La piel del atardecer que nos cae cuando esperamos a una mujer || Obra de Edgar Navarro

Personajes:

Edmundo Montero (Hombre de 35 años, con traje azul, camisa blanca, no rasurado; con pronunciadas ojeras y cabello corto, que revela aún más sus entradas; lleva el libro El jugador de Dostoievsky.)

Anciano (Hombre de alrededor de 70 años; usa chamarra a cuadros y pantalón gris; calvo, con boina.)

Escenario: La acción se desarrolla en un parque, hay luz de sol, aunque empiezan a formarse nubes de lluvia, que se van acercando a la escena conforme ésta avanza. El personaje principal espera a una mujer de nombre Beatriz Flores. Detrás de la banca donde está Edmundo Montero, se alcanza a ver el tronco de un árbol cuya copa no se alcanza a ver, sólo su sombra se proyecta en la banca. Detrás de la escena desfilan muchas personas.

Único acto

Edmundo Montero: (Sentado en una banca, esperando a Beatriz Flores, voltea insistentemente hacia ambos lados. Habla para sí, en voz baja; gesticula y manotea.) ¿Por qué no llega? ¿Por qué no llega? Ya va llover y no llega. Y este frío con sol… y el clima tan impredecible. ¿Quién usa la palabra impredecible cuando está hablando solo? Tan, tan… loco. Ésa es la palabra, aunque no sé si para el clima se acomode esa palabra. (Sin darse cuenta, se le acerca un anciano que oye atento su soliloquio). El clima es frío, cálido, templado, no loco; loco estaría si tuviera sistema nervioso. Y el clima si nos ponemos rigurosos sólo tiene piel, piel que se desparrama sobre nosotros, piel invisible… Y esto es lo que pasa cuando la espero, empiezo a divagar y las personas me empiezan a ver y me tengo que cambiar de lugar, porque me ven con cara de “¿Qué le pasa a este pobre loco?”.

Anciano: Yo no pienso que usted sea un loco.

Edmundo Montero: (Hace un movimiento brusco, de sobresalto.) ¿Y usted cuándo llegó aquí?

Anciano: Cuando hablabas del clima, y eso de la piel, yo también creo que el clima es piel invisible.

Edmundo Montero: En serio, señor, no quiero hablar, espero a alguien y lleva retrasado más de media hora… (Ve el reloj) ¿Media hora? Ya es casi una hora….

Anciano: Hay historias en las cuales nunca llega lo que estás esperando; ¿por qué no te resignas?

Edmundo Montero: Y por eso no quiero hablar; supongo que usted es de las personas que hacen juicios con detalles tan superficiales como los puntos de lodo que traigo en los zapatos, con el hecho de que no traigo corbata; incluso podrá suponer que no tengo trabajo, porque estoy aquí antes de las cinco de la tarde esperando a alguien; pero la vida es compleja. Los detalles no importan.

Anciano: Supusiste algo a partir de una simple pregunta que te hice. ¿Y dices que los detalles no importan? Puedes equivocarte interpretándolos, pero tus zapatos, por ejemplo, me dicen que pisaste por un lugar por donde no hay pavimento; el que no traigas corbata, que no te gusta la ropa formal y el que estés esperando aquí antes de las cinco de la tarde, si bien no significa que no tengas empleo, quiere decir que estás esperando a una mujer.

Edmundo Montero: (Se le queda mirando pensativo por unos segundos.) Aun así, esos detalles no te explicarían la edad de la mujer que espero, ni el color de su cabello, ni a que se dedica, mucho menos por qué la espero tanto tiempo.

Anciano: No puedo saber eso, porque como dices, la vida es compleja; sin embargo, mi suposición de que esperas una mujer no es errada. Y no se espera a una mujer tanto tiempo, al menos que se esté profundamente enamorado.

Edmundo Montero: (Parándose de la banca, alebrestado.) Mire, me voy de aquí, la esperaré en otra parte; este filosofar sobre los detalles y la vida me está provocando una tremenda migraña.
Anciano: Ella no va a llegar, ni porque te sepas el conjuro de magia preciso, ni porque le reces a todos los arcángeles de la corte celestial. Si la vas a buscar a su trabajo, sólo lucirás como un psicópata, tu ojo te pulsa, respiras afanosamente. Siéntate a que se te esfume la poca esperanza que te queda.

Edmundo Montero: (Se toca el ojo con los tres dedos de en medio de la mano derecha; se acerca violentamente al anciano.) ¿Usted qué sabe? No sé por qué los ancianos piensan que el tiempo les da una especie de inteligencia, de iluminación, que los convierte en arcanos de la verdad absoluta. Lo cierto es que nunca cambias y si fuiste un pusilánime la vida entera, en la vejez serás sólo un anciano pusilánime. Pero qué hablo con usted; ni ha de entender ni de arcanos, ni de pusilánimes.

Anciano: Un arcano es alguien que entiende de los misterios del universo; pusilánime es ser de alma pobre, de poco valor. Estás perdiendo la calma, por algo que supiste desde el principio que iba a pasar. ¿Acaso no lo previste, tú que entiendes este complejo sistema llamado realidad? Mírate, no has dormido; debajo de tus ojos, se te notan los insomnios acumulados. Tu ropa de buena usanza y el hecho de que estés aquí a la cinco de la tarde, me hacen pensar que lo que te tiene sin dormir no es la falta de dinero. Tus ojeras deben ser por una mujer, siempre es una mujer…

Edmundo Montero: (Observa la banca detenidamente y se percata de que casi olvida su libro; lo recoge.) ¿Usted qué hace aquí? Debería de impartir clases de motivación o de budismo. Está perdiendo el tiempo tratando de hacerme comprender su extraordinaria visión del mundo. Mi problema es tan banal y sencillo como que una mujer me dejó plantado, voy a lamerme las heridas caminando por allí; usted siga por aquí impartiendo su sabiduría.

(Edmundo Montero camina hacia la derecha del escenario; el anciano se queda parado en primer plano; impávido, sin moverse. Unos segundos después regresa Edmundo y lo increpa.)

Edmundo Montero: Ella no llegó a nuestra cita, porque… le sucedió un contratiempo. ¿Qué tal si hizo horas extras en su trabajo? ¿Qué tal si le ocurrió un accidente? Y yo aquí discutiendo sobre la vida…

Anciano: ¿Te gusta El jugador? Es uno de mis libros favoritos. Alexei Ivanóvich, el personaje principal, entiende que las apuestas, sean de juego, sean de amor, deben hacerse por el puro vértigo de hacerlas, sin esperar nada cambio. Los juegos del amor y de la buena fortuna son inconstantes; su única seguridad es que terminan lapidaria y miserablemente.

Edmundo Montero: ¿Ahora quiere hablar sobre literatura? ¿No ve que Beatriz se irá de mi vida?

Anciano: No te preocupes. Hay tiempo para todo. ¿Recuerdas que Alexei Ivanóvich le dice a Polina que se aventaría del edificio más alto de Moscú si ella se lo pidiera? Si yo le preguntara algo a Polina sería “¿Estarías dispuesta de aventarte del edificio más alto, como yo estoy dispuesto a hacerlo?

Edmundo Montero: (Se sienta casi al mismo tiempo que lo hace el anciano.) El tema de El jugador es lo absurdo de los actos de los seres humanos, en general, no únicamente en el amor. Abordar la vida de un ludópata es pretexto para desplegar un abanico en el cual se observa cómo actuamos ante situaciones extremas.

Anciano: ¿Crees que ese lenguaje rebuscado te hace interpretar mejor el libro? ¿Crees que eres mejor por hablar de ludopatía, que un hombre que lee un libro por primera vez y le gusta el sonido de una palabra o una frase? ¿Para qué esa interpretación fría y matemática? Ni siquiera eres un crítico literario, ni alguien que haya leído tantos libros; siempre tibio, a la mitad de todo, sin definirte entre la acción y la teoría. Si quieres un ejemplo de un hombre pusilánime, ve tu reflejo en un espejo.

Edmundo Montero: Usted es ridículo y absurdo. Esta misma plática no tiene sentido. Hemos pasado de hablar sobre la piel del atardecer que nos cae cuando esperamos a una mujer, a la manera pusilánime de cómo asumo yo la vida. Si usted es tan listo para hacer estos enlaces tan inimaginables, debería explicarme lo más sencillo: ¿por qué asegura que no vendrá Beatriz?

Anciano: (Viendo y señalando hacia el horizonte.) ¿Ves esa mariposa que está volando? Por eso Beatriz Flores no vendrá…

Edmundo Montero: Estoy familiarizado con el efecto mariposa; si una mariposa vuela aquí, ese aleteo ocasionará que llueva en Tokio. Pero debe esforzarse más para creerle que usted es un ente iluminado, no venga a argumentar su sabiduría con teorías dudosas.

Anciano: ¿Dudosas? ¿No crees que la vida es un efecto dominó?Acción y reacción, amigo, es lo que mueve al mundo. Quizá no veamos los pasos intermedios entre A y Z; o mejor decir, entre el aleteo de la mariposa y la lluvia en Tokio; sin embargo, si nos ponemos atentos, verás que cada acción recae en la marcha de la historia.

Edmundo Montero: Luego dirás que el hecho de que no me haya rasurado en la mañana, incidió directamente en nuestro encuentro y que estábamos predestinados a tener esta conversación sobre literatura, amor y teorías sobre la movilidad del universo. Eres un farsante, viejo. Me largo…

Anciano: No te irás. Necesitarás a alguien después de que hayas perdido toda la esperanza. Estarás en esta sombra, platicarás solo, dirás una y otra vez que te quieres ir, y te quedarás hasta sorber el último aliento. Te inventarás discusiones sobre nuestro libro favorito. Te acordarás de palabras difíciles. Harás encajar teorías del universo con la vida cotidiana. Evitarás hablar de Beatriz Flores. Porque ella no vendrá, lo sabes; tus entrañas te lo dicen; sienten el ataque del tigre, cuando no ha sucedido. Tienes la certeza que cuando esa fiera te salte, te hará trizas el corazón. Prefieres postergarlo, eludir el dolor; hablas y hablas, como si fueses a encontrar un conjuro con el cual ella se aparezca y te abrace y bese tus labios. Yo sé qué pasará, porque tú ya lo sabes.

Edmundo Montero: Y como siempre, esa parte oscura de tu mente, que deambula en el pasado y el futuro y que descifra el presente, te gritará en la cara tu cobardía. Ella no se aventaría del edificio más alto, porque es una locura. Porque esa metáfora sobre apostarse irracionalmente por una persona, tarde o temprano, te arrojará a un vacío, que te quebrará los huesos y la cordura. Y persistirás, sin embargo, persistirás. Beatriz no vendrá, porque le dijiste “Si no vienes, significa que no me amas como yo”. ¿Y qué pensaste que elegiría?

(El anciano se para lentamente, rodea la banca, para colocarse detrás de Montero, quien sigue hablando, mirando hacia el piso; ya atrás, se quedará inmóvil por unos segundos y, luego, imitará los movimientos de Montero. El escenario se oscurece; baja la temperatura.)

Edmundo Montero: No te levantas de la banca; te das cuentas que requieres más valor para retirarte, que para lidiar una batalla. Y permaneces… (Montero queda en silencio.) Por cierto, ¿por qué sabes el apellido de Beatriz? (Voltea insistentemente hacia ambos lados. Habla para sí, en voz baja; gesticula y manotea.) Bien… el clima es frío, cálido, templado, no loco; loco estaría si tuviera sistema nervioso. Y el clima si nos ponemos rigurosos sólo tiene piel, la piel del atardecer que nos cae cuando esperamos a una mujer…

FIN

***

Edgar Navarro. Estudié en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas. He publicado algunos textos en plataformas como Coma suspensivos. Asimismo, colaboré de Cine3.com, bajo el seudónimo Edis Namar.

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