Por quién doblan las campanas en la UNAM

Fotografías de Galo Cañas Rodríguez

El pasado tres de septiembre se llevó a cabo un brutal ataque porril contra estudiantes, en su mayoría menores de edad, del Colegio de Ciencias y Humanidades de Azcapotzalco; la rectoría y su órgano de seguridad no hizo absolutamente nada. A partir de ese momento, se desataron olas de protesta, paros organizados, la marcha más grande vista en Ciudad Universitaria desde hace décadas y una autoridad sobrepasada, minimizada y cobarde. El saldo de la agresión fueron 14 estudiantes heridos, una joven valiente que defendió de la muerte a su pareja recibiendo ella una serie de golpes que le causaron traumatismos craneales y en el cuello; él gravemente herido con un riñón perforado y diversas fracturas; otro más en situación crítica por los golpes. La resistencia contra los abusos, contra la violencia en todas sus manifestaciones que asolan a las instituciones universitarias, había resurgido.

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Hace un par de meses tuve el gusto de leer un libro de Ernest Hemingway, y confieso que jamás había leído nada del autor norteamericano, que además de ser soldado fue un periodista apasionado y guerrillero en las causas republicanas. Su novela, Por quién doblan las campanas, pertenece al género bélico de la literatura del XX. En ella se recogen sus vivencias (ficcionalizadas) adquiridas durante la Guerra Civil Española (1936-1939). Vuelvo en mi memoria a ella en estos tiempos, pues es la lectura de resistencia más fresca con la que cuento en estos momentos, porque los universitarios en todos los niveles estamos resistiendo ante las actitudes fascistas que toman las autoridades de la UNAM y del gobierno federal, porque en la explanada de rectoría han doblado las campanas, y los goyas, y los huelum, y nada nos va a callar.

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La novela inicia con Robert Jordan con el pecho contra el piso. La resistencia universitaria inició con los cuerpos contra el pavimento, las rocas o el pasto de Ciudad Universitaria, para protegerse de los golpes, las bombas molotov, las navajas y los palos de los grupos porriles que surgieron de la nada, preparado todo, para diezmar y amedrentar una marcha pacífica. En menor o en mayor medida hemos sido participantes de una lucha civil, siempre apegada al respeto y a la paz, pero lucha, finalmente, contra las fuerzas opresoras del sistema muy bien vestidas del fascismo. Es altamente conocida la relación de los grupos de choque que operan en las universidades con sus autoridades, con partidos políticos y con fuerzas económicas que se niegan a ceder lo que han usurpado en la impunidad. Y pensar que el movimiento estudiantil surge de este ataque o motivado por fuerzas externas (el conspiracionismo no puede faltar) es de una idea ingenua y vista miope. La lucha se ha gestado desde hace más de cincuenta años, porque en México, como lo retrata Martín Luis Guzmán, se maneja por el caudillismo y las armas, la opresión, la imposición, la violencia y la utilización de los grupos de choque y así mantener en línea a las manifestaciones. Incluso en La sombra del caudillo, novela cúspide de la narrativa de Guzmán, uno de los líderes brutalmente asesinados es un joven, cabeza de los movimientos de su generación: Olivier.

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La llamo resistencia por tres situaciones primordiales, puede que haya más: 1) porque somos un movimiento que se resiste a aceptar la violencia normalizada en México; 2) porque carecemos de liderazgos personales y nos pronunciamos por la organización colectiva; 3) porque operamos desde una clandestinidad legalizada, pues el aparato universitario y estatal sirven para la represión y opresión, y aunque nuestra nación ha firmado todo tratado de derechos humanos que se le ha presentado, no los cumple y permite masacres a plena luz del día. Resistimos porque somos estudiantes, artistas, científicos, humanistas; resistimos porque nos negamos a aceptar la realidad brutal cuando, gracias a la Universidad, hemos visto las estrellas y sabemos que podemos alcanzarlas.

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La obra de Hemingway es circular. Empieza, prácticamente, en la misma toma visual en donde se concluye. Una oda a la gran preocupación del ser humano en el siglo pasado: las dicotomías de la existencia, la vida y la muerte, la diferencia entre hacer el bien o hacer lo correcto, la barbarie de la guerra y la implementación de la tergiversada ley del vencedor. Tiene capítulos brutales, con gran reflexión en torno al manejo de la Historia y del destino. Los republicanos españoles pueden ser igual de bárbaros que las falanges fascistas de Franco, incluso son hombres y mujeres sobrepasados que han perdido el sentido de la lucha fratricida, pues cayeron en los hilos de siniestros titiriteros que manejan la obra bajo intereses particulares. Esto nos debe servir como recordatorio para no soltar nuestra causa y evitar, a todas luces, caer en los excesos de quienes nos enfrentamos. Existen delgadas líneas entre el actuar con justicia y el implementar a nuestro modo la justicia. Los grupos porriles son títeres de oscuros manejos, tan típicos de nuestro México reciente, y por ello hago votos para ser celosos con nuestra resistencia, vigilarla y evitar que cualquier interés político externo la utilice. No me declaro en contra de partido o movimiento político alguno, pero considero que los colores de sus banderas deben quedarse en casa, el ser militante de causa externa solo resta credibilidad y alrededor aumenta la lúgubre tentación del interés deseoso de ser triunfante.

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Es indispensable la lectura en una vida crítica, pero la crítica no es indispensable en una vida de lecturas. Con ello hago votos para mantener la comprensión ecuánime y fría de los hechos y, al igual que Robert Jordan, mantenernos apegados a la causa, sin dejar de señalar sus fallas y apoyar las virtudes. De los errores aprenderemos, y en la actualidad contamos con grandes herramientas potentes: lo que nosotros hemos entendido a lo largo de cincuenta años es que ellos, el sistema, no han entendido absolutamente nada. Con ello llevamos ya una batalla ganada.

La organización y aprendizaje que han mostrado en días recientes los estudiantes ha sido parte de un devenir histórico ya anunciado, pero poco tomado en serio. Es sorprendente ver a miles de nuestra generación replicando lo aprendido en el sismo del 19 de septiembre del año pasado: el lenguaje de señas, la coordinación para avanzar, la unión y la solidaridad. Ello explotó con la extraordinaria marcha, caminata de esperanza y colectividad, pues nuestra política (y a la que debemos aspirar como forma de vida) deberá ser el amor por el prójimo y su réplica constante en nosotros. Admiración total, respeto y agradecimiento a todos aquellos que han decidido alzar sus manos al cielo, para que en un instante nuestro espíritu hable y destroce al silencio, el silencio que nos han querido imponer desde hace mucho tiempo.

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Santiago R. Salinas. Nació en la ciudad de México en 1997. Estudia literatura en la FFyL de la UNAM. ha participado en congresos internacionales sobre minificción con temas de Arreola y Julio Torri. Ha trabajado como estratega político y activista de los derechos LGBTI e diferentes campañas políticas. Actualmente, es community manager de la Revista Primera Página.

Galo Roberto Cañas Rodríguez (CDMX, 1997). Actualmente curso el 5o semestre de la carrera de Comunicación de la FCPyS y desde hace tres años colaboro para la agencia de fotoperiodismo Cuartoscuro.