“Mahmud Darwish anda en metro” hecho pedazos

Por Yanuva León

Por lo común, cuando leemos cuentos o novelas engullimos la última frase, cerramos el libro y somos capaces de repasar experiencias de personajes que página a página fueron quedando en pelotas ante nuestro morbo mirón. Podemos decir, por ejemplo: acabo de leer la historia de un hombre que lo tenía todo (décadas de casado, buen hogar, fortuna, hijos profesionales, una vejez cómoda), hasta que un día su abnegada esposa, en mitad de la cena, le pide el divorcio y que se vaya muy derecho al carajo. Entonces, la trama hilvana El viaje vertical que un tipo debe hacer en el cénit de su existencia y que resumimos a los amigos en una conversación de sobremesa.

Bien ahí. Pero, ¿por qué no es tan fácil hacer eso con Mahmud Darwish anda en metro?, del barinés Miguel Antonio Guevara, publicado recientemente por la editorial colombiana El Taller Blanco.

Esta obra ganó el VI Premio Nacional Universitario de Literatura “Alfredo Armas Alfonzo”, mención cuento, en 2017; sin embargo, las piezas que la conforman no admiten ser embutidas en galeras teóricas en las que sí calzan perfectamente “El ahogado más hermoso del mundo” del Gabo, “La felicidad clandestina” de Lispector, o los relatos de El llano en llamas de Rulfo.

Los textos escritos por Miguel Antonio dan la impresión de ser pedazos, partículas que antes de una fractura (de la que nada sabemos) constituían una gran unidad, de modo que cada trozo puede ser la continuidad de algo que no tenemos a mano y que retoma su curso también fuera de nuestro alcance. Como un enorme jarrón estampado que alguien estrelló contra una pared y pasó a ser una alfombra de añicos, pero que, además, ha estado bajo la suela de transeúntes por tiempo indeterminado y lo que sobrevive, del objeto que fue, yace fragmentado, desordenado e incompleto. El autor tiene perfecta consciencia de ello y lo anuncia con un epígrafe de Javier Meloni:

Nuestra generación ha crecido entre las ruinas de antiguas certezas. Nacimos mientras caían. Apenas participamos en su derrumbe. Somos hijos del fragmento, pero el fragmento no nos inquieta, porque la alternativa de las grandes moles compactas no nos atrae ni nos convence. Han producido demasiadas víctimas como para confiar en ellas. Con los fragmentos, en cambio, se pueden hacer mosaicos y vidrieras que insinúen lo Invisible sin saturarlo, formas cambiantes de paredes y tejados, de bóvedas, campanarios y minaretes que alberguen y señalen ámbitos de trascendencia sin problematizar porque queden espacios abiertos, ya que el vacío puede ser una forma de plenitud.

Las piezas se articulan desde registros diversos: poesía, epístolas, anotaciones, citas y referencias bibliográficas. Visto así se entiende que las partes de Mahmud Darwish anda en metro no respondan a características fundamentales que la tradición literaria identifica en los géneros narrativos: es difícil precisar conflictos (nudos) o bosquejar claramente argumentos. A pesar de ello, basta empezar a leer para tener certeza de que una voz nos describe en primera persona acciones de una cotidianidad doméstica, y pronto percibimos que esa voz pertenece a una mujer que estará presente en toda la obra y a la que pudiéramos etiquetar como “protagonista”:

Voy a tomar la malta que está al fondo del refrigerador. Es un aparador mediano, de esos en donde podemos apoyarnos. Veo el sudor de las botellas, generalmente las que están más cercanas las intuyo agitadas; de llevarme una, al abrirla, haré un desastre. Cuántos no he hecho hoy con el café, agua y tostadas, no solo el líquido cobra vida para salir volando.

Es posible decir que al leer la secuencia de recortes cumplimos un rol de reconstrucción, experiencia a la que como lectores o espectadores ya deberíamos estar habituados, gracias a la difusión masiva de ciertas tendencias de la industria artística y espectacular de las últimas décadas. En el ámbito literario, la novela Rayuela, de Julio Cortázar, quizá sea un claro antecedente. Mientras que en el cine vale mencionar dos ejemplos puntuales: Babel (2006), filme con guion de Guillermo Arriaga y dirigido por Alejandro González Iñárritu, y Split (2017), dirigido y escrito por M. Night Shyamalan. Esta angustia en torno a lo fragmentario atraviesa la trayectoria de creadores de áreas diversas, muchos de los cuales experimentan, incluso, la hibridación de lenguajes. Tal es el caso de Miguel Antonio Guevara, quien mixtura poesía, arte plástico, interpretación del tarot, entre otras incursiones expresivas.

De manera que frente a Mahmud Darwish anda en metro nos toca asumir una labor de paleontólogos que a partir de restos formen la noción de estructura ósea de animales hace mucho extintos, o, mejor, arqueólogos frente a trizas de estatuillas que otrora fueran sagradas y hoy son rompecabezas de culturas muertas. Con la salvedad importante de que la civilización que entrevemos en la creatura de Guevara no es ajena ni remota, es la de sujetos occidentales contemporáneos, encallados en las playas de una clase media “tercermundista”, muy cerca de la barbarie que impone la desposesión material, pero con acceso a dispositivos de evasión y de control: privilegios y claustros. ¿Qué, si no, son las ciudades, la Academia, los centros comerciales y las redes sociales? ¿No comportan, acaso, universos atomizados que operan como realidades tendientes cada vez más a la “especialización” y que se concretan en microrrealidades simultáneas con sus propias lógicas, dislocadas unas de otras, definiendo a un ser social que algunos estudiosos identifican como “posmoderno”?

El hombre y la mujer escindidos del afuera, rotos, vagando por mundos interiores en procura de respuestas o abriendo boquetes para olvidar la desesperación de no entender nada. “¿Si la URSS nos salvó del f. en el S. XX quién en el XXI?”, es uno de los pendientes de una lista que la narradora apunta en una libreta mientras toma café, junto a cosas como: “escribir un correo” a una amiga, “comprar cereales y pasas”.

La modernidad fue el tiempo de edificar lo unívoco, del despliegue de la ciencia y su afán de explicar totalidades, catalogar cuerpos enteros, dibujar anatomías, trazar mapas, una forma de pensar, ordenar, abordar y mercadear el Todo. No obstante, la misma ciencia devino en mercancía multiplicable, no fue más fin sino medio, se desgajó y en un proceso de mitosis pasó a ser una máquina de producir mundos, pues solo así se sostiene y crece el capitalismo: en la expansión de territorios para vender lo que sea.

Habitar esos territorios nos exige maneras de relacionarnos sujetas a sus condiciones particulares, y en la obra de Miguel Antonio Guevara sospechamos que subyace un supraargumento que da sentido al collage que tenemos delante, queremos que lo haya, vamos como el conejo de Alicia detrás de un acontecimiento que desconocemos, conejo del que la narradora comenta: “Estaba tan ansioso que le preguntaban, ¿para dónde vas? Y respondía: yo no sé, lo que sé es que voy rápido”.

Esa búsqueda de sentido persiste en todo el libro, en el acontecer físico y psicológico de una mujer urbana, contemporánea, transida por angustias, pasiones, sentimientos, dudas y deseos. Una mujer de la que sabemos poco, aunque nos asomamos a su intimidad psicológica, emocional e intelectual a través de anotaciones sueltas que la traslucen. Una mujer que se aferra al amor y a la literatura como si fuesen sus únicos respiraderos entre tanta incertidumbre.

Referencias a autores y obras se abren como hipervínculos de acceso a otras lecturas, promesas de significados, fragmentos encapsulando fragmentos. El mismo título de la obra es una provocación en esa dirección, pues quien no sepa que Mahmud Darwish es un connotado poeta palestino, sí tiene muchas posibilidades de haber viajado en metro y sentirse atraído por los pedazos de historias que allí suceden.

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Marco Antonio Guevara

Miguel Antonio Guevara (Venezuela, 1986). Escritor, sociólogo del desarrollo, editor y artista del collage. Ha publicado en poesía Pensando el poema (Ediciones Madriguera, 2012); Hay un ruido que se escurre por debajo de las puertas (SurEditores, primera edición 2012; Awen, segunda edición 2018); Ese instante turbio (Fondo Editorial Unellez, 2012); y Tres postales distópicas (El Caracol de Espuma Ediciones, 2017); en ensayo: Por la palabra (Fundación Editorial El perro y la rana, 2012) y Apuntes por el centenario de la Revolución de Octubre (Fundación Editorial El perro y la rana, 2017), además del libro digital experimental Índice hipertextual (steemit.com/@hipertextual, 2018). Ha recibido galardones en los géneros de narrativa, ensayo, poesía y periodismo, en Colombia, Venezuela y Suiza. Su libro Mahmud Darwish anda en metro fue publicado recientemente en la Colección Comarca Mínima de la editorial colombiana El Taller Blanco.