Poesía inédita y marginada de Miguel de Unamuno

El pasado mes de marzo las obras de Miguel de Unamuno pasaron a ser de dominio público, por lo que la Biblioteca Nacional de España pone a disposición, mediante su plataforma digital, todos los escritos y manuscritos de Unamuno, incluyendo cartas y poemas inéditos. Según la Ley de Protección Intelectual de España, el plazo para que el trabajo de algún artista sea de dominio público es de 70 años a partir de su muerte. Sin embargo, debido a contradicciones con la legislación de la Unión Europea, todos los autores españoles fallecidos antes del diciembre de 1987 el plazo es de ochenta años para liberar su obra.1 Esto quiere decir que hace diez años pudimos obtener las obras de Unamuno. No fue así.

Miguel de Unamuno nació en Bilbao, 29 de septiembre de 1864 y murió en Salamanca el 31 de diciembre de 1936. Fue el primer intelectual de España, es decir, un hombre cuyas reflexiones no conocen géneros ni disciplinas, pues lo mismo escribió ensayo, “nivolas”, novelas, teatro, poesía y filosofía. Su relación con la generación del 98 es un tanto problemática, pues a pesar de que no se considera así mismo como perteneciente a una generación, sí comparte las mismas preocupaciones respecto a la pregunta por el ser de España. Unamuno definió la ontología Española desde la historia en sentido contrario a Hegel que consideraba el espíritu del pueblo y la época, una Historia construida desde la masa. Entonces, Unamuno llevo la Historia al ámbito personal reconociendo que los individuos son indispensables para la formación de las naciones, y reconociendo, simultáneamente, la subjetividad personalísima de cada quien, y no el estatus de “ciudadano” que normaliza y hegemoniza los sujetos. Este modelo es llamado por Unamuno intrahistoria, que es el “fermento profundo y espiritual”. En este contexto intrahistórico y la pregunta por el ser español, el pensador destaca dos imaginarios: El Quijote y Castilla. Tal idea sobre la intrahistoria lo cierra con un bello silogismo metafórico: “Los millones de hombres sin historia que hacen una labor oscura, silenciosa y fecunda, como el fondo del mar que sostiene los islotes”

Otro aspecto de su pensamiento se ocupa del sentido trágico de la vida originado en la angustia que siente el ser humano por el destino del ser después de la muerte. Si la inmortalidad es el no ser, la angustia se convierte en el motor de la existencia y la tragedia consiste en tomar conciencia de que el libre albedrío no existe, tal como sucede en Niebla.

Como tal, Unamuno es indisciplinado, indefinido en su posición ideológica y política. Es un tanto escurridizo y difuso, pues como pensador y militante se le inscribe con el marxismo, el anarquismo místico y el existencialismo. Por eso, en su obra se nota el intento de reconciliar el racionalismo con la fe, la metafísica con el empirismo, cosa que al final de su vida le contrajo muchos problemas, ya que siendo rector de la Universidad de Salamanca dirigió duras críticas a Franco y al ejército rebelde. Tal vez esta sea la causa por la cual su obra religiosa ha quedado en el olvido, hablo de El Cristo de Velázquez, un poema ecfrástico que interpreta desde una visión poética,y humana, la muerte de Jesús en el Calvario.

Para celebrar que las obras de Miguel de Unamuno pasan al dominio público, transcribo fragmentos de tres poemarios, dos que casi no se conocen y uno que permanece inédito: me refiero a Poesías Hogareñas, El Cristo de Velázquez y El desayuno, en ese orden.

El Desayuno.

──Baja aquí, a la ribera, que es la hora
en que el alma del agua lo2 visita
la blanca niebla que se abraza a ella
y se resiste a abandonarla y está
contra los empujones de la brisa…
──El césped es la llama de rocío,
calzada yo y a la humedad le temo…
──Descálzate y que tus pies de rosa
trillen las temblorosas perlas líquidas
antes que el Sol, ardiendo en sed, las beba.
Baja Aquí, a la ribera, que es la hora
en que se le hincha el corazón al campo…
──Tengo miedo de tí…
──¿Por la mañana?
──Sí, que la sangre se le agolpa y luego…
──Vida, no temas de mañana al hombre;
es bruto cuando va perdiendo el brío;
a la bestia despierta la fatiga.
Cuando sale ese monstruo volandero
ese alado ratón, sobreviviente
de enterradas edades, es la hora
en que el bruto despierta en nuestro pecho;
no me temas ahora, de mañana,
mientras el dejo de pureza [palabra inentendible]
que el sueño nos dejó como viático.
Descálzate, trilla el roció, y baja…
──¿Y qué quieres de mí?
──Quiero, querida,
entre los fresnos respirar tu aliento
hasta que gane el sol las crespas cumbres
de eros, montes de nubes que al naciente
fingen la patria del rosado ensueño.
Quiero acabar de despertar contigo
viendo al alma del agua disiparse…
──¿Y si alguien nos viera?
── Al bien nacido
una oración le brotará al vernos
dar a la libre los nuestros amores.
Baja, que la mañana ya madura
y pronto el sol disipará la niebla…
──¿No está mejor aquí, en nuestro nido?
──Ven y déjalo orearse; las ventanas
abre de par en par y que la brisa
barra los rumores de la noche.
Descálzate, trilla el rocío y baja.
──Ya estoy aquí, ¡qué frescura!
──Abre la mano a esos melocotones
¡qué generoso el árbol, si parece
rendir la rama a tu gracioso gesto!
A tu rosado brazo en el naciente
[…]imbo le dan las níveas nubes crespas,
y en otra rama y otra nube… Dime,
¿te acordaste del pan?
──Sí, y aún caliente
del horno acaba de salir …Espera
Dame el pañuelo que esta fruta en agua…
──¿Pañuelo? ¡no! Yo ayunaré en tus labios
el jugo dulce de este campo…deja,
deja que cora en ellos, rojo cauce,
la savia de mi tierra…
──El desayuno
a gloria sabe aquí…
──¿No te lo dije?
Aquí, junto al regazo, el refrigerio
de la mañana es comunión del campo.
Un trago ahora de estas claras aguas;
¿Te olvidaste del vaso? Beberemos
remolidos en el suelo…
──¡No, espera,
vaso mis manos te serán, espera!

Fragmento del El Desayuno, manuscrito, hojas 1-5.

Poesías hogareñas

Es de noche, en mi estudio…”

Es de noche, en mi estudio.
Profunda soledad; oigo el latido
de mi pecho agitado
──es que se siente solo,
y es que se siente blanco de mi mente──
y oigo a la sangre
cuyo leve susurro
llena el silencio.

Diríase que cae el hilo líquido
de la clepsidra al fondo.
Aquí, de noche, sólo, este es mi estudio;
los libros callan;
mi lámpara de aceite
baña en lumbre de paz estas cuartillas,
lumbre cual de sagrario;
los libros callan;
de los poetas, pensadores, doctos,
los espíritus duermen;
y ellos es como si en torno me rondase
cautelosa la muerte.
Me vuelvo a ratos para ver si acecha,
escudriño lo oscuro,
trato de descubrir entre las sombras
su sombra vaga,
pienso en la angina;
pienso en mi edad viril; de los cuarenta
pasé ha dos años.
Es una tentación dominadora
que aquí, en la soledad, es el silencio
quien me la asesta;
el silencio y las sombras,
Y me digo: “Tal vez cuando muy pronto
vengan para anunciarme que me espera la cena,
encuentren aquí un cuerpo
pálido y frío
-la cosa que fui yo, éste que espera-,
como esos libros silencioso y yerto,
parada ya la sangre,
yeldándose en las venas,
el pecho silencioso
bajo la dulce luz del blando aceite,
lámpara funeraria”.
Tiemblo de terminar estos renglones
que no parezcan
extraño testamento,
más bien presentimiento misterioso
del allende sombrío,
dictados por el ansia
de vida eterna.
Los terminé y aún vivo.

En Poesías hogareñas, publicación en homenaje a su autor por el II Congreso de Poesía, Salamanca, 1953.

De El Cristo de Velázquez

Luna”

Yo soy la luz del mundo
Juan, VIII, 12.

Luna desnuda en la estrellada noche
desnuda del espíritu, conviértense
a tí nuestras miradas, ¡oh lucero
del valle de amarguras! Pues nosotros,
pobres hombres, no más así no podemos
cuerpo a cuerpo mirarte. Eres el hombre,
y en tu divina desnudez nos llega
del sol encegador la eterna lumbre.
Tú al retratar a Dios nos pregonaste
que somos hombres, esto es: somos dioses,
y a tu lumbre, lucero de almas,
los mármoles helénicos cobraron
nueva luz, y a los dioses del Olimpo
los vimos a la busca de tu padre:
Homero de la mano de Isaías,
Sócrates con Daniel buscando al hombre.

La humanidad, hija de dios, que Sócrates
con la razón, que es astrolabio y brújula,
descubrieron, Tú, Cristo, conquistaste
con tu espada de amor, que es brasa pura,
¡oh león de Judá, rey del desierto!
Bautizados los dioses, convertidos
y contritos, cumplieron penitencia
y escoltan a las gentes a tu leño,
para que allí de Tí, del Hombre eterno,
se percaten del todo que hombres son.

En El Cristo de Velázquez, Madrid, Calpe, 1920, pp 18 y 19.

2 sic

David ParedesAutor: David Paredes(Ciudad de México, 1993)Estudiante de Letras Hispánicas en la UNAM y colaborador en Primera Página.  Ha publicado narración breve en revistas como Opción, La Colmena y EnEspiral. Baritono en el Coro de la Asociación de Profesionistas y Empresarios de México (APEM), Bajo en el «Orfeón México» y actor en la Compañía ¡Adelante Teatro!.