Pavese: angustia y muerte

Turín. Alguna habitación del hotel Roma. Agosto de 1950. Afuera quizá es de día, quizá de noche. A Pavese, poeta y novelista italiano, poco le importa. Ha tratado inútilmente de hablar con sus amigos, pocos seguramente, como conviene a personas como él. Sí, porque pocas son las personas que comprenden, que saben que un poeta es más bien un completo apasionado: de la vida, del amor, de las mujeres y la muerte. Y Pavese padecía profundamente cada una de esas cosas. Hasta entonces, la vida le había sonreído: se licenció en letras por medio de una tesis sobre Whitman, tradujo al italiano a autores esencialísimos para la literatura como Anderson, Hemingway, Dos Passos. Su actividad como crítico literario permitió que las letras de su tiempo se revitalizaran, tomaran una forma definida: el neorrealismo de la posguerra. Se convirtió en un clásico en vida. Sus novelas eran leídas y aclamadas, pero sobre todo, comentadas. Lo mismo su poesía, que era lo que más le importaba: “La poesía, si acaso, me ha enseñado a dominarme, a recogerme, a ver claro; la poesía me ha devuelto a mí mismo, en el más práctico de los sentidos.”, redacta en su diario íntimo. En la poesía cifró sus preocupaciones estéticas. Pero también fue en ella donde dejó plasmados distintos matices de su pasión amorosa, de la pasión carnal por las mujeres, de su constante contacto con la idea de la muerte.

Nadie contestó a sus llamados. Lleva días encerrado, quizá semanas. A esas alturas poco importan los premios, las distinciones. Su novela El bello verano ha ganado el premio Strega. Nada lo alivia. A pesar de todo, escribe. Claro, cómo no escribir, cómo no volcar en las palabras la soledad, el dolor o la tristeza. Pese a eso, parece como si las palabras comenzaran a abandonarlo. A él, que junto a personas como Giulio Einaudi y Leone Ginzburg había fundado una de las editoriales más prestigiosas de la Italia del siglo XX. Sin embargo, su malestar, su situación existencial, no es nueva. Ya en 1935 –15 años antes de su muerte– escribía: “Todo poeta se ha angustiado, se ha asombrado y ha gozado.”. Angustia, asombro, gozo. Una tríada que Pavese asumió como si de un mandala se tratase, cifra en ellas todo lo que es el mundo, pero sobre todo, el significado último de su poesía. Así lo atestigua su primer libro de poemas, Lavorare stanca [Trabajar cansa] de 1936: “Estas duras colinas que hicieron mi cuerpo / y lo sacuden con tantos recuerdos, me / mostraron el prodigio / de aquélla, que ignora que la vivo sin poder / entenderla.”. En estos versos se trasluce el asombro por una naturaleza redescubierta que asalta la memoria, trayendo tras de sí el recuerdo de una mujer no comprendida, de una angustia mezclada con placer.

Han pasado catorce años desde esos versos hasta el momento en su habitación del hotel Roma, en Turín. Años en los cuales ha vivido y sufrido intensamente. No debe ser la primera noche que la soledad lo asalta. Así lo confirman estos versos del mismo poemario: “No importa la noche… Aquí, en la / oscuridad, solo, / mi cuerpo está tranquilo y se siente señor.”. No, no importa. La noche es siempre la misma noche. Los cuerpos se acostumbran a la soledad. Pero no al abandono: Constance Dowling, actriz norteamericana, ha decidido dejarlo. Su musa, a quien dedicará un sinfín de poemas, no acepta casarse con él. Esto lo devasta, quizá porque en esa actitud confirma sus propias palabras, aquellas escritas en noviembre de 1937 –10 años antes de conocer a Dowling–: “…recuérdese que hacer poesía es como hacer el amor: nunca se sabrá si la propia alegría es compartida.”. La alegría, como cualquier otro sentimiento, casi nunca es recíproca. Escribe sin cesar, tratando, tal vez en vano, de vencer la angustia con palabras. Pero la muerte es inminente. Ésta se convirtió en una figura constante en su poesía a partir de la década del cuarenta. Tan es así que su segundo libro de poesía, publicado en 1945, lleva por título La terra e la morte [La tierra y la muerte], en él escribió: “Cada vez es un desgarro, /cada vez es la muerte. / Nosotros siempre combatimos.”. Sí, cada vez más la muerte, a tal punto que la une a una imagen de vida, la tierra misma: “Eres la tierra y eres la muerte. / Tu estación es la oscuridad / y el silencio.”. Ambivalencia, de nuevo el gozo y la angustia. La obscuridad del hotel, el silencio de su habitación.

En aquellos últimos días –desde marzo, mes en que conoció a la actriz norteamericana–, Pavese había estado trabajando en un conjunto de poemas y un diario. El rechazo de Dowling agudizó su exaltación poética: escribe febrilmente rodeado tan sólo de sí mismo, y de la sombra de la muerte. Los primeros poemas son luminosos: “Estrella perdida / en la luz del alba…Eres la luz y la mañana”; también cargados de un aliento de vida, de una necesidad de vivir: “Dulce fruto que vives / bajo el cielo claro…Eres raíz feroz. / Eres la tierra que espera.”. Son los poemas de los primeros días junto a Connie –nombre con el que llama a Constance en sus escritos personales. Pero la felicidad no dura, no dura nunca la alegría: “Fue sólo un juego / seguro que lo sabías”, escribe, quizá, con dolor y con odio, con profunda tristeza, con amargura. A partir de entonces, la amada no será más una imagen luminosa; no, será obscura, será la noche, la contradicción misma: “La esperanza se estremece, / y te espera, te llama. / Eres la vida y la muerte.”. Nadie contestó sus llamados. Nadie fue a visitarlo. Reescribiendo sus poemas, Pavese toma una decisión. No puede más. La vida importa poco. Rectifica sus palabras, relee: “Para todos la muerte tiene una mirada. / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.”.

Turín. Hotel Roma. 26 de agosto de 1950. La vida. El amor. La pasión. La muerte: una sobredosis de somníferos acaba con la vida de Pavese. En su diario –titulado por él mismo El oficio de vivir– anotó: “Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”.

 

Germán Hernández Martínez
Nací en la Ciudad de México en 1988. Soy licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la FES Acatlán. Obtuve la mención honorífica por mi trabajo sobre inferencias y análisis del discurso. Fui becario del Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y en Sistemas de la UNAM, donde realicé corrección de estilo de revistas especializadas. Formé parte del proyecto RobotPopCorp, revista literaria que se presentó en la Feria del Libro del Palacio de Minería en 2015. Actualmente, soy profesor de Lengua Española y Literatura Universal en la Universidad Latina; y profesor de Semántica y Análisis del Discurso en la FES Acatlán.