De la contención al rugido: Eduardo Lizalde

Los versos de El tigre en la casa de Eduardo Lizalde son sumamente íntimos, no sólo para la voz lírica sino también para todo lector que se acerque a la obra. Bien afirma Mario Bojórquez en «La poesía del resentimiento», introducción al libro del poeta, que «cuando leemos un poema estamos leyendo la poesía universal y eso implica la experiencia vital del hombre sobre la tierra». A este propósito, la poesía de Lizalde abreva en la condición humana del dolor, del amor, de la desesperanza, de la frustración, de la asfixia: de todo aquello que conforma el ser existencial del individuo y de sus más profundos (re)sentimientos.

Publicado en 1970, El tigre en la casa es un viaje hacia las emociones más humanas y, en ocasiones, deleznables u oscuras que todo individuo puede experimentar. «Algo sangra, el tigre está cerca», dice el sexto poema de una concreción y contundencia impresionantes, cuya brevedad recuerda a los versos de los epigramas. Entonces, se devela uno de los primeros poéticos del libro: el símbolo, que en muchas otras ocasiones se vuelve toda una alegoría por la representación casi narrativa de los acontecimientos poéticos.

Sin que el tigre me advierta
logro entrar en la casa.
La fiera duerme:
eludo el charco de su baba negra.

Tigre, por Wu Cho Bun

Francisco Javier Irazoki, menciona en relación a estos versos: «El animal es también el símbolo de las tensiones. Sirve para comunicar el desencanto o ponerle un nombre indirecto al odio, al miedo, a los terrores». En relación con su análisis, Lizalde apela al uso metonímico mediante la figura del tigre. Sin embargo, su uso es sumamente polisémico e inmiscuye múltiples interpretaciones.

El libro consta de seis secciones («Retrato hablado de la fiera», «Grande es el odio», «Lamentación por una perra», «Boleros del resentido», «La fiesta», «La ciudad ha perdido su Beatriz») y en todas existe una relación tripartita entre el hombre, el tigre y la mujer. En «Eduardo Lizalde: del nominalismo al bestiario», Rivas Iturralde dice sobre su poética:

Es un mundo sin paisaje, un coto cerrado pero abierto a la pesadilla donde lo único que importa es la relación del hombre consigo mismo, con el tigre y con la mujer. El hombre y su pesadilla, el hombre y su desamor, el hombre y su soledad.

Los versos de Lizalde son íntimamente dolorosos y dan cuenta, asimismo, de otras formas de elucidar los sentimientos que puede provocar en el lector cierta vacilación. Sus epítetos son filosos, por lo cual violentan a cualquiera: «También la pobre puta sueña. / La más infame y sucia / y rota y necia y torpe, / hinchada, renga y sorda puta, / sueña.»

Sus recursos aluden al ritmo, a la musicalidad, al encabalgamiento de una idea que fluye cual río; no obstante, sus construcciones de fondo, semánticamente, no son idílicas o se basan en la sutilezas. No por nada pueden equipararse sus figuras con la poesía de los franceses malditos como Baudelaire, por ejemplo. El resentimiento se hilvana por los opuestos, por la antítesis humana de experimentar el amor y el odio al mismo tiempo:

La perra más inmunda
es noble lirio junto a ella. […]
Es prostituta vil
artera zorra […].

Pero su peor defecto es otro:
soy para ella el último
de los hombres.

Aparece nuevamente la figura o la forma del tigre como una restricción o contención de las pasiones. Es, sin embargo, al mismo tiempo una forma de desahogo, de rugido, lo que experimenta el poeta al dar cabida al felino. La casa no es más que sí mismo, un cuerpo que limita y alberga a la fiera.

En cada verso, cuya constante transformación nos lleva por minas de horrores, grandes miedos, senos de rana o alas de puerco, Eduardo Lizalde muestra sus imágenes para develarse a sí mismo como un ser humano a través de sus emociones: «Sus tigres, su bestiario, constituten la médula de una representación verbal a través de los cuales el yo poético se configura», afirma Iturralde.

Cada palabra o adjetivo, cada verbo y cada acción, construyen la exteriorización de lo íntimo, de todo aquel dolor, amor, odio, amargura o melancolía que todo individuo llega a experimentar. La casa del tigre no es el la de la voz lírica, somos más bien todos nosotros.

Joshua Córdova RamírezAutor: Joshua Córdova Ramírez Escritor y estudiante de Letras Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Director editorial de Revista Primera Página. Ha publicado en diversos espacios electrónicos y físicos. Ganador del concurso interpreparatoriano de Poesía.
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