And I’m feeling good: La lucha de Nina

Una mujer en el escenario que se sienta al piano. Figura fuerte, cabello crespo, nariz gruesa, labios gruesos. Unas manos negras que decididamente se posan sobre el marfil del teclado. Una mirada fija, penetrante, que se pierde en la oscuridad del vacío. Una boca entreabierta en donde se esconde la rabia que se agazapa. Y luego, una voz profunda y desgarrada que rompe el silencio. Ella fue Nina Simone.

El pasado sábado 14 de abril, dentro de la ceremonia celebrada en el Salón de la Fama del Rock and Roll, se anunció la inclusión de Nina Simone, la célebre pianista y cantante de jazz, dentro del listado de los músicos más notables de la historia del género, acompañando así en el museo a íconos de la talla de Elvis Presley, Bob Marley y Michael Jackson. Con esta ceremonia culmina un largo proceso de reconocimiento y aceptación que, lamentablemente, la músico de origen afroamericano no pudo ver en vida.

Nina Simone, bautizada con el nombre de Eunice Waymon, nació en febrero de 1933 en un pequeño pueblo de Carolina del Norte. Hija de padres predicantes y profundamente creyentes, empezó a tocar el órgano de la iglesia local a la precoz edad de dos años y medio. Al poco tiempo de acompañar en el órgano las ceremonias religiosas, una mujer adinerada de la localidad descubrió el potencial que Eunice tenía y decidió apadrinarla, pagándole clases particulares de piano.

A los doce años, Eunice se prepara para debutar en su primer concierto de música clásica. Al momento de sentarse al piano, los padres de la niña, que se encontraban sentados en primera fila, son obligados a desocupar sus asientos para que otros asistentes blancos pudieran usarlos. Eunice se levanta del piano, negándose a tocar hasta que les devuelvan los asientos a sus padres. Este tipo de choques con la sociedad seguirán repitiéndose a lo largo de toda su vida, y serán los que más tarde la conformen como un ícono de rebeldía.

Su maestra de piano realizó una colecta en el pueblo para poder pagarle a Eunice un viaje a Nueva York, en donde la joven pianista intentaría lograr su sueño de ingresar a la prestigiosa Academia Julliard y volverse la primer pianista negra de concierto. Al realizar su audición, Eunice fue rechazada sin recibir mayores explicaciones. Víctima de la depresión, la furia y la necesidad económica, abandonó la música clásica y decidió probar suerte en centros y clubes nocturnos, tocando una música, mezcla de jazz y blues, que su madre calificó de demoniaca. Así nació la Alta Sacerdotisa del soul, bajo el nombre de Nina Simone.

La gran técnica que poseía al piano gracias a sus estudios académicos se fusionó con la improvisación propia del lirismo de los cantos góspel aprendidos en la iglesia de sus padres, así como con la tremenda rabia que tenía en contra de una sociedad que vivía los momentos más álgidos del racismo y que le había cerrado cada una de las puertas que ella se había empecinado en abrir.

La capacidad interpretativa de Nina va más allá del rango vocal y de su capacidad de hacer elaboradas improvisaciones al piano. Su estilo resulta inconfundible por el dolor y la melancolía que transmite. Su voz, siempre trémola, al borde del sofocamiento y del suspiro, desgarrando en los agudos y resonando en los graves; sus dedos, explorando con fuerza los límites del teclado, mezclando la elegancia del jazz con la tristeza del blues.

Su vida fue una interminable lucha por la igualdad, una batalla que libró a muerte en contra de todo aquel que buscara oponerse a la lucha por los derechos civiles. Sus letras de protesta y su activismo social hicieron que en 1970, tras el asesinato de Martin Luther King y de las cuatro niñas negras de Alabama, se autoexiliara en Barbados tratando de huir de los grupos de supremacistas blancos.

Simone siempre tuvo una personalidad complicada, con trastornos de bipolaridad que la hacían una persona inestable, lo cual la llevó a tener problemas con las disqueras y con los productores. Vivía en una relación de amor-odio con su esposo, que también fungía como su manager, ya que este último sometía a la pianista a grandes giras y a una constante recriminación por la poca remuneración económica que obtenía Nina. La crisis en su relación fue tal que años después Simone terminó abandonando tanto a su esposo como a su hija, en búsqueda de un nuevo comienzo en Europa, el cual nunca llegó.

Ganadora de un Grammy póstumo y ahora una recién incorporada al salón de la fama del Rock and Roll, Nina ha ido ganándose la aceptación de cada uno de sus detractores, incluso a aquellos de la Academia Julliard que, dos días antes de que la artista falleciera, le entregaron un premio por su trayectoria y por el impacto que esta tuvo en la industria musical.

Hoy, a escasos días de que se cumplan los quince años de su muerte, recordamos a una de las mujeres más influyentes del panorama musical del siglo XX, cuya imagen ha ido trascendiendo con el paso de los años, eliminando los estigmas con los que fue marcada una de las mejores jazzistas de la historia.

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