Hasta los dientes y las demás cuentas pendientes

Ver un documental como Hasta lo dientes es golpearse con la realidad mexicana de la manera más agresiva y desesperanzadora. Acostumbrados a navegar por constantes recordatorios de nuestro inestable modo de vida —en el que somos amenazados diariamente por las deficiencias de un país como el nuestro—, sentarse en una sala de cine y ser testigos de una desgracia ocasionada por esos mismos problemas es la forma más efectiva de despertar, aunque sea brevemente, de nuestro letargo. Un letargo ocasionado, quizá, por la sobredosis que todos tenemos de capos, sicarios, asesinados y desaparecidos… una dosis que obtenemos todos los días.

El cine documental mexicano más emblemático de este siglo parece contar los relatos que las cintas más distribuidas nacionalmente—comedias con protagonistas de telenovelas y fantasías europeizadas— no quieren tocar y el resultado de su valentía se cristaliza en obras que además de tener un valor artístico infinitamente mayor, se vuelven armas del activismo contra la normalización de la violencia y la impunidad.

Filmes como Tempestad (Tatiana Huezo, 2016), Presunto culpable (Roberto Hernández y Layda Negrete, 2008) y la obra de Alberto Arnaut ya mencionada, son poderosos testamentos del mexicano frente a “lo que pasó pasó”, esa política de olvido que conviene a los verdaderos culpables del estado actual del país. En Hasta los dientes la lucha cuesta arriba de grabar los nombres de Jorge y Javier en la memoria nacional sigue vigente, su muerte pudo haber sido enterrada rápidamente por las cientos de tragedias que llegarían después, sin embargo el cine tiene una capacidad increíble de resistir al tiempo y al olvido— incluso tal vez más poderosa que el periodismo y con más alcance que la literatura en México.

Es comprensible que estos filmes cedan ante la necesidad de contar historias de mucha más urgencia. El artista es débil ante la imperante obligación de dejar las cuentas claras —una de las metas por parte de Arnaut— y de cosechar justicia. La industria del cine en México es pequeña, y los pocos espacios que se le dan al documental para su distribución nacional son dados, naturalmente, a estos relatos; podrá haber lugar para otro Bellas de noche (José María Cuevas, 2016) pero su capacidad de entrar en la conciencia nacional nunca será la misma. No cuando sigamos en pie de guerra.

Hasta los dientes aborda el asesinato de dos estudiantes del Tec de Monterrey (Javier Francisco Arredondo Verdugo y Jorge Antonio Mercado Alonso) a manos de militares en medio de una confrontación con miembros del crimen organizado. Siendo error o algo premeditado para concluir la jornada del día, los involucrados trataron de hacer pasar a Javier y Jorge por sicarios “armados hasta los dientes”, para así abandonarlos en una fosa común y olvidarlos para siempre. No contaban con que los miembros de sus respectivas familias indagarían en su desaparición y verían la relación con lo sucedido el 19 de marzo de 2010 en el campus donde los dos estudiaban—un supuesto altercado con criminales que, según informes oficiales, tuvo como consecuencia la muerte de dos criminales armados.

La narración del documental se separa en tres actos: los antecedentes por parte de conocidos y familiares, los hechos del 19 de marzo reconstruidos por testigos y pruebas, y el “¿ahora qué?” que va después de cada denuncia no atendida. Poder ver a las víctimas a través de los ojos de sus seres queridos sólo hace más doloroso el momento en el que nos enfrentamos con su trágico desenlace, y al ser testigos de la yuxtaposición entre la versión de las autoridades y los hechos, ya tenemos una carga emocional que se vuelve exasperación. Se nos presenta la verdad, cruda y violenta, y no sabemos qué hacer con ella. El tercer acto son las secuelas de un crimen sin pagar, un punto pendiente que demanda ser tratado; las familias de Jorge y Javier se presentan todavía esperanzadas por lograr que haya justicia —por el momento sólo tres soldados han sido acusados, los altos mandos involucrados siguen en sus puestos—, pero como espectador la historia resulta demasiado familiar.

Algo parecido se presenta en muchos de los documentales mexicanos de los últimos años. Son historias que rara vez tienen cierre: mujeres desaparecidas de las que tal vez ya nunca sepamos, inocentes “pagadores” de crímenes que el verdadero culpable nunca saldará —como vemos en Tempestad— y crímenes mal investigados que terminan sin ser resueltos—visto en Presunto Culpable. Estas cuentas pendientes vuelven a México en un cuasi campo de batalla mostrado de manera excepcional en la cinta de Everardo González, La libertad del diablo (2017), el cual es un salvajismo ya alimentado por todas las otras insuficiencias de un país que apenas se sostiene. Hay una sombra presente en estas historias: la barbarie del militar asesino, del verdadero culpable, del presidiario encontrado por Miriam en Tempestad o de uno de los victimarios entrevistados en la obra de Everardo González; inunda al país y por lo tanto al cine mexicano, es el recurso del hombre que no tiene nada que perder o tiene el privilegio de ser protegido para no perder nada.

Además de hablar de la misma crisis, estas obras poseen similitudes artísticas derivadas de querer mostrar una misma esencia terrenal. Nunca separan los pies del suelo y a pesar de la poesía encontrada en las obras de Tatiana Huezo —El lugar más pequeño (2011) y Ausencias (2015) además de Tempestad—, esta obra trata con un lirismo completamente humano que no se escapa de la verdad a través de adornos visuales. Es un lenguaje cinematográfico enfocado en encontrar la belleza en lugares comunes sin perder su cotidianidad, usando la arquitectura, el clima o los paisajes urbanos a su disposición para retratar el ambiente de la historia. La banalidad puede volverse dramatismo a manos de un cineasta que sabe lo que hace.

La narración de la cinta de Alberto Arnaut se distingue en que nos mantiene volviendo una y otra vez a la escena del crimen, ya sea visualmente o a través de testimonios que ayudan a reconstruir pieza a pieza lo ocurrido. Siendo que el asesinato fue perpetrado en las primeras horas de la madrugada, somos guiados constantemente a través de las calles de Monterrey por los testigos y la misma cámara en medio de la noche. Vemos el puente en el que el enfrentamiento entre militares y criminales —esta vez, los reales— tuvo lugar, la entrada de la facultad, la calles cercanas, todo pintado con sombras y testimonios trágicos. Es una vuelta casi cíclica al pasado que logra eliminar la opacidad con la que se nos suelen presentar este tipo de eventos, enriquecida además por la obvia confrontación entre lo que vemos y lo que se nos dijo en medios oficiales; su comparación sólo da más luz a la verdad.

Mientras Hasta los dientes y Tempestad tratan el pasado —siendo ésta última especialmente dependiente de testimonios para narrar—, Presunto culpable trata su presente. Al estar los directores de la obra detrás y enfrente de la cámara la urgencia se vuelve palpable y por consecuencia su fotografía adquiere un estilo casi guerrilla, enfocado más en informar que en contemplar. Ernesto Prado, director de fotografía en Tempestad, logra por su parte un ritmo más pausado que no pierde de vista los valores estéticos. Cada obra logra sus propósitos, ya sean estos específicamente artísticos o no. Comparando esto con Hasta los dientes, notamos que su fortaleza no reside en sus cualidades fotográficas pero se enriquece visualmente con un par de escenas animadas. Una de ellas sobresale al mostrar el testimonio escrito de una testigo presente en la facultad del Tec de Monterrey durante los eventos clave del documental. Su puño y letra se unen a ángulos arquitectónicos que, junto al arte sonoro, se vuelven un momento clave en la cinta. Este testigo anónimo aclara más aún nuestra impresión de los hechos ocurridos el 19 de marzo e incrementa su tragedia.

En estas obras también vemos similitudes en su arte sonoro, especialmente entre las obras de Alberto Arnaut y Tatiana Huezo. Sus cintas están cargadas de ominosas piezas en violín que resaltan la actitud contemplativa de Tempestad y el aire siniestro de Hasta los dientes. Un gran punto y aparte entre los demás documentales sería de nuevo Presunto Culpable que, enfocada en un personaje con talento para la música rap, relata sus experiencias en prisión y el sistema judicial a través de sus canciones, dándole así un estilo particular a la película. Cada cineasta juega con la música y el silencio a su conveniencia, prefiriendo largas escenas de mutismo como Huezo o piezas que oscilan entre la calma y la agresividad como lo visto en la obra de Arnaut. La decisión que cada uno toma es clave para dar un ritmo a la cinta.

Es importante hablar de este nuevo cine documental mexicano porque retrata un país recientemente trastornado por el narcotráfico y el crimen organizado a gran escala. Los problemas que nos han llevado a esta crisis no son nuevos pero en décadas recientes se imponen como el nuevo gran enemigo. La impunidad, la corrupción y la violencia son la misma oscuridad vista en cada uno de estos filmes, cambia de forma pero nunca cambia de esencia. Este nuevo México —el que ve como algo común el asesinato de dos hombres en un campus estudiantil— necesita más que nunca a artistas que documenten y transformen nuestra percepción de la normalidad. El cine es un medio apto para darnos esa dosis de información sin velos ni trucos y al mismo tiempo conmovernos profundamente; son estas emociones que ligamos a las historias de Javier y Jorge o Miriam y Adela las que pueden impulsarnos más que ninguna otra cosa a dejar de ignorar los gritos de auxilio que se escuchan en todo el país. Serán comunes, serán ya parte de la rutina, pero ahí radica su supervivencia, en lo acostumbrados que estamos a ellos; una mirada a lo que ocurre cuando no son atendidos es, posiblemente, remedio a la falsa lejanía con la que a veces los gritos más fuertes ya no se escuchan.

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Michelle Meillon. Soy una escritora de 23 años que reside actualmente en Guadalajara, Jalisco. Ha sido recientemente que he decidido enfocarme en la escritura, más que nada ensayística; me especializo en el cine y la literatura, temas que suelo ver desde una perspectiva política o social. Me gusta trabajar con materiales relativamente oscuros y tratar de dar a conocer obras dejadas de lado por el público general.

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