Charles Ives: La pregunta sin respuesta

¿Cuál es el propósito de la existencia? ¿Estamos solos en el universo? ¿Qué es el amor? ¿Existe Dios? ¿La verdad es cognoscible? ¿Qué es el tiempo? ¿Qué nos sucede al morir?  ¿Qué es la vida?

Alguna vez, tal vez en una tarde solitaria, con compañía y bebida o en la tristeza de la pérdida, todos hemos tenido una pregunta que nos sobrepasa. Una pregunta que encuentra como respuesta un silencio interminable. Nos aventuramos hacia el vacío y comenzamos a caer tirados por la incógnita, agitando los brazos, buscando una respuesta sólida de la cual asirse. Cuando inevitablemente tocamos lo profundo de la obscuridad, al levantar la mirada se nos acerca un hombre vestido de saco y sombrero, con una barba blanca y una ligera sonrisa. Charles Ives, el vendedor de seguros y compositor por las noches, nos ofrece su mano y una caminata a su lado. A lo lejos resuena su obra.

Somos bienvenidos por un acorde pianísimo en la orquesta de cuerdas, invisible, pues se encuentra fuera del escenario, con un tempo marcado largo molto sempre, muy lento siempre. El acorde cambia lentamente sus notas convirtiéndose en una progresión armónica que en su consonante y etéreo gesto se convierte en una especie de velo infinito. El “silencio de los druidas que no saben ni ven ni escuchan nada” como lo describe el compositor. Hesitante, toca una trompeta cinco notas largas de trazo ambiguo, dejándonos en desconcierto y expectantes: la pregunta. Momentos después dos flautas, un oboe y un clarinete en conjunto nos dan una respuesta de notas débiles y disonantes. Inconforme, la trompeta pregunta de nuevo la misma pregunta. Los otros alientos toman su tiempo para responder, esta vez con melodías más largas. La pregunta al no encontrar una respuesta que le satisfaga pregunta una y otra vez con exactamente la misma melodía, y cada vez más impacientes los alientos responden con melodías más largas, más disonantes y más fuertes hasta que furiosamente se callan. Las cuerdas mantienen su progresión armónica hasta que la trompeta suena de nuevo, pregunta por una séptima vez, y se encuentra esta vez frente a un absoluto silencio.

Charles Ives fue un compositor norteamericano nacido en Connecticut en 1874, muy reconocido actualmente pero ignorado en vida. Muchas de sus obras no se estrenaron hasta muchos años después de haberse escrito, cercanas a la muerte del compositor. Escribió “La pregunta sin respuesta” en 1908 a los 34 años, poco después del primero de los “ataques al corazón” que le dieron a lo largo de su vida, de carácter psicológico más que fisiológico. Fue a partir de este ataque que inició su periodo más productivo en composición.

Al pianista de jazz Henry Hancock se le ha escuchado decir muchas veces “la música es una historia sobre la vida”, sentimiento que compositores de todas las épocas comparten. Esta obra es un estandarte de esta idea, expresando con claridad la duda como una característica fundamental de la experiencia humana. Sin embargo, el director y compositor Leonard Bernstein propuso en su análisis de la obra una explicación distinta. Fue compuesta en un momento crucial para la historia de la música en la que el panorama musical estaba por explotar en cientos docenas de corrientes distintas, todas con la búsqueda de sonidos nuevos, y es de donde nació la nueva pregunta: ¿deberíamos abandonar la tonalidad, el sistema musical con el que se compusieron todas las obras desde el siglo XVII, a favor de la atonalidad, un sistema nuevo en el cual no hay reglas prescritas de consonancia y disonancia? Para Bernstein ésta es la pregunta a la cual no se encuentra respuesta. En la obra se escuchan las cuerdas armoniosas y tradicionales en su composición, la tonalidad remarcando su presencia. La trompeta pregunta y los alientos responden tentadores hacia la atonalidad, y nosotros, permanecemos en el centro escuchando el debate que se prolonga por siempre. La pregunta resuena.

Como todo objeto, “La pregunta sin respuesta” de Ives se puede leer en infinitos niveles; Ives se refiere a ella en términos filosóficos y Bernstein en musicales. Invito al lector escuche la obra con atención. Sea cual sea la pregunta que tenga, con esta música no encontrará respuesta, sino algo posiblemente más valioso: la reconfortante palmada en la espalda que es no encontrarse solo con la duda.