Música y la frontera desdibujada: de lo popular a lo académico (II)

Fotografías por Diana Márquez

Si revisamos la entrada para «música popular» en el Grove Dictionary of Music and Musicians uno de los diccionarios enciclopédicos más importantes en materia musical– podemos encontrar que el término se encuentra definido de forma general como toda aquella música que usualmente es considerada de menor valor y complejidad que la música artística, y que permite ser escuchada por un gran número de oyentes sin conocimientos musicales en vez de por una élite reducida. De esto puede seguirse que, en contraposición, la música académica es aquella que implica cierto grado de complejidad dentro de su creación y que su apreciación se reduce a un pequeño grupo de personas propias del ámbito académico.

Desde esta definición pareciera ser muy sencilla la labor de clasificar cualquier tipo de expresión musical. ¿O no?

El primer problema al que nos enfrentamos al pensar si algo puede catalogarse como popular o no es que el término en sí mismo es inmensamente ambiguo.

Por un lado, puede entenderse desde la perspectiva más etimológica de la palabra, en donde se refiere a todo aquello que le pertenece al pueblo. Si apelamos a esta primera definición, podríamos observar que la música popular es toda aquella que surge de una necesidad expresiva de la gente de cada sociedad y que surge como una muestra propia de la tradición cultural que la conforma. En dado caso, el término de música popular podría estar íntimamente relacionado con el concepto del folklor y con la idea de música tradicional.

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Por otro lado, y apelando a la definición descrita por el Grove, la música popular responde más a criterios de composición académica y no tanto a cuestiones eminentemente culturales. Sin embargo, esta perspectiva también es sumamente líquida y mutable. Por mencionar un ejemplo, hasta el renacimiento las normas de composición prohibían terminantemente el uso del “tritono del diablo”, una parte de la estructura de la escala tonal que se asociaba directamente con lo maligno; un siglo después, esta estructura fue la que se estableció como el canon a seguir, misma que prevalece hasta nuestros días en casi toda la música occidental. De esta misma forma, las perspectivas que ha adoptado la academia, en cuanto a labor compositiva se refiere, se han mantenido en un constante cambio a lo largo de los siglos, volviendo esta apreciación más una consideración contextual que depende del momento y lugar específico en el que se realiza la crítica de cierta obra musical.
Por último, encontramos que la palabra “popular” también tiene un significado que se basa en un criterio de masificación y “popularidad”. Aquí es en donde nos enfrentamos al uso que más conflicto produce en nuestros días, dada la capacidad que cualquier fenómeno tiene de popularizarse y adquirir un carácter masivo.

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El fenómeno de la masificación cultural surgió a mediados del siglo XX como consecuencia de crecimiento exponencial de la recién formada industria cultural, momento en el cual las formas de expresión artística se volvieron un artículo de consumo más dentro de los mecanismos económicos del modelo capitalista.

En el campo musical, las compañías discográficas poco a poco comenzaron a cobrar importancia y poder dentro del medio, hasta el punto de llegar a ser ellas mismas quienes delimitan la oferta y demanda dentro del mercado, situación que desde entonces dicta cuál es la música que puede llegar a popularizarse y cuál no.

Lo interesante sucede cuando una parte de la industria cultural comienza a cobijar algunas muestras de expresión que nunca antes habían cobrado ese carácter de popularidad. El fenómeno que Walter Benjamin describió como «democratización del arte» es precisamente lo que hemos visto desarrollarse a lo largo de las últimas décadas.

Lo que ha ocurrido con los límites divisorios entre la música popular y la música académica es que los géneros populares se han enclasado y adoptado un lugar importante dentro de la academia y que las formas de expresión que hasta hace un siglo eran consideradas elitistas han comenzado a democratizarse.

Por ello, podemos observar que la oferta de eventos culturales de índole «académica» ha adquirido un carácter popular. Cada vez hay más orquestas presentándose en eventos masivos a los que asiste una gran cantidad de gente y el término de «conciertos familiares» se vuelve cada vez más común dentro de las carteleras de muchas de las salas de conciertos. Lo que era considerado alta cultura ahora está al alcance de todos.

Por el otro lado de la moneda, si escuchamos mucha de la música más nueva que se compone en la academia, podemos notar que la tendencia se dirige hacia una exploración cada vez más profunda de los géneros considerados populares.

Por estas razones es que muchas de las características que diferenciaban ambas perspectivas ahora parecen vincularlas. Cada vez hay más gente escuchando música artística y la música popular se ha vuelto un campo de estudio de grupos muy reducidos de estudiosos. Pero ¿es posible pensar que esta semejanza podría generar en el futuro una definitiva disolución de los géneros? ¿Qué es lo que podría venir después?

Seguiremos trabajando estas posibilidades en la próxima entrega.

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