Meursault, el héroe absurdo

Albert Camus, filósofo y hombre de letras, escribió en El mito de Sísifo que el suicidio plantea el único problema filosófico verdaderamente serio: ¿qué sentido tiene la vida? Y la filosofía del absurdo es la apuesta de Camus para encarar esta cuestión. Si nuestra vida no tiene un sentido intrínseco y la muerte constata la gratuidad de nuestro existir, ¿qué hacer? Obstinarnos en vivir a sabiendas de que es absurdo, rechazar el consuelo, la esperanza y el porvenir, vivir el presente en la acrobacia de mantenernos al filo del absurdo; esta obstinación es un acto de rebeldía, en él nos reconocemos libres, pero, ¿quién podría ser tal acróbata?

El héroe absurdo, ese hombre que carece de esperanza, que no pertenece al porvenir y que es consciente de que el único desenlace certero del drama humano es la muerte. Pese a esto, ama la vida y es feliz, pues comprende que el hecho de que la vida sea un sinsentido no implica que no la vivamos, disfrutemos y amemos. Ese Sísifo es Meursault, el protagonista de El extranjero, la novela-manifiesto de nuestro filósofo del absurdo.

Hoy mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé…

En las primeras líneas de El extranjero, Camus nos revela de golpe el elemento más importante de la psicología del personaje: la indiferencia. Sabemos que el peso de estas palabras, más aún, de esta actitud, serán la ruina de Meursault. Es importante señalar que esta indiferencia es el reflejo de algo más hondo: ¿qué más da si fue ayer, hoy, mañana? Moriremos, es un hecho, no podemos hacer nada contra eso.

Me daba en los ojos todo el cielo, azul y dorado

A lo largo del relato encontramos descripciones breves, pero poderosas, que nos transportan a la atmósfera cálida de los lugares en los que se desarrolla la trama: el camino hacia el funeral de la madre de Meursault, la tarde en la que se reencontró con María, el día funesto en la playa, las sesiones del juicio, son sin duda el elemento más sensual de la historia. Meursault se deja envolver en las sensaciones, sean placenteras o incómodas, que le suscita el estado del tiempo; cuando nos encontramos al lado de Meursault, caminando en la playa, con el arma en la mano, nos hallamos aturdidos de sol al igual que él, en el sopor que le nubla y lo abandona a esa reacción absurda y gratuita. Un sopor semejante se encuentra también en los momentos de alegría, del disfrute de la vida, en los paseos y las siestas, en el solo estar. Son elementos del retrato de una existencia que discurre sin más, en su llana cotidianidad, con los que el autor hace patente la verdad única del “aquí y ahora».

Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz

La escena más terrible del relato es el asesinato del árabe en la playa. Terrible no porque sea sanguinaria o despiadada, sino en la medida en que Meursault dispara sin más, sin motivación, sin pasión aparente, sólo porque sí. El extranjero se ha leído muchas veces en clave del conflicto moral que supone el cometer un crimen sin ningún incentivo real, pero al fin y al cabo un crimen, por el que Meursault es condenado a muerte.

No hay aquí una apología criminal, se trata de poner de manifiesto lo siguiente: ¿qué valores, qué verdades, qué parámetros pueden determinar a alguien que comprende que nada de eso tiene sentido? Cuando Meursault es juzgado no busca defenderse de nada, ni pretende aclarar los hechos, incluso se niega a recibir el consuelo del sacerdote; comprende la naturaleza y consecuencias de su acto, al igual que sabe que no puede cambiar nada; no hay culpa, no hay búsqueda de salvación, no hay arrepentimiento, sólo la franca aceptación de la propia vida y de la muerte.

¿Extranjero?

He aquí la metáfora. El hombre absurdo es un extranjero, un extraño en medio de todas las ideas que afirman que la vida tiene sentido, ante los hombres que tienen fe y esperanza en que hay una vida después de la muerte, un hombre que desafía con sus actos los valores y la moral establecidas. No es que Meursault no comprenda de qué van todas estas concepciones, el hecho es que sus convicciones son diferentes; sin embargo, vive en ese mundo, rodeado y juzgado por esas ideas, ajeno a ellas, extranjero.

Arody RangelAutor: Arody Rangel No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche.