la cumbia colombiana rebajada, a la que trata desde una perspectiva de movimiento cultural y de identidad social, dejando fuera las implicaciones violentas que los rodeaban. Así, logra adentrarse más en la importancia íntima que tiene para el personaje.

Ya no estoy aquí se encuentra mucho mejor lograda, en su intento de retratar un movimiento contracultural, que muchas otras películas mexicanas como Esto no es Berlín (Hari Sama, 2019) y Te prometo anarquía (Julio Hernández Cordón, 2015). Estos últimos ejemplos no los refiero como malas muestras, sino todo lo contrario: pienso que Fernando Frías logró plasmar un estilo lo más real posible sin caer en disoluciones, ni en exageraciones para llamar el morbo del público y ser más condescendiente con el espectador.

Ya se encuentra en la plataforma de Netflix y es primer lugar en tendencias de reproducción.