«Yo soy un provocador nato, me encanta contar historias de la nada»: Entrevista a Eduardo Viladés

el teatro y la narrativa son mi vida y me permiten evadirme a galaxias lejanas donde mis yoes, que son muchos, dan rienda suelta a su perturbación y su talento infinito.

Eduardo Viladés

Eduardo Viladés, dramaturgo del año en República Dominicana en 2019, ha escrito una amplia variedad de obras teatrales, cuentísticas, novelísticas, entre otros géneros. Sus intereses personales y profesionales lo han llevado a países como Reino Unido, Italia, Francia, Bélgica. Se ha desempeñado también en el ámbito del periodismo cultural; no obstante, su pasión es el arte, pues ahí encuentra un camino para remover consciencias y generar instrumentos de cambio y compromiso social.

*

Primera Página: Cuéntanos, Eduardo, ¿cómo empezaste a vincularte con el arte?

Eduardo Viladés: Siempre he estado vinculado al mundo del arte. Tú me conoces un poco y sabes que no soporto la grandilocuencia ni el carácter épico que rodea la farándula, pero lo cierto es que a los cuatro años escribí mi primer libro de relatos y a los nueve era el encargado de las composiciones teatrales en el colegio, tanto a la hora de escribirlas como dirigirlas y montarlas.

La narrativa nunca me ha abandonado y a “La casita de las fresas”, ese relato primigenio que 40 años después transformaría en exitosa obra teatral infantil, dio paso a un sinfín de cuentos y relatos, como “La señora Mowe”.

A los 12, recuerdo que escribí un guion de una película de terror que rodamos en un par de meses en el colegio y dos años antes hice de Jesucristo (sí, yo de Jesús, casi me da una embolia al recordarlo) en varias funciones que adaptaba a mi manera.

Qué duda cabe que mis compañeros me odiaban. Ser diferente no tiene muy buena prensa. Crecí con ello y vivo con ello, pero de todo se aprende y los pendencieros siempre terminan en el barro. El karma termina por colocarles en su sitio.

Recuerdo por ejemplo a mi tía Victoria, quien siempre confió en mí desde que era un mendrugo. Ya con cuatro años comentaba a mis padres que era un artista cuando me veía hacer cosas de artista, así que puedo decir que ha sido algo innato.

Profesionalmente, eso sí, desde hace seis años y medio, es decir, siempre he escrito narrativa y teatro, ensayo y textos-denuncia, pero vivir de ello (o malvivir, estamos en España) puede decirse que desde hace siete años más o menos.

PP: Es muy interesante lo que nos cuentas. ¿Qué obra, de tipo literario, teatral o musical, por ejemplo, ha sido significativa para ti como persona y como artista?

EV: Pues mira, podría nombrarte muchas, pero me quedo por ejemplo con Emilia, de Claudio Tolcachir, un dramaturgo argentino a quien admiro. La vi en Logroño con mi madre y me dejó paralizado, tanto la actuación de Malena Alterio como el guion y la intensidad.

De obras personales, me quedo con La chica del parque. Hace apenas un mes, en febrero de 2020, he rehecho el texto y estoy emocionado con el resultado. La escribí hace cinco años y ha tenido mucho éxito, pero hace unos meses sentí la necesidad de reescribirla y he hecho una obra nueva que es mucho más yo, más acorde al Eduardo de 2020. Sé que la nueva La chica dará qué hablar. También me quedo con El sendero verde, que publica en breve el Instituto de Estudios Riojanos en su revista Codal, y La era líquida, un monólogo que estreno en Madrid en mayo. Todas tratan de dolor y amor, de alegría y tristeza. La tragicomedia de la vida.

PP: Definitivamente. A propósito de tu teatro, si hablas del dolor, del amor y la alegría como una representación tragicómica de la vida, ¿cuál es la labor del dramaturgo?

EV: Emocionar. La imaginación es mi mejor aliado. Si no me creo mis propias fantasías y doy por válidos mis espejismos difícilmente puedo hacer creíbles mis historias.

Como artista empleo el arte para perdonarme la esquizofrenia que padezco.

Mis obras no son necesarias para nadie, las librerías están llenas de libros, todo está inventado. Son necesarias para mí porque necesito crear para respirar. No lo digo en plan iluminado o mierdas de esas de happyflower, simplemente es la verdad. Si a la hora de respirar puedo conseguir que otros compartan conmigo la mascarilla me doy con un canto en los dientes.

PP: En este sentido, ¿qué impacto ves en la sociedad desde tus obras?

EV: Bueno, no soy el oráculo ni el Mesías, de modo que no tengo ni idea del impacto que tienen mis obras. Sí que pretendo que remuevan conciencias. Que cuando la gente ve Vidas invisibles piense que todos estamos en el mismo barco, que la discapacidad mental se normalice y nos dirijamos hacia la desestigmatización.

Que sientan lo mismo al ver La chica del parque. Que cuando se emocionen con Trío de ases se den cuenta de que el androcentrismo imperante tiene que ser desterrado y que la cultura judeocristiana ha hecho mucho, que el futuro tiene color de mujer.

Que cuando vean El sendero o La Era líquida se rían de sí mismos, de ser diferentes, que cuando asistan a Malditos se den cuenta de que el bullying y el mobbing pueden aniquilar a un ser humano pero que, aun así, hay que coger al toro por los cuernos y seguir hacia delante, que mi frase de cabecera es “que se joda el mundo”, que los pendencieros se cansan cuando la victima deja de ser una victima fácil y, si no se cansan, son tan estúpidos que se ahogan en su propia bilis de podredumbre. Reír y llorar, reírse del sufrimiento habiendo aprendido de él. Vivir es una puta mierda, pero a veces el olor que desprende recuerda a la vainilla.

PP: ¿Qué papel tienen las manifestaciones artísticas en la actualidad?

EV: Remover conciencias en su coctelera interior. Chillar y decir “ya basta” en muchas cosas que tenemos que cambiar. Creo mucho en el teatro social, el arte como compromiso. Y también hacer reír, que es otro modo de remover. Es curioso porque, a estas alturas de mi vida, todo me da igual, no te puedes imaginar la mochila que llevo, es casi imposible que algo me altere porque me he instalado en el nihilismo más absoluto… Yo, pero no mi arte, es decir, pasad de mí, del “yo” que veis por la calle, pero no del “yo” creador. Ese sí que tiene mucho que contar.

PP: Sobre esa misma pregunta, ¿qué es lo más importante en el quehacer teatral?

EV: Que el público empatice con lo que has tratado de contarle. Que sea el público quien termina la obra; es decir, que se convierta en dramaturgo a tu lado. Claro está que todo esto que acabo de decir no se consigue si no hay un buen equipo y blablablá. Y si no hay dinero, tampoco. Y si no hay compromiso, tampoco. Y si no hay… Paro qué me caliento y tengo una edad para estos trotes…

PP: Jaja, dime, ¿cómo crear narrativas que empaticen con el público y que les haga «viciarse» de más expresiones artísticas?

EV: Viviendo. Para que la audiencia empatice con lo que le cuentas tienes que vivir.

Hablar con mucha gente, que te pasen cosas extrañas, que esas cosas, aunque no sean extrañas, en tu mente se conviertan en curiosas y adquieran connotaciones fabulescas.

Ir a charlas, a conferencias, a seminarios de toda índole, hablar con la tendera y con la catedrática, pederse y mearse encima, que nada quede enquistado, fluir, decir boberías sin ton sin son, disfrutar de un trozo de chope en el ribazo y de unos canapés en un estreno de esos de postureo barato que tanto gustan a ciertas personas para avanzar. Que conste que jamás voy a esos sitios, la verdad, nunca, me apasiona pasar desapercibido y soy tan lerdo que aun así llamo la atención.

Yo soy un provocador nato, me encanta crear historias de la nada. Esto me ha traído muchos problemas a lo largo de mi vida porque, como todos los artistas, soy muy intenso, exuberante la mayor parte del tiempo. Ya te he dicho antes que el 90% de la gente me escupe cuando me ve. Me fascina.

PP: ¿Cuál es el mayor reto de tu carrera?

EV: Tengo mucho que mejorar y aprender. De hecho hay veces que leo obras de hace muchos años y me digo “menudo truño” y la reescribo. Así que mi reto personal es la humildad, seguir mejorando y, por ende, emocionar al público de verdad y con la verdad.

PP: ¿Qué te gustaría que fuera tu legado en la dramaturgia?

EV: No pretendo ningún legado, vivo el día a día. Las desilusiones son como pequeñas muertes diarias y en esta profesión uno se convierte en un no-muerto feliz de oler a naftalina, así que legado, ninguno, tengo otras cosas mejores en que pensar.

PP: Te agradecemos mucho, Eduardo. Ha sido un placer hablar contigo.

***

Semblanza: Eduardo Viladés. Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de 24 años de carrera. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura. Cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración, así como la narrativa y el ensayo denuncia. Sus obras teatrales se representan en varias ciudades españolas, México, Colombia, Perú, República Dominicana y Estados Unidos. Fue seleccionado como dramaturgo del año en República Dominicana en 2019 y en La Rioja en 2020 por el Instituto de Estudios Riojanos a través de la revista Codal. Colabora asiduamente con sus ensayos, relatos y obras de narrativa con las editoriales Canibaal (Valencia, España), Extrañas noches (Buenos Aires), Microscopías (Buenos Aires), Lado (Berlín), Otras Inquisiciones (Hannover), Gibralfaro (Málaga), Windumanoth (Madrid), Amanece Metrópolis (Madrid) y Viceversa (Nueva York).