Un infinito sonoro: La búsqueda del sonido 13

«Lo que existe y no se puede contar y se siente aquí dentro, exige una palabra para decirlo. Esta palabra, en este caso, sería inmensidad. Es como una palabra húmeda de misterio. Con ella no se necesita contar ni las estrellas ni los granos de arena. Hemos cambiado el conocimiento por la emoción: que es también una manera de penetrar en la verdad de las cosas.»

Canek

La impetuosa inquietud por aprehender todo aquello que pareciera escaparse al entendimiento ha sido una de esas concepciones que por milenios han seducido la curiosidad del ser humano. La idea de un infinito que irremediablemente se mantiene como la incógnita insalvable. Desde el cuestionamiento acerca de una existencia más allá de la muerte hasta el irrefrenable impulso por alcanzar hasta el último ápice del conocimiento universal, por centurias el género humano ha puesto su existencia bajo las preceptivas de la idea de algo inmenso, inabarcable y, a fin de cuentas, inaccesible.
La música durante mucho tiempo se ha mantenido en esa misma categoría de fenómeno misterioso que pareciera presentársenos de una forma casi incomprensible debido a su capacidad de conexión tan sorprendentemente directa con la sensibilidad humana. Su carácter universal —partiendo de que la música se hace presente en toda sociedad humana— y cotidiano la han vuelto una de las formas de expresión más usadas en todo el mundo y, a la vez, una de las menos comprendidas.

La música, en tanto lenguaje, se presenta como un sistema capaz de manifestar una inacabable cantidad de mensajes que potencialmente pueden ser entendidos por cualquier persona, sin importar las barreras socioculturales que llegan a manifestarse en otros sistemas de comunicación como el habla. Sin embargo, esta premisa parte de que la mayor parte de la música que escuchamos cotidianamente está escrita en una sola lengua. Es decir, casi en su totalidad, la música occidental de los últimos cinco siglos ha sido compuesta en un sólo idioma. Y más aún; desde la música de Bach, Mozart y Beethoven hasta la música de The Beatles, Silvio Rodriguez y Justin Bieber, toda ella está construida a partir de los mismos 12 sonidos.

Cada uno de esos sonidos han sido perfectamente delimitados, diferenciados y etiquetados, y posteriormente usados y replicados incontables veces en un sinnúmero de

combinaciones que dieron fruto a la música que escuchamos todos los días. Esos doce sonidos fueron fruto de un largo proceso de evolución a través del cual logró estructurarse un sistema que permitiera que todos, en cuanto a música se refiere, «habláramos el mismo idioma». Así fue como se consolidó el sistema musical occidental, un sistema cíclico, cerrado, con normas específicas y con toda una tradición acuñada durante siglos atrás.

Pues bien, el 13 de julio de 1895, Julián Carrillo, un joven de veinte años nacido en San Luis Potosí, residente de la Ciudad de México y estudiante del Conservatorio Nacional de Música, logró encontrar todo un universo sonoro que subyacía a esos doce sonidos.

El experimento fue muy simple: tras estudiar la ley de la división de cuerdas —una propiedad física del sonido— en una clase de acústica, tomo su navaja y con suma precisión comenzó a dividir a intervalos regulares el espacio que existía entre las notas sol y la sobre una de las cuerdas de su violín. Sirviéndose de una serie de cálculos matemáticos logró encontrar que era posible crear dieciséis divisiones distinguibles por el oído humano entre esas dos notas; es decir, había encontrado que ese lenguaje musical que hasta el momento había tenido solamente 12 «palabras» podía ser fácilmente ampliado a 96. Pero sus investigaciones no se quedaron ahí. Carrillo a lo largo de su trabajo logró encontrar 4640 sonidos diferentes donde anteriormente sólo había 12. El resultado de su investigación fue como si de un momento a otro toda la gama de colores del espectro de luz apareciera ante nuestros ojos.

nuance-1086725_960_720

El teórico y compositor bautizó este hallazgo como el sonido 13, refiriéndose a la posibilidad de generar sonidos musicales más allá de la división convencional de ellos. Para explorar las posibilidades que podía ofrecer este nuevo planteamiento fue necesario que construyera instrumentos nuevos capaces de ejecutar las 96 notas diferentes que podían ser distinguidas por el oído humano. Así fue como terminó desarrollando un nuevo tipo de pianos, arpas, flautas, guitarras y cellos que fueran capaces de adaptarse al planteamiento del sonido 13.

La propuesta del potosino fue la primera que abordó la idea de la microtonalidad, un sistema musical que fue ampliamente desarrollado a lo largo del siglo XX por compositores provenientes de todo el mundo.

La revolución que implicó el descubrimiento del sonido 13 responde a las características propias del sonido como un fenómeno físico. El mismo Carrillo aseveraba que las doce notas musicales que habían sido elegidas para conformar el sistema musical occidental provenían más de un proceso de selección histórica que de las características acústicas de los sonidos. Es decir, el sistema occidental posee cierto grado de «desafinación», sólo que nuestro oído se ha adecuado completamente a ello.

https://youtu.be/WGXhynluliA

Por esta misma razón, cuando escuchamos música ajena al sistema occidental, por ejemplo, música tradicional javanesa o cánticos rituales chinos, nuestro oído colapsa al enfrentarse a un sistema musical que no se rige por aquellos doce sonidos a los que estamos acostumbrados a escuchar. Nuestro oído es incapaz de entender las relaciones y construcciones que conforma una lengua musical diferente. Nos sucede lo que le pasaría a un hispanohablante al intentar conversar con un ruso. Sencillamente no logramos entender el idioma en el que está escrita dicha música.

Por ello es que el estudio del compositor mexicano resulta tan trascendental. La exploración de la música como un lenguaje que apunta a la inmensidad, en donde los sonidos se nos presentan uno tras otro como una posibilidad inabarcable, nos hace ver la proximidad que existe entre todas las músicas del mundo. El planteamiento de Julián Carrillo nos muestra las estrechas relaciones que existen entre todas las cosas del universo, en donde todo es susceptible a una pequeña vibración que detone un nuevo infinito de sonidos.

Etiquetado con: