«Gauguín, viaje a Tahití»: el hijo de la decadencia

La Francia decimonónica es uno de los íconos culturales de toda la historia: la belle époque, el spleen, el mal du siècle, son algunos de los conceptos de la época del pintor francés Paul Gauguín (1848-1903). La modernidad en contraste con la decadencia podría ser uno de los grandes contrastes que sintetizan la forma de percibir la realidad, de vivir la existencia, de apropiarse de la melancolía o del tedio. Tales inquietudes motivaron a Édouard Deluc, director de Gauguin. Voyage de Tahití (2017) −Gauguín, viaje a Tahití, en español−, para mostrarnos un cuadro perfecto, una estampa en la vida del pintor impresionista, encarnado por Vincent Cassel.

Paul Gauguín (Vincent Cassel)

Francia, París. 1891. Un pintor que se encuentra desolado. Sin el apoyo de su familia o amigos, con problemas económicos, en completa soledad, Gauguín (Vincent Cassel) decide viajar a Tahití para alejarse del hastío de la urbanidad parisina, similar al repudio baudeleriano de los valores éticos, de la moral, de la sociedad. Ahí, en su periodo de madurez artística −como Pierre-Auguste Renoir, quien se enamoró en el ocaso de su vida−, conoció a su musa, cuyo nombre fue Téhura (Tuhei Adams). El amor rejuvenece su existencia, al grado de recobrar el propósito de pintar y desenvolverse como artista. En un ambiente completamente distinto al de París, Gauguín logra, por vez primera en muchos años, ser feliz. Esta pintura −nunca mejor dicho− de Deluc nos ofrece fielmente un panorama de sentimientos, de traiciones, de arte y de impresionismo.

Sería paradójica que una película de este tipo careciera de buena fotografía. No es el caso. Esta obra de Édouard Deluc posee magníficos vistazos de los gestos de los actores, de la pulcritud de la naturaleza y del proceso creativo del pintor. A cada segundo, el pasar de la cámara pareciera ser un ojo que se sitúa en el instante exacto para resaltar la belleza de todo aquello que observa. El ambiente de la belle époque, las montañas, las cabañas, las cascadas, son sólo algunos de los ejemplos de las imponentes imágenes del filme. El colorido de toda la película se complementa perfectamente con sus sonidos.

Tal como Cuarón lo haría después con Roma, Gauguín tiene una amplia experimentación con los sonidos. Sutilezas como el sonido de los grillos o el fluir del agua nos localizan siempre junto a Gauguín en su viaje por la selva. Hina, la diosa del aire, parece acompañar al espectador en su travesía, pues pareciera que el movimiento de las ramas surge como susurro en cualquier oído.

La película transcurre con un ritmo que no permite distracciones. Uno vive con Gauguín su fascinación por el viaje, su ímpetu por descubrir lo desconocido. La primera mitad se enfoca en la situación precaria del pintor, de sus casi nulas relaciones y de la forma en la que enfrentará su decadencia. Luego, focaliza en la odisea selvática por la naturaleza. A partir de ese momento, el espíritu de Gauguín se entrelaza con la existencia de Téhura, quien fungirá como pieza fundamental para el desarrollo de la narrativa.

Vincent Cassel realizó, en definitiva, uno de sus papeles más simbólicos. Su íntima relación con el arte, el sufrimiento en cada escena o la desesperación en algunos casos reflejan el amplio oficio en la trayectoria del actor francés. Su interpretación se funde con el Paul Gauguín del fin de siècle en su sentimiento pesimista, en su crisis existencial, en su orgullo por ser un artista en búsqueda de un propio legado:

Estoy siguiendo mi camino. Tengo un objetivo. Soy un gran artista y lo sé. Es por eso que he soportado tanto sufrimiento para continuar mi camino, si no me consideraría un ladrón.

Las actuaciones secundarias también están bien construidas. Permiten la versimilitud necesaria −a pesar de la irrupción de Gauguín en el ambiente de las tribus− para configurar los problemas que desatarán las decisiones y las creaciones de Gauguín. Tuhei Adams da vida a una mujer que dará alegrías al pintor, pero también decepciones.

Téhura (Tuhei Adams)

Repatriado en 1893 de Tahití a Francia, Gauguín regresó a París. Luego de ver otra vez a su esposa e hijos, volvió a la isla que tantas inspiraciones le dio; no obstante, jamás pudo ver nuevamente a Téhura. Murió el 8 de mayo de 1903 en las Islas Marquesas. Su legado no fue valorado en su época, sino muchos años después. Padeció, enfermó y se enamoró. A pesar de todo, de las decepciones y de su desazón por la decadencia de su época, no abandonó su afán por ser un artista en toda la extensión de la palabra.

La película, que fue parte del pasado Tour de cine francés, se estrenará en salas el próximo 18 de abril de este año. No se la pueden perder.

Joshua Córdova RamírezAutor: Joshua Córdova Ramírez ​Escritor y estudiante de Letras Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Director editorial de Revista Primera Página. Ha publicado en diversos espacios electrónicos y físicos. Ganador del concurso interpreparatoriano de Poesía.​
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