Brevísimo manual del melómano aficionado (II)

Si ha seguido nuestro consejo —en vez de optar por el consumo de opiáceos y demás fármacos que ayudan a sobrellevar la abstinencia— y ha decidido ejercer el vicio y entregarse a los brazos de la musa Euterpe,  es muy probable que ya empiece a sentirse familiarizado con los síntomas y necesidades que conlleva la melomanía. Seguramente ya ha conocido algunos de los tantos recintos culturales de su ciudad y puede que incluso se haya tomado una foto frente a alguna fachada famosa. También es probable que sus listas de reproducción favoritas hayan tenido nuevas adquisiciones y que ahora el tono de llamada de su teléfono celular sea el fragmento de alguna obertura francesa. Sin embargo, es posible que su necesidad aún no esté satisfecha y que todavía tenga inquietudes musicales que subsanar. Por ello, y con el afán de instigar su ávida curiosidad, a continuación se le ofrecen algunos fragmentos más de información oportuna capaces de introducirse en casi cualquier conversación cotidiana.

La mano que mece la cuna

En casi todos los conciertos a los que usted asista, notará que existe una enigmática persona que resalta por encima de toda la concurrencia de la sala. Quizá sobresalga por su apariencia impoluta y por su andar elegante, o por su larga cabellera alborotada y su mirada desafiante, pero la mayoría de las veces podrá identificarla porque en dado momento todos los músicos se levantarán y aparecerá por una puerta lateral un personaje, tan temido como respetado, que empuña una pequeña vara y se dirige al frente del escenario. Esa mujer o ese hombre es el director de orquesta. Su labor consiste en cohesionar a todos los músicos ejecutantes. Él será quien determine durante los ensayos cómo se deben interpretar las indicaciones que el compositor dejó en la partitura, es decir, qué tan fuerte es un forte y qué tan lento es un lento. A pesar de que su labor se encuentra primordialmente en la sala de ensayos, su función en el escenario es vital, ya que no sólo encabeza la agrupación y transmite la energía necesaria a los músicos a través de la batuta, sino que también es él quien se encarga de ceremonialmente recibir el ramillete de flores que, casi como trámite burocrático, una persona de la primera fila se levantará a entregarle.

 

Tóquese presto agitato e con fuoco

Dicho lo anterior, es prudente comentar que desde hace cientos de años los compositores han adoptado la costumbre de situar, justo a un lado del título de sus creaciones, términos en italiano o francés que resultan de lo más colorido y vistoso. Estos apellidos musicales son indicaciones acerca de la intención que el autor tiene sobre su obra. Usualmente, el primer término se refiere al tempo, la velocidad a la que se ejecutará la pieza; el segundo, es la indicación de carácter, es decir, un término quasi  poético que sirve para darle un sentido general a la interpretación. De esta forma, al conjuntar ambas partes, se crean conceptos vastísimos que van desde un cándido Lento e dolce (Lento y dulce) hasta un intrincadamente enigmático Comme un rossignol qui aurait mal aux dents (Como un ruiseñor con dolor de muelas).

Esto no se acaba hasta que cante la gorda

Esta curiosa y voluminosa expresión proviene de cierto contexto operístico particular. Su uso refiere a la última sección de El anillo de los Nibelungos, ópera de Richard Wagner, en la cual una valkiria canta un aria que anuncia el fin del mundo. Su uso se explica porque la soprano encargada de cantar dicha sección usualmente es una mujer de gran corpulencia con la capacidad de proyectar una enorme potencia vocal que le brinde dramatismo a la última escena. Por ello, el proverbio cobra mayor profundidad y trascendencia: no sólo la ópera sino el mundo mismo se acabará en el momento en que una mujer de talla extra con casco vikingo y lanza nórdica se disponga a cantar la última nota.

Es cierto que existe una variedad incontable de datos que usted podría catalogar como indispensables dentro de su labor como melómano de oficio, sin embargo, para no faltar a la premisa de un manual del tamaño justo de un bolsillo —con la ventajosa comodidad que esto conlleva— la redacción del mismo se limitará a dejarle, a manera de epílogo y como la garantía de un producto que ha adquirido, una breve lista de consejos prácticos listos para usarse que podrá comenzar a aplicar desde el momento en que termine de leer el presente instructivo.

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