El chico de los limones || Cuento de Eduardo Viladés

Cuando era pequeño mi madre pensaba que la arruinaba a teléfono cuando pasaba por mi habitación y me oía hablar con mis yoes en diferentes idiomas. En función del día, empleaba una lengua u otra, de manera que no tiene que sorprenderte que ahora mismo me dirija a ti porque eres uno de esos yoes con quienes converso todos los días. Con el paso del tiempo he aprendido nuevas técnicas, como poner el móvil en silencio cuando hablo contigo en mitad de la calle para que la gente no piense que estoy loco. Lo estoy, cada día más, el desequilibrio propio de las mentes exuberantes es mi leitmotiv, pero es algo que prefiero que solo sepan unos pocos. Dentro de unos años perderás el norte por alguien. Esta carta me sirve para teletransportarme al pasado e informarte, que no advertirte, de lo que sentirás. Es posible que haya días en que desees no levantarte de la cama. En esas ocasiones quiero que parafrasees a Escarlata O`Hara y el final de Lo que el viento se llevo: “Después de todo, mañana será otro día”. Si no te tranquiliza, opta simplemente por un “¡que se joda el mundo!”. Llevo un mes y medio en una nube, sin comer, sin pensar, sin estar pendiente de nada, con un dolor de cabeza constante. ¿Qué es lo que te daban papá y mamá para mitigar tus cefaleas cuando eras pequeño? Recomiéndame algo, me da igual, paracetamol, ibuprofeno, hipnosis, un martillazo bien dado. Lo que sea con tal de calmar el malestar. En el trabajo mi jefe me ha llamado la atención varias veces e incluso el otro día me pidió que le llevase un café y lo vertí encima de su ordenador, que empezó a echar chispas e hizo que los plomos de todo el edificio se fundiesen. A lo que iba, ¿recuerdas al chico que me presentó Elvira la noche que fuimos al estreno de la obra de teatro? Lo sé, estarás pensando que estoy perturbado, en especial porque tú no estabas ahí. En realidad sí que estabas, pero con 40 años menos. ¿Pueden vivirse dos vidas en un instante? Como ya tengo una edad y no rijo, prefiero perfilar la carta como si tú hubieses estado en esa reunión. ¿Te parece? Voy a llamarte Pedro. Céntrate. 23h, hace un mes y medio, periferia de Valencia, estreno de La muchacha de las montañas, acudimos Elvira, tú y yo. Cuando vosotros os fuisteis de la fiesta me quedé a solas con él en la terraza del bar y casi me da un ataque. Presuntuoso, ególatra, pesado hasta decir basta. Yo tenía un sueño horroroso porque llevaba una semana con mucho trabajo y me limité a sonreírle mientras que él hablaba del descubrimiento de América y el conflicto armado en Burkina-Faso. Me estuvo contando que trabajaba en una empresa que distribuía limones en todo el mundo, una firma argentina creo recordar, con sedes en Asia y Europa. Él es el gerente y trabaja en el puerto. Ya ves tú lo que me interesaba a mí ese montón de mierda, pero uno es educado y aguantó el tipo.

Pedro, un inciso, cuando mamá te coma la cabeza a los 16 años con tu presunta relación con el profesor de Ciencias, síguele la corriente. Acaba de venirme a la cabeza porque el chico de los limones tenía un aire. A todo esto, de “presunta” nada…

Llegó un momento en que estaba harto de tanto limón y de los pormenores del negocio internacional de frutas que desconecté. Borré su número de teléfono nada más llegar a casa y lo olvidé. Sabes que no soy una claretiana, de manera que si me hubiese gustado un poco me hubiese acostado con él a los cinco minutos. He toreado en plazas de tercera y a mi edad no me queda más remedio que ampliar el nicho de mercado o me quedo seco, pero con ese chaval ni me lo planteé.

Pedro, otro inciso, tú aprovecha lo que te espera. Te tratarán mal e incluso te echarán de trabajos porque te gusta la carne, endosarás la lista negra de muchas personas y empresas y habrá quienes quieran ser tus amigos simplemente porque está de moda tener un amigo homosexual. Con el tiempo te darás cuenta de que no importan los géneros, sino las personas, de que no importa estar, sino ser. Aunque somos peculiares, tenemos un pequeño hueco en el reino de los cielos. Allí existe un rincón malote, transgresor, con su cuarto oscuro y los querubines con tacones sirviendo gin-tonics mientras que disfrutan del glory hole instalado por San Pedro, la madame del local. Di esa sarta de clichés a los de misa de guardar, a quienes piensan que la homosexualidad es sinónimo de promiscuidad cuando ellos mismos sueñan con que el monaguillo de turno les mee encima con las bragas de la vecina puestas.

Mi cabeza es una especie de lavadora que no termina de centrifugar, hasta me entran mareos repentinos y vértigos. Ya vuelve, aquí está, pum pum pum, no deja de recibir golpes, a todas horas, en cualquier sitio, es una cantinela que no desaparece, un sonido onomatopéyico que me acompaña desde que le conocí. Se llama Mario. Tras ese encuentro al más puro estilo Sófocles (ya te digo que es muy pesado; sinceramente, ¡no sabía que vender limones diese tanta cultura!) me mandó muchos mensajes. Yo los obviaba. Siempre he sido muy digno y, si te digo la verdad, tengo a media oficina detrás de mí. No bebo, ni fumo, ni voy con mujeres y el otro día me echaron 35 años en la cola del Mercadona. ¿Cómo te quedas? Bien es cierto que me lo dijo una anciana de edad indefinida que llevaba unas gafas culo de vaso que le impedían leer la fecha de caducidad de la leche sin lactosa y que probablemente tendría glaucoma. Voy a centrarme que me evado. Repentinamente, un sábado me propuso ir a jugar al bádminton. Yo pensaba que había bebido más de la cuenta. ¿Ir a jugar al bádminton? Era absurdo. Como no tenía nada que hacer acepté su propuesta y quedamos en el polideportivo que está al lado de casa de Elvira, ese cutre con instalaciones del Pleistoceno y olor a humedad. Jamás había jugado al bádminton, para mí era un deporte pijo que practicaba Aznar en la soledad de su hogar con Ana como testigo silencioso. Lo de ese hombre era el pádel, ¿verdad? Bueno, me da igual, llámalo como quieras, se me pone mal cuerpo. Fui el hazmerreír, pero lo he sido tantas veces en mi vida que me dio exactamente igual. Tras el partido fuimos a las duchas. ¡Dios mío de mi vida! Era perfecto, cincelado por los dioses del Olimpo, por delante y por detrás. Me coloqué a su lado y tuve que ponerme de espaldas porque estaba poniéndome malo. Cuando empezó a enjabonarse me sentí como un amo de prisiones con sus reclusos. Ya sabes que siempre me ha gustado mucho la estética carcelaria, rodeado de verjas y muros de hormigón. Imaginé que restregaba el Sanex por sus hombros musculados y su torso peludo hasta su potente sexo y que lamía sus piernas como el que se come un merengue el Domingo de Resurrección. Y eso que yo soy de salado. Esa misma tarde fuimos a tomar algo. Los limones se convirtieron en poemas de Baudelaire y su charla, pomposa y petulante, adquirió connotaciones fabulescas. A medida que los obstáculos que me impedían acercarme a él iban desapareciendo, mi migraña aumentaba. Fui abriéndome, emocionalmente hablando, y empezamos a vernos todos los días. Es pesado, arrogante, un poco paranoico y pedante, pero me tomo sus charlas magistrales con humor, cocina mejor que Arzak, en la cama es un portento y el otro día me dijo te quiero por primera vez (yo aún no se lo he dicho, ya me conoces).

Todo esto lo vivirás dentro de 40 años, Pedrito. Aún te queda mucho por delante y lo más seguro es que mi máquina del tiempo no funcione y este mensaje no te llegue nunca. No soy nadie para advertirte y menos para aconsejarte. Recuerda, sin embargo, que estarás a punto de tirar la toalla muchas veces.

La mente siempre juega malas pasadas. Cuando ve que podemos ser felices, recurre a la estrategia de hacernos sentir inferiores. Algo te dice que no eres tan especial como para merecer un momento de alegría y te llenas de remordimientos, con lo que no disfrutas de ese instante. Olvídalo. Una existencia sin sobresaltos es lo más parecido a una muerte en vida. Aunque el chico de los limones supondrá para ti, para nosotros, un sobresalto enorme, el dolor forma parte inherente del ser humano. La clave reside en mirar a la cara a ese dolor y desternillarse de él. Para mucha gente la felicidad consiste en repetir constantemente la misma rutina como un modo de preservarse de la angustia. ¿No estás cansado de reproducir siempre el mismo patrón? Yo, sí, mucho. Espero que este mensaje sea como un boomerang que llegue a ti en el momento justo y que sirva para enderezar mi vida porque, como alguien dijo, el sueño que más miedo provoca es atreverse a vivir y ya estoy cansado de soñar…

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Autor: Eduardo Viladés (España, 1976). Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de 24 años de carrera, referente en la cultura española contemporánea. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura, Eduardo Viladés cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración, así como la narrativa. Sus obras teatrales se representan en varias ciudades españolas, México, Colombia, Perú, República Dominicana y Estados Unidos. Colabora asiduamente con sus ensayos, relatos y obras de narrativa con las editoriales Extrañas noches (Buenos Aires), Lado (Berlín), Otras Inquisiciones (Hannover) y Viceversa (Nueva York). Compagina su labor como dramaturgo y director de escena con el periodismo, área en la que cuenta con más de dos décadas de trayectoria profesional en diversos países del mundo como reportero, editor y presentador de TV. Ha vivido en Reino Unido, Italia, Bélgica y Francia. También es experto en periodismo cultural y de tendencias y documentales de sensibilización social, un artista polifacético.